Capítulo 7

40 5 0
                                    

—¡Kristoff! ¡¿Por qué estás aquí?! ¿No habías ido a trabajar?

—No tiene caso. Esta mañana ha habido una tormenta de nieve terrible.

—¿Qué...? ¿En pleno verano?

—Lo sé, es de locos. He ido con Sven a ver el alcance que ha tenido y hemos visto desde las cumbres que Arendelle está totalmente cubierto de nieve.

—¿Arendelle?

—Nadie va a necesitar hielo hoy. De no ser que quieras esculpirlo, no tiene sentido que vayamos a trabajar.

Anna agachó la cabeza y se mordió el labio.

—¿Estás bien? ¿Te preocupa algo?

Abrió la boca como sintiéndose descubierta. Obviamente, le preocupaba algo.

—Nada en absoluto —dijo sacudiendo la cabeza—. Y, ¿qué vas a hacer?

—Pues esperar a que se vaya la nieve. ¿Qué otra cosa puedo hacer?

—Entonces... ¿te quedarás sin trabajo hasta que se derrita?

—Eso me temo.

Apretó los puños mientras su rostro se volvía lúgubre y supuse que estaba preocupada por nuestra subsistencia.

—Ey, tranquila. Es verano. Esto será algo puntual. Y, de todos modos, tenemos despensa, ¿vale?

Ni siquiera alzó la cabeza.

—Mientras tanto... ¿quieres que aprovechemos el día libre?

—¿Qué?

"Ahí está esa luz."

—Tengo ropa de abrigo aquí arriba. ¿Qué te parece si salimos a pasear por la nieve?

—¿Me estás retando a una batalla?

—Pues no era el caso, la verdad.

—¡Reto aceptado!

—Tú a tu bola...

—Abrígate bien, ehm...

—¿Qué?

—Tu apellido. No lo sé.

—Bjorgman. ¿Para qué lo quieres?

—¡Abrígate bien Bjorgman, cuando acabe contigo vas a tener nieve hasta en los gayumbos!

Me reí de su advertencia. Quién me iba a decir que cumpliría su palabra. Acabé aquella guerra cubierto de nieve de pies a cabeza, tumbado en el suelo boca abajo y con ella sentada a horcajadas sobre mí asegurándose de que ningún rincón de mi cuerpo escapase a la nieve. Aún así, seguí riendo. Dios, cómo me gustaba verla disfrutar.

Cuando volvimos a casa, nos pusimos ropa seca y nos tiramos exhaustos en la cama. ¿Desde cuándo teníamos tanta confianza? No importaba. Necesitábamos descansar y, la verdad, nos sentíamos bien juntos. No hacía falta decirlo; se sentía en el aire.

—¿Por qué haces todo esto? —preguntó una vez recuperado el aliento.

—¿El qué? —dije rebozando mi coronilla por la sábana como un perro por puro placer.

—Cuidar de mí, ser tan atento conmigo, esconderme, enseñarme mundo... Sabes que no tienes ninguna obligación conmigo, ¿no?

—Lo hago porque quiero.

Me sorprendió lo fácilmente que aquellas palabras surgieron de mis labios.

—Pues yo no quiero que dediques tu vida a cuidar de mí porque sientes lástima. Suficiente con una vida estropeada, no quiero que mi vida pese sobre la tuya.

¿De verdad creía eso?

—No siento lástima por ti. Siento rabia por lo que te han hecho. Y siento... siento que quiero cambiar tu mundo. No estás poniendo peso en mi vida; me gusta tenerte aquí. Y, siempre y cuando a ti te parezca bien, quiero seguir haciéndolo.

Un profundo silencio se apoderó del momento. No me reconocía a mí mismo hablándole con tal claridad sobre mis sentimientos. No era que hubiese dicho nada comprometido, pero tampoco lo contrario. Me preguntaba si la habría asustado, si se habría sentido incómoda, si se habría sentido bien... Entonces, sin romper el silencio, su mano se deslizó por la sábana hasta que sus fríos dedos rozaron los míos.

Deseé tomar su mano y no soltarla nunca. Deseé abrazar su cuerpo y su alma y hacerla feliz. Deseé que no hubiese sido tan fácil enamorarme de ella.

De repente, mis tripas rugieron reclamándome algo de aporte energético con el que cubrir todo lo que había quemado, y Anna se incorporó de un brinco.

—¡Quiero cocinar!

—¿Qué?

—Tienes hambre por mi culpa.

—Tengo hambre porque hace mucho rato que no como. Y no me debes nada, ¿sabes?

—Aún así, quiero cocinar. ¿Me ayudarás?

—¿Una sopa caliente para un gélido día de verano?

—¡Suena perfecto!

—Está bien —dije levantándome yo también—. Voy a por algo de leña para la cocina.

Salí de la cabaña y caminé sólo unos pasos antes de oír las voces de dos hombres que parecían acercarse hacia mí.

—Él vive en la montaña, si la princesa ha pasado por aquí, seguro que él sabe algo.

"Mierda."

El amor es ciegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora