Capítulo 9

46 5 0
                                    

—¡Mierda, mierda, mierda, mierda, MIERDA!

"¡Me he dejado llevar! ¡Me he perdido! De repente sólo existía ella; casi no podía pensar ni en los guardias."

¿Cómo podía haberle hecho eso? ¡Ella no se lo merecía! Ella merecía a alguien que velase por ella constantemente, que jamás la rozase sin permiso y que antepusiese su bienestar a todo. Pero, ¿qué otra cosa podría haber hecho? ¿Dejar que la encerrasen de nuevo? ¿No sería eso peor?

Paré mis pasos y me dejé caer en plancha sobre la gruesa capa de nieve sumergiendo la cara lo más profundo que pude.

¿De verdad sólo quería ayudar? ¿Acaso no lo deseaba? ¿No lo he disfrutado? ¿No he sentido que estaba cumpliendo mi mayor anhelo?

Sí. Y no. No así. Pero... su piel, su aliento, sus labios en los míos, sus manos aferradas a mí...

Sus manos aferradas a mí. ¿Por qué? ¿Por qué no me pateó? La veo perfectamente capaz de hacerlo. Y, ¿por qué me ha besado? No estaba en condiciones de preguntar, pero... ¿será de nuevo su afán por descubrir sensaciones nuevas? ¿Se habrá dejado llevar por la emoción del momento? ¿Lo desearía de verdad? ¿Me desearía de verdad?

Giré sobre mí mismo por la pura necesidad de llenar de nuevo de aire mis pulmones y me quedé tumbado boca arriba.

También ha sido su primer beso...

Una lágrima recorrió mi cara hasta colarse molestamente en mi oreja.

Y, ¿qué quería decir con que el siguiente beso sería mejor? ¿Su siguiente beso o el nuestro? ¿Mejor porque no sería conmigo o mejor porque no sería por necesidad sino por placer?

—Y, ¿qué debo hacer ahora?

"¡La leña!"

Me levanté, sacudí la nieve de todo mi cuerpo y agité la cabeza. Después, fui rápidamente a por la leña y volví a entrar a la cabaña donde ella me esperaba perfectamente vestida y arremangada; lista para la acción.

—¡Te ha costado una eternidad!

—Lo siento...

—¿Vas a decir alguna otra cosa hoy? Porque, si no, el día va a ser aburridísimo.

—Ya, lo sien... O sea...

—Oye —dijo acercándose decidida a mí—, me has salvado el culo, ¿vale? No quiero que te sientas mal. Tampoco ha sido tan malo. No besas nada mal, ¿sabes?

Me dedicó una traviesa sonrisa y un codazo en las costillas mientras mis colores subían hasta el cielo y se giró de nuevo hacia la cocina.

—¿De qué va a ser la sopa?

—¿Qué tal de chirivía? —contesté recuperando poco a poco el ánimo y la compostura.

—¡Genial! Y, ¿cómo se hace eso?

Lo consiguió: me sacó una carcajada. ¿Cómo lo hacía para hacerme sentir tan bien? ¿Qué clase de embrujo había en ella?

—Pues, para empezar, debería pelarlas, lavarlas y picarlas, y luego...

—Y yo, ¿qué voy a hacer?

—Eh... ¿lavarlas?

—¿Ehhh? ¡Pero yo quiero pelarlas!

—¡Ni pensarlo! ¿Cómo voy a darte un cuchillo para hacer algo que no has hecho jamás sin que veas dónde lo pones? ¿Quieres completar el día perdiendo un dedo?

—Vaale. Entonces tú moverás mis brazos en lo que le cojo las distancias.

—Eh... Anna...

—Porfa... Quiero aprender a hacer cosas nuevas...

Resoplé rendido. Sencillamente, no podía negárselo. Aquella maravilla de mujer necesitaba mundo y yo se lo había prometido. Por otro lado, no parecía estarle dando ni la más mínima importancia a lo que había pasado.

—Está bien...

—¡¡¡Sí!!!

Preparé los cacharros, se colocó frente a la mesa y yo me coloqué justo detrás de ella. Le ofrecí el cuchillo y la primera chirivía y tomé sus manos con cuidado, dejando un generoso margen entre su cuerpo y el mío.

—Puedes arrimarte, ¿sabes? Dudo que desde ahí veas si quiera lo que haces.

—Pero yo... no quiero volver a...

¿Cómo decirlo?

—Ey —susurró echando su cuerpo hacia atrás hasta refugiarlo en el mío—, te lo he dicho antes y lo mantengo: confío en ti; puedes acercarte.

No sabía si realmente merecía su confianza, pero haría lo que estuviese en mis manos por merecerla. Asentí sin saber si quiera si ella lo percibiría y nos arrimé a la mesa, completamente pegados el uno al otro, sintiendo su pequeña figura envuelta completamente por la mía, y me aseguré de enseñarle a pelar aquella chirivía de modo que pudiese volver a hacerlo por sí misma siempre que quisiese.

—Kristoff... —dijo de repente mientras picábamos la última chirivía.

—¿Sí?

—¿De qué color es tu pelo?

—Es rubio, ¿por qué?

—Porque quiero imaginarte un poco mejor. ¿Rubio claro, oscuro, platino?

—No lo sé. Sólo rubio. ¿Normal?

—Y, ¿de quién lo sacaste?

—Ni idea. Soy adoptado y no recuerdo a mis padres biológicos.

—¿Eres adoptado?

—Ahá.

—Y, ¿te gusta tu familia actual?

—Bueno, son MUY peculiares, pero mentiría si dijese que no me gustan.

—Eso es estupendo.

—Supongo que lo es.

Acabamos de picar la última hortaliza para la sopa y retiré mi cuerpo del suyo mientras ella se giraba animadamente hacia mí.

—Kristoff...

—Dime.

—¡¡Quiero conocer a tu familia!!  

El amor es ciegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora