Durante el quinto día del sitio, Yoongi se mantuvo al acecho en las sombras de la despensa, y su enfado iba en aumento mientras escuchaba el desvergonzado crujido de la rata que había bajado las escaleras minutos antes de que él llegara.
Ya no podía negarlo por más tiempo. Había un traidor entre ellos. Sus sospechas se habían visto confirmadas aquella misma tarde, cuando un apenado sir Darrin le había llevado el informe a la torre.
— Es tal como sospechabais, señor — reveló el canoso y viejo caballero -. En el último recuento hemos echado a faltar dos quesos, seis lonchas de tocino, cinco barras de pan de cebada, un barril de pescado salado y un jamón ahumado.
— ¡Lo sabía! — Exclamó Yoongi, golpeándose con un puño triunfal la palma de la otra mano — Esos niños consentidos tenían que haber levantado la bandera blanca la primera noche que pasaron sin su pastel de higo. Era imposible que hubieran repelido nuestros ataques durante tres días si no hubieran obtenido comida de alguna parte. — Contempló fijamente al caballero con una mirada severa -. O de alguien.
Sir Darrin dio un involuntario paso atrás.
— La bodega de las especias ha estado cerrada todo el tiempo, señor, tal como ordenasteis. Nadie puede haber entrado, excepto los que tienen la llave. ¿Queréis que aposte un centinela?
Yoongi se acarició la barbilla mientras ponderaba las palabras del anciano.
— No será necesario. Me ocuparé del asunto yo mismo.
Cuando el caballero se dio la vuelta para retirarse rápidamente, Yoongi se fijó en algo que colgaba de su cabeza.
— ¿Qué es lo que te cuelga del pelo?
— Es una pluma de ganso, milord — admitió. Intentó sacársela de un golpe, pero la suave pluma estaba bien sujeta a sus mechones grises por un pegajoso grumo de brea.
— La casa de la guardia sufrió un asalto la pasada noche, mientras el centinela dormía.
La avergonzada confesión del anciano hizo que Yoongi se sintiera todavía más dispuesto a encontrar al traidor a toda costa. El crujido que venía del fondo de la bodega cesó de repente. Al golpe sordo de la puerta al cerrarse siguió, al cabo de poco, el furtivo sonido metálico de una llave abriendo la puerta. Yoongi se apretó contra la pared y apoyó la mano en la empuñadura de la espada.
Su presa empezó a bajar las escaleras, canturreando una canción irlandesa desafinada que Yoongi conocía a la perfección. De entrada se le abrió la boca de asombro, pero enseguida la cerró, y dibujó una sonrisa sardónica. Esperó hasta que el intruso pasara ante él para salir de su escondite en las sombras y decir:
— ¿Hambrienta, Minha?
La asustada anciana soltó un grito y se volvió hacia él, al tiempo que dejaba caer todo lo que había escamoteado. Yoongi empujó con el pie un huevo roto.
— Gracias a Dios que no llevabas a alguno de los bebés. — Examinó las pérdidas, chasqueando la lengua de pena por los trágicos restos mortales de varios pasteles de carne, una tajada de buey en salazón y un saco de manzanas -. Soy un desconsiderado. Parece que he estropeado tu cena.
La boca de la vieja se frunció en un puchero que hubiera hecho a Mary Margaret sentirse orgullosa.
— Mi madre siempre me dijo que tenía un apetito endiablado.
— Endiablado, sin duda — dijo Yoongi levantando una ceja -. Aunque hubiera creído que incluso el más voraz de los apetitos se habría saciado con dos quesos, seis lonchas de tocino, cinco barras de pan de cebada, un barril de pescado salado — su voz subió de volumen hasta convertirse en un trueno — y un jamón ahumado.
Minha tendió sus brazos marchitos en señal de rendición.
