Capitulo 3

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— ¿Pierna de cordero, joven?

Jimin apartó la vista de la ventana del carruaje para echar un vistazo al enorme pedazo de carne que sostenía sir Namjoon.

— No, gracias — murmuró.

La expresión esperanzada del caballero desapareció, y se sintió tentado de aceptar. Pero sus manos temblaban, sentía un hormigueo en el estómago y no quería arriesgarse a manchar su preciosa vestimenta nueva ni siquiera con una gota de grasa.

Mientras sir Namjoon ahondaba de nuevo en el cesto de comida aparentemente sin fondo que había comprado en el último pueblo por donde habían pasado, Jimin se estiró la falda, maravillándose de la falta de huellas de deditos fangosos en sus pliegues de terciopelo afelpado verde. Sabía que no era una belleza como Hye o Taehyung, pero arreglado de esa manera, casi podía imaginarse que lo era. No se había sentido tan feliz desde aquel remoto día en que Young-mi había llegado a Bedlington para casarse con su padre.

Jimin sonrió, divertido por la ironía. Hoy era él quien se balanceaba en un espléndido carruaje tirado por seis preciosos corceles. Era él quien iba escoltado por un séquito de caballeros que llevaban pendones ondulando al viento, adornados con el estandarte de su señor: un magnífico ciervo rojo rampante sobre un fondo dorado. Era él quien corría hacia los brazos del hombre que lo había hecho su esposo. Su corazón latía al mismo ritmo que los cascos de los caballos mientras se inclinaba hacia la ventana para abrazar con la vista aquella fresca tarde de otoño.

Al viajar hacia el norte, habían dejado atrás los inmensos árboles del bosque de Bedlington, que habían cedido el puesto a las onduladas colinas y a los escarpados riscos de Northumberland. Un atisbo de nieve adornaba un pico lejano.

— ¿Dulce de higo? — Sir Namjoon se inclinó hacia delante para pasarle el dulce debajo de la nariz, como si quisiera tentarlo con su rico aroma de nuez moscada.

Él movió la cabeza, suavizando su negativa con una educada sonrisa.

Volvió a meter las manos en el cesto, murmurando algo que sonó curiosamente como:
«Colgará mi cabeza en el gran salón, seguro».
El mundo entero de Jimin se inclinó cuando el carruaje empezó a subir colina arriba por el camino sinuoso y con fuerte pendiente. Se echó hacia atrás en el asiento y se cubrió la cabeza con la capucha de su capa adornada con piel, temblando en parte de alegría y en parte de aprensión.

Todo lo que sabía del misterioso señor que era ahora su esposo era que se trataba de un hombre generoso. Tan pronto como el mayordomo le había hecho llegar la noticia de que él había accedido a convertirse en su esposo, envió no sólo el carruaje y los caballeros, sino también un carro cargado con dos pesados cofres llenos a rebosar de exquisitos vestidos de terciopelo, seda y damasco; media docena de zapatos de la piel de gamuza más suave y varios frascos de perfumes preciosos y especias raras.

La visión de toda aquella abundancia esparcida por el gran salón había hecho que Young-mi se volviera verde de remordimiento, Dakho verde de celos y Taehyung verde de envidia. Young-mi se había lamentado enormemente de no haber pedido un precio más alto, mientras Dakho se ponía de muy mal humor y Taehyung subía corriendo las escaleras gritando que Jimin le había quitado al hombre que debía haber sido su marido.

Jimin acarició los flecos de visón que colgaban de las mangas de su vestido, sonriendo con ironía. Si no hubiera sido por la extravagancia de su marido, habría llegado al castillo con sus escasas pertenencias atadas en un hatillo al final de un palo. Tal vez pensaba que él era del tipo de omega que se dejaba conquistar por la caricia de la seda en su piel o por el aroma embriagador de la mirra. Esperaba que él estuviera contento al comprobar que su afecto podía conseguirse por mucho menos, sólo con su devoción.

— ¿Un dulce?

— No — dijo Jimin bruscamente, cada vez más asombrado por la insistencia del caballero -. No tengo ni pizca de hambre.

