Jimin hundió los dientes en la manzana que acababa de confiscarle a un paje cuando este estaba a punto de lanzársela a Jungkook en la cabeza. El muchacho y sus compañeros se dispersaron rápidamente después que Jimin les hubo desarmado, dando patadas al suelo y protestando porque les privaban de lanzar manzanas y coles podridas al malhumorado prisionero.
Cuando el sol empezó a esconderse tras la torre oeste, y el frío se hizo más intenso, el resto de la multitud se dispersó también, aburrido del monótono espectáculo que ofrecía Jungkook, que miraba ferozmente a Jimin, y Jimin, que alegremente le ignoraba. Pronto se quedaron los dos solos en el patio, y su silencio quedaba enfatizado por los distantes acordes musicales y sonidos de alegría que llegaban desde el gran salón.
El cuervo de Jungkook, subido al siniestro brazo de una horca, parecía más dispuesto a meter la cabeza debajo del ala y dormir un poco que a sacarle los ojos a Jimin.
Jimin estaba sentado con la espalda apoyada en el poste de los azotes, y con la falda doblada sobre las piernas estiradas. Desde el rabillo del ojo, vio cómo la hambrienta mirada de Jungkook seguía el rastro de una gota de zumo de manzana que resbalaba por su barbilla.
— ¿Te apetece un mordisco? — preguntó Jimin, sosteniendo la manzana debajo de su barbilla.
El chico le mostró los dientes, para advertirle de que preferiría arrancarle el cuello de un bocado. Él se encogió de hombros.
— Me imagino que tus hermanos y hermanas, a esas horas, estarán disfrutando de algunas granadas bien hermosas y de pasas azucaradas. Si quieres unirte a ellos, lo único que tienes que hacer es pedir disculpas.
— Prefiero pudrirme aquí.
Jimin lanzó el corazón de la manzana bien lejos mientras intentaba esconder una sonrisa de satisfacción. Eran las primeras palabras que pronunciaba desde que sus aullidos de furia se habían convertido en un silencio de enfado.
— Creo que eso se podría conseguir. Aunque sospecho que tu padre protestaría cuando los buitres empezaran a arrancarte la carne pegada a los huesos.
— ¡Ja! Se alegraría de librarse de mí.
— ¿Por qué dices una cosa así? — preguntó con dulzura. Jungkook ya no lo miraba fijamente, sino que miraba hacia adelante, y su mandíbula pecosa estaba tan apretada que dolía sólo de mirarla.
— Porque es la verdad. No se preocupa por mí, ni por ninguno de mis hermanos o hermanas. Sólo le interesan la guerra y el rey.
Una vez que había abierto las puertas, nada parecía capaz de detener aquel torrente de palabras.
— Durante la guerra, teníamos que conformarnos con las visitas que nos hacía de vez en cuando. Nos traía un saco de regalos, nos revolvía el pelo, nos decía que éramos muy buenos y que nuestras madres habrían estado muy orgullosas de nosotros si estuvieran vivas. Cuando volvió a casa para quedarse, pensé que las cosas iban a cambiar. Todos lo creímos. Pero se encerró en aquella torre y no nos hizo ni caso, sin importar lo que hiciéramos. — Le lanzó una mirada triste -. Entonces llegaste tú.
Jimin hubiera querido desaparecer, pero se vio forzado a observar impotente cómo la mandíbula del muchacho empezaba a temblar.
— Tú, con tus grandes ojos grises y tu suave cabello negro. Vimos cómo te miraba aquel día en el patio, y supimos que nunca nos querría a nosotros si tenía a alguien como tú para amar.
Una lágrima cayó por la mejilla del chico. Apretó la cara contra la madera, pero no pudo hacer nada para ocultar los sollozos que sacudían sus hombros, aún estrechos. Jimin también inspiró una temblorosa bocanada de aire. Así que sus diabluras no eran malvadas ni maliciosas como las de Dakho o Hye, sino un intento desesperado de llamar la atención de su padre. Y más que su atención, lo que reclamaban era una prueba de su amor. Jimin sabía muy bien lo infructuosa que podía resultar una búsqueda como aquella.