— Vamos — gimoteó -. Llamad a los soldados. Cargadme de cadenas y arrojadme a las mazmorras. Os prometo que iré en silencio. Que dejaría que me coman las ratas es lo que merezco por llevar suministros de contrabando al enemigo. — Se secó la nariz con la puma del delantal — Soy una anciana. No iba a vivir mucho más de todos modos.
Yoongi miró al cielo, exasperado por el teatro que hacía la mujer
— No seas ridícula. No tengo ninguna intención de llevarte a la mazmorra por haber alimentado a mis hijos. De hecho, no te culpo por ponerte de su parte en este conflicto. Después de todo, tú eres la que los has criado durante todos estos años que pasé en la guerra.
— ¿Los niños? — repitió Minha, y su pose de sufridora cambió instantáneamente por una actitud fiera -. Les he enseñado a defenderse por sí mismos desde que nacieron. Sólo el pequeño Jaebeom ya podría alimentarlos durante meses cazando palomas. — La anciana se incorporó hasta su altura máxima, lo que situó su moño más o menos a la altura del pecho de Yoongi, y le amenazó con un dedo -. No lo he hecho por vuestros hijos. Lo he hecho por él.
— ¿Él? — repitió Yoongi débilmente, temiendo ya la respuesta de Minha.
— Sí, él. Vuestro esposo. Es del lado de ese pobre muchacho que me pongo, y ya os digo que no soy la única. Después de ver el modo despiadado en que lo habéis tratado, la mayoría de los omegas y del castillo piensan como yo.
— Supongo que eso explica porque mis jubones vuelven de la lavandería sin botones.
Minha ladeó la cabeza, y sus ojos como cuentas la hacían parecerse mucho al cuervo de Jungkook.
— ¿Recordáis la noche en que nos conocimos?
— Me gustaría olvidarla. — Yoongi se frotó la sien con la palma de la mano -. Me golpeaste en la cabeza con una tetera de hierro.
La noche en que Yoongi se había apoderado de Elsinore, él y sus hombres habían logrado abrirse camino a través de las desanimadas defensas de su hermano sin apenas un rasguño. Pero al entrar en las cocinas, Yoongi había sido derribado por un espíritu que aullaba. La espada se le cayó de la mano y se encontró sentado en el suelo, apretándose las orejas con las manos, para acallar aquel zumbido que le martirizaba. Minha sacudió la cabeza.
— Los que llevábamos en Elsinore el tiempo suficiente para recordar lo que vuestro padre había hecho, estábamos seguros de que arrasaríais el castillo y nos mataríais a todos. Cuando os aporreé con aquella tetera, estaba temblando hasta los pies. Sabía que era sólo cuestión de tiempo que recuperarais la sesera y me cortarais la cabeza
— Tal como yo lo recuerdo, mujer, eras tan fresca y descarada como ahora. Golpeaste el suelo con el pie y me acusaste de haber abollado un pote estupendo.
En aquel momento, Yoongi había dejado caer la cabeza hacia atrás y se había reído a carcajadas. Sonrió al recordarlo.
— Nunca olvidaré cuando te arrodillaste, me pusiste la cabeza en tu regazo y me arrullaste diciendo:
«Pobre muchacho, te he vuelto estúpido del golpe, ¿verdad?».
— Y cuando reclamasteis el castillo para vos — añadió Minha -, ¿quién fue la que habló en vuestra defensa? «Es un bastardo por nacimiento», les dije, «pero no por naturaleza, como ese malvado hermano suyo.»
El hermanastro de Yoongi había sido un tirano despótico, igual que lo había sido su padre y, en realidad, la mayor parte de los habitantes del castillo se alegraron de librarse de él.
— Nunca me hubieran aceptado como señor con tanta facilidad si no hubieras sido mi paladín.
Minha asintió con la cabeza, como una santurrona.