Su rechazo hizo que la boca del alfa languideciera de desánimo. Por primera vez Jimin siguió el recorrido de sus pestañas y este lo llevó hasta su vestido. Lo miró, interrogador, y se dio cuenta de que le iba muy grande, como si hubiera sido confeccionado pensando en otro tipo de cuerpo. Él siempre se había sentido insignificante, al lado de sus robustos hermanos. Dakho se había burlado de él muchas veces, diciendo que era tan huesudo como una vara de sauce y mucho más nudoso. Quizá lord Yoongi prefiriera una omega robusta, con caderas anchas y con pechos tan rollizos como los prometedores senos de Hye. Pero él no tenía nada de eso y mucho menos era una mujer, solo cargaba una retaguardia que siempre intentaba ocultar de la mirada de quien sea que fuera, suficiente tenía con Dakho molestándolo todos los días para aumentar a alfas desconocidos y asquerosos.

«El pobre no puede evitar su aspecto.»
El murmullo compasivo de Young-mi resonó tan claramente, que a Jimin no le hubiera sorprendido encontrar a su madrastra colgada del techo del carruaje como alguna malevolente arpía.

Todavía impresionado, cogió el dulce de la mano del caballero y se lo tragó de un solo bocado. Pareció tan satisfecho que también aceptó el dulce de higo que este tímidamente le ofreció. Pero cuando rescató la pierna de cordero de la cesta y se la ofreció, Jimin perdió de golpe el poco apetito que pudiera tener.

Sus dudas volvieron a hacerlo sentir como el niño que tiraba de la mano de su padre.

«¿Me querrá la señora Young-mi?»

«Por supuesto, cariño. ¿Cómo podría alguien no querer al príncipe de papá?»

Una vez fue tan ingenuo que se creyó una mentira como aquella. Si se había vuelto a engañar, tendría toda una vida por delante para arrepentirse de su temeraria decisión.

— Contadme más cosas acerca de lord Yoongi — pidió -. Me habéis explicado todo lo referente a su valor en combate y a su devoción al rey y a la patria, pero aún no sé qué clase de alfa encargaría a otro que le escogiera pareja.

Sir Namjoon le dio un pensativo mordisco a la pierna de cordero.

— Un hombre prudente.

Un escalofrío le recorrió la espalda. Quizá no era él quien tenía algún defecto, sino su esposo.

— ¿Acaso es — se inclinó hacia delante en el banco, casi sin atreverse a expresar sus sospechas en voz alta -... mal parecido?

Sir Namjoon casi se atraganta con el pedazo de cordero.

— Yo no diría exactamente eso.

Jimin encontró su respuesta poco reconfortante.

— ¿Quedó desfigurado en la guerra? ¿Perdió algún miembro? ¿Un ojo? — Ocultó un escalofrío -. ¿La nariz?

Namjoon movió la boca como si estuviera reprimiendo una risa.

— Os aseguro, señora, que lord Yoongi regresó de Francia con todas sus partes vitales intactas.

Jimin frunció el ceño y se preguntó qué partes serían vitales para un alfa.

— ¿Y qué hay de su temperamento? ¿Es amable? ¿Es un hombre justo? ¿O es dado a jurar y a sufrir violentos ataques de ira?

— Mi señor sería el primero en aseguraras que no es hombre dado a la bebida, a la ira incontrolada ni a la blasfemia — dijo Namjoon parpadeando.

Jimin se reclinó en su asiento y cruzó las manos en el regazo.

— Supongo que un omega no puede pedir más a su alfa.

Y sin embargo quería más. Mucho más. Una visión efímera de su príncipe flotó delante de sus ojos y le provocó una agridulce punzada de anhelo. Nunca volvería a oír el eco de su risa. No volvería a probar el dulce sabor de sus besos imaginarios. Había llegado el momento de cambiar sus sueños de niño por un alfa forjado de carne y sangre, nervios y huesos. Cerró los ojos para despedirse de su príncipe con un suspiro melancólico.