Jimin se abalanzó sobre el cierre de hierro de la picota, y lo abrió con tanta determinación que se rompió una uña. Al levantar el trave pensó por un momento que Jungkook huiría, pero este se derrumbó y quedó sentado en la plataforma, con la cara escondida en el hueco de uno de sus brazos.
Jimin deseó poder consolarlo, igual que tantas veces había consolado a Taemin o a Rose. Resistió la tentación llevándose las rodillas al pecho y abrazándolas. Se mantuvo allí sentado en silencio mientras él lloraba, con la mirada fija en el ópalo escarchado que formaba la luna al empezar a asomar tímidamente por detrás de las murallas del castillo.
Esperó a que él se secara la nariz con el dorso de la mano, y después eligió la manzana menos estropeada de entre su montón de provectiles requisados, y se la ofreció.
Él frunció el ceño, receloso.
— Tal vez sea un malvado padrastro, pero esta manzana no está envenenada, si es eso lo que temes.
— Supongo que no podría culparte si lo estuviera — confesó mansamente, cogiendo la manzana y dándole un jugoso mordisco — No después de eso tan horrible que le hemos hecho a tu pelo.
— Volverá a crecer con el tiempo. Espero — Jimin se abrazó las rodillas con más fuerza, y pensó que cuanto antes hiciera su propia confesión, menos penoso le resultaría — No es necesario que me consideréis un rival, Jungkook. Aunque vuestro padre es lo bastante noble como para respetar sus votos, ha dejado claro en todo momento que estaba muy disgustado con la elección de sir Namjoon. — Dirigió la mirada hacia la luna — Nunca me querrá.
— Oh, ahora ya lo sabemos — dijo Jungkook alegremente, mientras mordisqueaba el corazón de la sustanciosa manzana — Fue él quien nos dio la idea de quitarte de en medio.
Jimin volvió rápidamente la cabeza para mirarle.
— ¿Así que fue él?
— Sí. Al principio sólo pensábamos gastarte un par de bromas, pero cuando Felix subió al tejado para tirar un bote pestilente por la chimenea de la torre, oyó a papá decirle a sir Namjoon que la mejor manera para conseguir que te fueras era que pasaras el mayor tiempo posible con nosotros.
Jimin se sintió como si fuera él quien hubiera recibido el golpe en la cabeza. Ya sabía que Yoongi se había arrepentido de casarse con él, pero no sospechaba que estuviera tan ansioso por quitárselo de encima como para utilizar a sus propios hijos para alejarlo de su lado.
— No hace falta que te ofendas tanto — dijo Jungkook, lanzando lo que quedaba de manzana por encima de su hombro — Nosotros tampoco nos sentimos muy halagados.
Jimin frunció el ceño.
— No, supongo que no.
— Pero por lo menos, entendimos mejor lo que Jaebeom había oído la noche que llegaste a Elsinore. Jaebeom es un poco zoquete para espiar, así que en aquel momento no le hicimos caso.
— Y ¿qué fue lo que oyó Jaebeom aquella noche? — preguntó Jimin, aunque estaba casi seguro de que no quería saberlo.
— Bueno, estaba mirando por la mirilla de la pared de la torre norte...
— ¿La mirilla?
— Sí, es un pequeño agujero en el mortero que conecta con la pared del pasadizo secreto — dijo Jungkook encogiéndose de hombros, como si vivir en un castillo plagado de pasadizos secretos y dotado con mirillas fuera la cosa más normal del mundo para él — La mayor parte de las habitaciones del castillo tienen una. Minah nos contó que nuestro abuelo las había hecho construir para espiar a sus huéspedes femeninas cuando se desvestían, y después las llevaba a escondidas a su habitación cuando su esposa ya dormía.
Bien, pensó Jimin. Eso explicaba la inquietante sensación de ser observado, y las risitas fantasmales que lo perseguían cuando se quedaba solo.
— ¡Menudo miserable viejo verde que estaba hecho vuestro abuelo! Supongo que tendré que advertir a Tae que empiece a ponerse una camisa para dormir.
— ¡Oh! ¿Es necesario? — se le escapó a Jungkook, sin poder disimular su consternación. Todavía le quedaban modales para ponerse colorado bajo la fría mirada de Jimin — En cualquier caso — añadió rápidamente, bajando la cabeza — Jaebeom estaba mirando por la mirilla cuando oyó decir a sir Namjoon que hacer voto de celibato sería mucho más agradable que casarse contigo o con cualquier otra vieja y gorda esposa con bigote. Papá no parecía dispuesto a dejar las mujeres para siempre, así que sir Namjoon se ofreció para quedarse contigo. Papá le dijo que sería injusto pedirle que hiciera un sacrificio tan terrible.
Jimin dio un respingo. ¿Es que no iban a acabar nunca los insultos que tenía que aguantar por parte de la traidora lengua de ese malvado?
— Entonces papá habló de un convento. Él y sir Namjoon estuvieron de acuerdo en que era el único lugar adecuado para un omega como tú — Jimin hubiera dado otro respingo si le hubieran quedado fuerzas. ¡Un convento! Yoongi lo encontraba tan repugnante que iba a encerrarlo en un convento. Iba a condenarlo a una vida de piedad y celibato. Nunca llegaría a conocer los besos de su príncipe ni los de cualquier otro alfa. Nunca conocería sus besos.
Jungkook lo miró fijamente a la cara. Estaba pálida y quieta, y un asomo de pánico afloró a los verdes ojos de golfillo del chico.
— ¿No vas a llorar, verdad? No soporto ver llorar a los omegas. Prefiero que me vuelvas a pegar en la cabeza.
— No — dijo Jimin con tranquilidad, poniéndose en pie — No voy a volver a darte en la cabeza. Y no voy a llorar.
No pensaba derramar ni una lágrima más por culpa del traidor de su esposo. De igual manera, no pensaba gastar ni un minuto más de su tiempo intentando ganar el amor de un hombre tan tacaño con su cariño, que ni siquiera lo gastaba con sus hijos. Ya había derrochado demasiadas lágrimas y demasiado tiempo luchando por un amor que no podía recibir libremente y tampoco ganar.
Una oleada de rabia lo inundó, y limpió la sangre que las heridas recientes habían provocado en su corazón. Las viejas heridas cicatrizaron. Iba a utilizar esas cicatrices en la lucha que se le presentaba por delante. El silencio helado de Jimin puso nervioso a Jungkook.
— No dejes de llorar por mi culpa — balbuceó Jungkook — Llora todo lo que quieras si eso te hace sentir mejor. Ya me taparé los oídos con los dedos.
— Sólo estaba recordando algo que mi padre me dijo una vez — dijo Jimin antes de que tuviera tiempo de hacerlo.
— Y ¿qué te dijo? — preguntó Jungkook.
De un estirón puso al chico de pie. Quedó colgando de sus garras, cautivado en contra de su voluntad por la tormenta de malevolencia que se estaba fraguando en sus ojos. Jimin le dio un apretón de mano antes de inclinarse hacia él y susurrar:
— Todo lo que hace falta para que dos enemigos se conviertan en aliados es un enemigo común.
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𝕯𝖚𝖊𝖑 𝖉𝖊 𝖕𝖆𝖘𝖘𝖎𝖔𝖓𝖘 [Yoonmin]
Fanfiction윤민; adaptation Lord Yoongi de Elsinore, el más temible guerrero de inglaterra, no sabe cómo enfrentarse a sus indomables retoños. La única solución es buscar para ellos un padre o madre omega, una persona sensata que sepa educarlos, pero que sobre t...