— Siempre os he puesto por los cielos por vuestra amabilidad y gentileza hacia vuestras dulces esposas. Y en todos estos años, nunca me habéis dado motivo para lamentar mi lealtad o para avergonzarme de vos. — Levantó un dedo tembloroso a la altura de su cara — Hasta ahora.
Yoongi a duras penas pudo resistir el impulso de bajar la cabeza como si fuera un paje arrepentido. Casi prefería perder el favor del rey que soportar uno de los discursos de Minha. Su mortificación aumentó cuando se dio cuenta de que el labio inferior de la beta empezaba a temblar.
— Me avergüenzo de vos. Dejar que esos mocosos se rieran del pobre muchacho, que lo único que quería era ser un buen esposo para vos. Cuando pienso en la cara del pobre cuando entró en el salón todo lleno de miel, y lo único que hicisteis fue mirarle con aquella sonrisa satisfecha... Me recordó a lo que vuestro padre hubiera hecho, sí, eso es.
La cara de Minha se llenó de arrugas justo antes de empezar a llorar. Cuando Yoongi intentó consolarla, se echó el delantal por encima de la cabeza y salió corriendo por el pasillo oscuro, llorando desconsolada.
Cuando el último eco de sus sollozos se hubo apagado, Yoongi se derrumbó contra la pared, muy conmovido. Había intentado no perpetuar el legado de su padre, pero el viejo parecía perseguirle por los rincones.
Yoongi había sentido mucho que su padre no hubiera vivido lo suficiente para poder notar el hierro de la espada de su hijo en el cuello, cuando le hubiera reclamado que le entregara todas sus posesiones. Se había escapado de aquel trago al morir en los brazos de un criado rollizo, en mitad del fragor de la contienda amorosa. Se rumoreó que el criado había dicho que el viejo cabrón cachondo estaba igual de tieso muerto que vivo. Su leyenda no hizo más que crecer cuando el criado dio a luz a su último bastardo.
Aquellos bastardos estaban desperdigados por toda Inglaterra. Yoongi no podía mirar a los ojos a cualquier persona, incluso al más humilde de los aldeanos, sin pensar que tal vez estaba hablando con alguno de sus hermanos o hermanas.
Se apartó el pelo de la cara con los dedos. Tal vez Minha no tuviera tan mal concepto de él si supiera lo que le estaba costando no caer en los mismos pecados que su padre.
Yoongi siempre se había sentido orgulloso de luchar con honor en el campo de batalla, pero si tenía intención de acabar con este conflicto, no podía permitirse luchar limpio. Los ojos se le empequeñecieron al fijar la vista en el pasillo por donde había desaparecido Minha. Parecía que Jimin había encontrado una devota aliada en sus filas. Tal vez no era demasiado tarde para que él encontrara un aliado en las suyas.
Durante el sexto día del sitio, Taehyung levantó la parrilla de hierro que cubría el techo del retrete, sacó la cabeza y miró a ambos lados. Después de asegurarse de que no había soldados en las murallas, se levantó las faldas y trepó hacia la libertad, aspirando grandes bocanadas del aire helado que azotaba las almenas.
No hubiera podido soportar ni un minuto más en compañía de aquellos mocosos maleducados. Si se quedara, sería capaz de estirar del pelo a Mary Margaret hasta dejarla calva. O hacerle tragar a Jaebeom una de sus medias para que dejara de charlar un rato.
Caminó deprisa por las almenas, llevado por su enfado. Jungkook era el más insoportable de todos, siempre dándole órdenes como si fuera ya señor del castillo, en vez de simplemente un escuálido muchachito de su misma edad. Además, últimamente su voz había desarrollado una extraña tendencia a romperse cuando él se acercaba, lo que le hacía croar como una rana justo cuando más altanero pretendía ser.
Pero si ayer mismo él le había ordenado que Tae se había visto forzado a sentarse encima de él para reducirle, hasta que Jimin lo llamó a gritos, y se dio cuenta de que había olvidado durante un satisfactorio momento que aquella pelea no era propia de su dignidad.
¡Y Jimin! ¿Quién podía entender a su hermanastro? Taehyung suspiró y sus pasos se hicieron más lentos, hasta convertirse en un distraído vagar. Si lord Yoongi quisiera conquistarlo a él, se rendiría en sus brazos y en su cama sin un grito de protesta.
— ¿Tae?
El ronco susurro llegó hasta sus oídos, y le provocó un escalofrío que no tenía nada que ver con la fresca brisa que acariciaba su piel. Se envolvió con más fuerza en la capa, mientras el objeto de sus perversas fantasías aparecía lentamente de detrás de una chimenea. Con el instinto muy desarrollado para su edad, se dio cuenta enseguida de que no se encontraba frente a lord Yoongi, el guerrero, sino frente a lord Yoongi, el alfa. El hombre que había engendrado una docena de hijos en sólo Dios sabía cuántas parejas de un solo momento. El hombre que podía empuñar su encanto de la misma forma despiadada con que empuñaba su espada.
Dio un cauteloso paso atrás, preparándose para huir. La sonrisa seductora y la mano extendida de Yoongi cortaron su retirada de forma más efectiva que una guarnición entera de soldados. Los oscuros ojos azules del señor del castillo brillaban de buen humor.
— No tienes nada que temer, chiquillo. Contrariamente a lo que tu señor te pueda haber dicho, no soy tu enemigo.
Taehyung lo miró parpadeando de admiración, deseando más, que nunca contarle la verdad. Que él no era un sirviente de Jimin, sino su hermano. El hermano a quién él hubiera debido jurar sus votos y su amor desde el primer momento. Pero en el último instante, un maldito sentimiento de fidelidad hacia Jimin lo detuvo. Sin embargo, esa misma lealtad no le impidió humedecerse los labios con la lengua ni retirarse la capucha de la cara, para que su pelo plateado volara con la brisa. Después de todo, pensó, aplastando una punzada de culpabilidad, Jimin había dicho que se lo regalaba.
— ¿Cómo podría estar asustado ante vos, señor, que sólo me habéis mostrado amabilidad? — ronroneó, mientras se aflojaba la capa. Yoongi, divertido, hizo descender una mirada hasta sus caderas para recompensarlo por sus esfuerzos
— ¿Tenéis algún mensaje para mi señor?
— Oh, tengo varios mensajes para vuestro señor. — Su boca, entreabierta en un dulce puchero, se apretó, lo que provocó otro leve estremecimiento en Taehyung -. Pero soy lo suficientemente paciente para esperar hasta que pueda entregárselos con mis propios labios.
— Entonces, ¿por qué me habéis asaltado? — preguntó casi sin aliento, saboreando el sonido de esa palabra en sus labios.
— Porque quiero proponerte una tregua. — Se inclinó hacia él y le guiñó el ojo -. Sólo entre nosotros dos.
— ¿Nosotros dos?
Cuando él asintió, Taehyung miró furtivamente hacia atrás. Sería muy propio de Felix o Jaebeom salir por la trampilla del retrete y descubrirlo conversando con el enemigo. Al notar su reticencia, Yoongi se retiró hacia la chimenea y le hizo una señal con el dedo para que lo siguiera
Taehyung dudó, dividido entre la fidelidad que sentía hacia el chico que lo había criado, y el irresistible hoyuelo que acababa de aparecer en la mejilla de lord Yoongi.
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𝕯𝖚𝖊𝖑 𝖉𝖊 𝖕𝖆𝖘𝖘𝖎𝖔𝖓𝖘 [Yoonmin]
Fanfic윤민; adaptation Lord Yoongi de Elsinore, el más temible guerrero de inglaterra, no sabe cómo enfrentarse a sus indomables retoños. La única solución es buscar para ellos un padre o madre omega, una persona sensata que sepa educarlos, pero que sobre t...