Estaba decidido a convertirse en un buen esposo para el tal lord Yoongi. No importaba si era viejo o achacoso, si tenía el labio leporino o si estaba desfigurado a causa de las batallas libradas por el rey o por la patria. Si él estaba dispuesto a ofrecerle su total devoción al omega y sólo a él, Jimin haría lo mismo por él.

Fortalecido por su decisión, Jimin abrió los ojos. O por lo menos creyó que lo hacía. Pero la visión que contempló por la ventana del carruaje lo convenció de que debía estar soñando.

Un castillo parecía flotar sobre el acantilado que dominaba las resplandecientes aguas del río Tyne. No se parecía en nada a la destartalada fortaleza de su padre. Graciosas torres redondas apuntaban hacia las nubes, coronadas por tejados cónicos de pizarra gris. Un muro almenado abrazaba el macizo palacio, como si se tratara de una cortina de piedra.

Jimin parpadeó. Porque ¿quién, aparte de un príncipe, podría vivir en tan majestuosa morada? No se dio cuenta de que había formulado esta última pregunta en voz alta hasta que sir Namjoon le respondió:

— Vos, por supuesto.

Desvió su mirada asombrado hacia el caballero. Su sonrisa tensa hizo que un escalofrío de presentimiento le recorriera la espalda.

— Porque esa majestuosa morada es Elsinore, y vos, querido, sois su nuevo señor.

— ¡El carruaje se acerca! ¡El carruaje se acerca!

Cuando el grito del vigía resonó desde la torre de vigilancia, seguido del trompetazo ensordecedor de un cuerno de caza, Yoongi bostezó y estiró sus largas piernas sin intención de moverse de la silla. Durante la pasada semana, Jungkook lo había engañado dos veces con una treta similar. Cuando salió de la habitación la primera vez, resbaló con las tablas cubiertas de mantequilla y cayó escaleras abajo. Si la pared no hubiera frenado su caída, habría podido desnucarse. La segunda vez que el cuerno sonó, se lo tomó con más calma. Bajó con pies de plomo las escaleras, mirando antes de doblar las esquinas, hasta que el cerdo engrasado que Mary Margaret había atraído hasta el gran salón con un puñado de bellotas salió a la carrera entre sus piernas y lo derribó.

Había resistido muchos sitios durante la defensa de las propiedades del rey en Guienne y en Poitou, pero nunca había tenido que enfrentarse a uno tan prolongado ni tan implacable. Desde que Namjoon partiera a buscar una madre para sus hijos, Yoongi había llevado la mayor parte de sus asuntos desde la torre, y sólo se había atrevido a abandonar su santuario cuando era noche cerrada y los niños dormían.

Una mañana, cuando estaba a punto de amanecer, se había deslizado en el laberinto de habitaciones interconectadas que compartían, y los había encontrado a todos hechos un ovillo como una camada de cachorros en una enorme cama con dosel. Sobre el pecho de Jungkook se extendía el pelo dorado de Mary Margaret, que aún tenía el pulgar entre sus pequeños labios rosados. Un débil ronquido salió de la boca abierta de Jungkook. Estudiando las mejillas pecosas y la nariz chata de su hijo, Yoongi sacudió la cabeza, maravillado de que un rostro tan angelical pudiera ser capaz de tantas diabluras.

El sentimiento de impotencia que le atormentaba era totalmente ajeno a su naturaleza. Sabía todo lo necesario para ser un guerrero, pero no sabía nada acerca de la paternidad. ¿Cómo podía ser que fuera capaz de mandar una legión de doscientos de los hombres más poderosos y aguerridos del rey, y en cambio no pudiera engatusar a un muchachito escuálido para que cumpliera la orden más sencilla?

Estaba a punto de colocar en su sitio un mechón despeinado del cabello castaño del muchacho, cuando Mary Margaret abrió sus ojos de color azul brumoso.

— ¿Papá? — murmuró -. ¿Eres un «faztasma»?

— No, preciosa — susurró -. Sólo un sueño.

La niña cerró los ojos y volvió a dormirse con un suspiro satisfecho, y Yoongi salió de la habitación sin hacer ruido.

El grito del vigía no se repitió. Yoongi se acomodó más profundamente en su asiento y apoyó la barbilla en el pecho, esperando poder echar un sueñecito. El sueño se había convertido en un premio esquivo desde que se dedicaba a deambular durante la noche, rondando, por su propio castillo como si fuera un fantasma sitiado.

Cuando sonó un golpe en la puerta, se puso en pie de un salto, cogiendo la espada instintivamente.

— ¡Señor, señor! — gritó Minha, y su acento irlandés quedó amortiguado por la gruesa puerta de roble -. ¡Vuestro estandarte ha sido avistado en la carretera que viene del sur a menos de una legua de aquí! ¡Es vuestra pareja!

Su pareja. Divertido por la idea, Yoongi depuso la espada lentamente. No había tenido una pareja que pudiera llamar propia desde que Margaret había muerto, hacía ya seis años.

Podía oír a la vieja niñera cloqueando con impaciencia mientras retiraba el sólido banco que había usado para bloquear la puerta y levantaba el travesaño. Minha estaba en el rellano, retorciendo el delantal entre sus manos nudosas.

— ¡Es vuestra pareja, señor! ¡Por fin llega!

Yoongi cogió rápidamente su jubón color borgoña del respaldo de la silla y se lo puso encima de la camisa. Mientras sus largos dedos luchaban con los botones de marfil de la túnica perfectamente entallada que se acampanaba ligeramente a la altura de las caderas, deseaba estar poniéndose la cota de malla, la coraza y el yelmo para entrar en combate, en vez de salir sin armadura ni armas a recibir a su nuevo esposo. Miró anhelante su espada, sabiendo lo vulnerable que se sentiría sin sentir su peso familiar en la cadera.

— ¿Se ha reunido a los niños para que reciban a su nueva madre, tal como ordené?

— Sí, señor. A todos. Incluso los bebés. — Minha le sonrió, temblando de alegría ante la idea de tener de nuevo a un omega en el castillo, sea mujer u hombre. Había adorado a sus dos primeras señoras, y le había dolido tanto como a Yoongi cuando habían muerto, tan jóvenes y de manera tan trágica.

Se colgó una cadena de plata trenzada alrededor de las caderas, y se arregló un poco el pelo.

— Supongo que debo pasarles revista antes de que llegue. Un guerrero nunca envía a sus hombres a la batalla sin darles unas cuantas palabras de consejo y aliento.

— Sí, y seguro que estarán ansiosos de vuestros consejos, milord — prometió Minha.

Un hombre menos cauto hubiera estado dispuesto a creerla, pensaba Yoongi mientras recorría la distancia que le separaba del patio interior, mirando a los niños reunidos en el recinto amurallado. De hecho formaban ya algo muy parecido a una fila. Minha trajo a los más pequeños de la tropa y los entregó a miembros del servicio, haciendo malabarismos. Del más grande al más pequeño, los niños miraban al frente sin atisbo de nerviosismo ni risitas entre ellos. La inocencia de sus rostros hizo que Yoongi se sintiera realmente inquieto.

Aunque Jungkook parecía igual de inocente que sus hermanos, el cuervo con las alas entablilladas que estaba posado en su hombro miraba a Yoongi fijamente, y la cola del animal que salía del cuello de la túnica del chico se movía con inquietud.

Yoongi decidió prudentemente que era mejor no hacer preguntas sobre el origen del animal, así que cruzó las manos a la espalda y se inclinó para olisquear el cuello sucio del muchacho rubio y esbelto que había al lado de este.

— Y ¿cuándo fue la última vez que te bañaste, joven Jackson?

El muchacho contó con los dedos.

— Menos de quince días. Pero yo no soy Jackson, señor. — Le dio un codazo al muchacho macizo que estaba a su lado, lo que provocó un ahogado «ay» -. Él es Jackson.

— Hmmmmm... — Yoongi ocultó su disgusto dedicando una mirada ceñuda a Jackson. El chico tenía piernas robustas, y el cabello liso Y grueso de color canela, lo que le daba el aspecto de alguien que llevara un cuenco de barro en la cabeza.

— ¿Así que tú eres Jackson?

— Sí, señor.

— No hace falta que me llames señor. Puedes llamarme papá.

— Sí, señor.

Yoongi suspiró. Le empezaba a doler la cabeza. No podía presentar a los niños correctamente a su cariñosa nueva madre si no era capaz de recordar sus nombres.

Salió del apuro con una convincente mentira.

— Antes de entrar en combate, es habitual que todos los hombres que luchan bajo mi estandarte griten su nombre. ¿Os gustaría probarlo?

Los niños se inclinaron hacia delante y giraron el cuello hacia la derecha, buscando al muchacho que dirigía sus filas. Este se encogió de hombros de mala gana, y después obedientemente gritó:

— ¡Jungkook!

Los otros siguieron su ejemplo.

— ¡Jennie! ¡Mary! ¡Jackson! ¡Jaebeom! ¡Felix! ¡Mary Margaret! ¡Meg! ¡Margery! ¡Woozy!

Los dos bebés añadieron un «gu gu» y un gorgorito. Minha le dedicó a Yoongi una sonrisa tan desdentada como la de los bebés

— Estos dos pequeños ángeles se llaman Hwasa y Huening Kai.

Yoongi encogió su nariz. El dolor de cabeza era ahora más fuerte, y acompañado de palpitaciones en la sien, y sin embargo, aún no era capaz de reconocer a sus propios hijos entre un montón de extraños. Por todos los demonios, ellos eran un montón de extraños.

Intentó una sonrisa.

— Buen intento. ¿Qué os parece si lo volvemos a intentar?

— Claro, estúpido — murmuró Jungkook -. No tenemos nada mejor que hacer.

Yoongi le miró con los ojos entornados.

— ¿Qué has dicho, muchacho? — El chico le devolvió una sonrisa de querubín.

— He dicho que será un placer.

Antes de que Yoongi pudiera hacer frente a su insolencia, un poderoso trompetazo del cuerno del vigía contagió un temblor de excitación por todo el patio.

El sonido de las cadenas fue seguido por el crujido del rastrillo de la puerta exterior, al subir rechinando pulgada a pulgada. El tintineo musical de las espuelas y el rítmico golpear de los cascos anunciaban la llegada del carruaje.

Yoongi se colocó en la fila entre Jackson y Mary, prefiriendo estar entre sus tropas. Cuando el séquito de caballeros se dispersó y el carruaje finalmente se detuvo, se estiró el jubón e intentó alisarse una barba que ya no tenía. Aún no se había acostumbrado a su mandíbula afeitada, pero dada la tendencia alarmante de su barba a incendiarse siempre que su descendencia estaba cerca, había decidido acostumbrarse.

No era una persona dada a ponerse nerviosa. Pero Minha se dio cuenta de su inquietud y le puso el bebé más pequeño en los brazos. Yoongi no se habría sentido más aterrorizado si le hubieran puesto en los brazos una cabeza cortada. Intentó sostener a la criatura con el brazo estirado, pero cuando empezó a retorcerse, se lo puso debajo del brazo como si fuera una de esas vejigas secas de cerdo que sus escuderos lanzaban con la mano o con el pie durante horas.

Exasperada, Minha rescató al fardo envuelto en mantas, y se lo colocó limpiamente en el hueco del brazo.

— No os inquietéis, milord — canturreó en voz baja, mientras se ponía de puntillas para pellizcarle la mejilla -. Todavía no he conocido a ninguna muchacha que pueda resistirse a un tipo fornido con un bebé en brazos.

Yoongi abrió la boca para replicarle que la última cosa que deseaba era una pareja que lo encontrara irresistible, pero ya era demasiado tarde. Además, según los comunicados de Namjoon, aquella persona que venía en el carruaje no era una mujer, sino un hombre.

Un escudero ansioso ya se había abalanzado sobre el carruaje para abrir la puerta, y había dejado al descubierto un pie esbelto calzado con un zapato de piel de gamuza.

𝕯𝖚𝖊𝖑 𝖉𝖊 𝖕𝖆𝖘𝖘𝖎𝖔𝖓𝖘 [Yoonmin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora