Capítulo 10

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—Aún estás a tiempo de arrepentirte.

Kristoff ralentizó el paso según nos acercamos al lugar en el que vivía su familia.

No lo mencionó en ningún momento. El día anterior le había besado mientras él sólo fingía que me besaba, y, desde entonces, no había hecho por saber por qué. ¿Le parecería lo normal? ¿Le daría igual? ¿Sabía la respuesta y no quería oírla por no tener que rechazarme? Como fuese, el avergonzarme y esconderme no me llevaría a ningún lado. Estaba aterrada, pero no dispuesta a huir. No de él.

—¡No! ¡Después de todo lo que me has dicho, tengo aún más ganas de conocerles!

—¡Sólo te he dicho que son pesados y que se meten en todo! ¿Eso es lo que quieres presenciar?

—También me has dicho que son bienintencionados y que se vuelcan mucho contigo. Además, suena como si fuesen divertidos.

—Supongo que lo son.

Por alguna razón, la intensa nevada que lo había cubierto todo, no había llegado allí. Era una zona cálida y húmeda y que, de algún modo, me hacía sentir algo tensa; como si el lugar estuviese cargado de misticismo.

—Está bien. Tú lo has querido. Te presento a mi familia.

Tenía razón. No estaba preparada para eso.

De pronto, un temblor salvaje sacudió el suelo, un brutal griterío lo sacudió todo y como doscientas manos frías, rugosas y sospechosamente duras tocaron mi rostro, mis brazos, mi espalda, mi cabeza y hasta mis piernas. ¿Ésa era su familia? ¡¿Cuántos se suponía que eran?!

—¡Ya está bien! Dejadle espacio, ¡la estáis agobiando!

Kristoff me rodeó con su cuerpo a modo de escudo y, por fin, se hizo algo de silencio.

—Así que finalmente has encontrado a alguien que te importa, ¿eh? —comentó con un tono entre burlón y cariñoso una voz madura de mujer.

—Ma, ésta es Anna.

"No lo ha negado... Espera, ¿ma? Vale, ahora estoy nerviosa."

Kristoff deshizo cuidadosamente el escudo humano que me había proporcionado y la mano de una persona extremadamente bajita tomó la mía.

—Perdona por el alboroto, querida. Es la primera vez que este muchacho trae a alguien que no tenga astas.

—No... no se preocupe.

—Oh, vamos. Tutéame. ¿Tan mayor me ves?

—No te ve, Bulda. —La voz de un anciano irrumpió haciendo patente mi pequeño problemilla.— Su mirada está helada.

No lo vi venir. ¿Sabía ese señor lo de Elsa?

—¿Qué quieres decir, Gran Pabbie? —preguntó Kristoff intrigado.

—Exactamente lo que he dicho. Su mirada está helada. Alguien ha puesto hielo en ella, y, me temo que no será fácil devolverle la luz.

—¿La luz? ¿Puedo volver a ver?

"¡¿De verdad?!"

Hasta entonces, había ansiado recuperar la vista. Quería volver a ver el mar, el atardecer, las nubes, las caras de la gente... Pero, en aquel momento, lo deseaba más que nunca. Quería verle a él. Quería ver sus ojos. Quería saber cómo me miraba. Quería verle sonreír."

—Es posible, pero sin duda complicado.

—¡¿Qué debemos hacer, Pabbie?!

—Ay, hijo. Lo único que puede descongelar una mirada helada, es poder ver el amor de verdad.

El amor es ciegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora