Yoongi iba a matarle.
Namjoon avanzaba penosamente a través del bosque cubierto de musgo, mientras guiaba a su exhausta montura e imaginaba taciturnamente qué horrorosa forma tomaría su muerte. Ser atravesado por la espada de su señor sería demasiado misericordioso. Se merecía, por lo menos, un baño lento en una tina con aceite hirviendo, ser devorado lentamente por las ratas de la mazmorra, o una cita a medianoche con el verdugo encapuchado. Quizá podría pedirle a Yoongi que clavara su cabeza en una barbacana como advertencia para otros jóvenes caballeros que pudieran ser lo suficientemente estúpidos para aceptar una petición imposible como aquella.
— ¿Señor? — se atrevió a preguntar uno de los soldados que se afanaba detrás de él -. Es la cuarta vez que pasamos al lado de ese roble.
— Me temo que estamos perdidos — dijo el otro.
— Perdido — murmuró Namjoon, todavía atrapado en su crudo ensueño -. Sí, todo está perdido.
El solo hecho de poner un pie delante del otro parecía estar acabando con el resto de sus fuerzas. Él y sus hombres habían estado peinando la campiña inglesa durante dos meses. Habían visitado todas las casas nobles desde Windsor a Gales con hijas en edad casadera, pero todavía no había podido encontrar una novia apropiada para su señor. A pesar de la pesimista predicción de Yoongi, no habían faltado padres dispuestos a lanzar a sus hijas o hijos omega en brazos de su señor. Pero si la mayor era demasiado dulce y bella, el menor era demasiado antipático y feo. Si uno confesaba que no le gustaban los niños, otra se frotaba el vientre y prometía dar a Yoongi muchos hijos varones que honraran su casa. Había albergado esperanzas cuando encontró a la hija de un conde que tenía una cintura ancha y un bigote más poblado que el suyo, hasta que ella le tocó la rodilla por debajo de la mesa de caballete, batió sus ojos sin pestañas y graznó que era una pena que un hombre joven y viril como él no buscara esposa. La espeluznante visión de Yoongi aplastado bajo sus macizos muslos lo había hecho huir del palacio de su padre en mitad de la noche.
Un suspiro de derrota escapó de sus pulmones. La alfombra de hojas que crujía bajo sus pies pronto estaría cubierta por las primeras nieves del invierno. No le quedaba otra opción que regresar a Elsinore y confesarle a Yoongi que había fracasado. Tal vez no estaría tan mal con la cabeza bajo el brazo.
Tropezó, llamó al alto y miró a su alrededor, a la luz tenebrosa del bosque. No pudo seguir evitando por más tiempo lo que sus hombres estaban tratando de decirle. Estaban perdidos, y ya debía hacer un buen rato que lo estaban. Los viejos árboles se alzaban sobre ellos con esplendor misterioso, y sus coronas otoñales de hojas doradas y escarlatas difuminaban la luz de modo caprichoso. Justo enfrente de ellos vio un claro en el follaje. Primero pensó que era una ilusión por las sombras, pero luego le llegó el débil eco de una risa muy aguda que le llamó la atención.
Los hombres que le acompañaban retrocedieron, intercambiando miradas dudosas.
— Yo desenfundaría la espada, si fuera vos, señor — le advirtió uno de ellos — Podría ser un duende del bosque.
— O un hada — sugirió el otro, marcando sobre su pecho la señal de la cruz.
— Sí — dijo el primero — A esas descaradas hadas les gusta llevarse a los mortales a sus guaridas subterráneas y robarles su semilla.
Namjoon resopló.
— Probablemente nos mandarían de un empujón a buscar a nuestro amo. Yoongi podría poblar un reino de hadas entero.
Hincó una rodilla en el suelo, separó los relucientes helechos y descubrió un prado enmarcado entre luz y sombra. Sus pequeños habitantes corrían y daban volteretas sobre la hierba alta y marrón con feliz despreocupación, pelo rubio y pies ligeros. A primera vista, Namjoon pensó que realmente habían ido a parar a algún reino de hadas. Pero entonces una de las criaturas tropezó con una raíz y se cayó, y sus gritos de rabia le demostraron que era mortal.
Antes de que Namjoon pudiera ni siquiera plantearse ir a rescatar al chico, una pastora se separó del juguetón rebaño de niños y se acercó al cordero caído, cuando la tuvo más cerca se dio cuenta que no era una mujer, sino hombre, un omega. Mientras recogía al vociferante niño en su regazo, la curiosidad de Namjoon fue en aumento. Entornó los ojos para ver mejor, pero no pudo distinguir sus rasgos. Aunque se movía con la gracia y la rapidez propias de la juventud, su vestimenta no daba ninguna pista acerca de su edad. Llevaba el cabello recogido en una gorra de lana roja y un vestido gris con un delantal, como los que solían llevar las sirvientas.
No fue su aspecto lo que le llamó la atención, sino la curva protectora de sus hombros mientras acunaba al niño contra su pecho. Estaba demasiado lejos para oír su voz, pero podía imaginarse las palabras cariñosas que debía de estar canturreando para calmar los sollozos del niño.
Namjoon se sentó sobre los talones. Tal vez había estado buscando en dirección equivocada. Después de todo, Yoongi nunca le había dicho que su futura pareja debiera ser de origen noble. ¿Por qué no obsequiarle con un joven como Minah, un campesino tímido y robusto que estaría encantado de cuidar de su indomable prole, y no abrumaría a su amo y señor con peticiones de ningún tipo?
Una sonrisa se extendió lentamente por su cara. Los soldados se acercaron, observando alarmados su aturdida cara. Uno de ellos movió una mano delante de su cara. Namjoon ni siquiera pestañeó.
— ¿Qué ocurre, señor? ¿Habéis visto una aparición?
— Sí, la he visto. La respuesta a todas mis plegarias. — Mientras los hombres intercambiaban una mirada perpleja, la sonrisa de Namjoon se suavizó -. Una Madona.
Estuvo tentado de guiar a su caballo directamente colina abajo hasta el prado, pero tuvo miedo de asustar tanto al omega como a los niños que cuidaba. Probablemente sería más sencillo buscar el pueblo o castillo más cercano. Seguramente allí alguien podría decirle quién era ella y dónde vivía.
Volvió a separar los helechos, incapaz de resistirse a echar una última ojeada a su hallazgo antes de irse. Mientras observaba, el pequeño se escabulló de su regazo y se encaramó por el retorcido tronco de un manzano. Él se puso de pie y se plantó debajo del árbol con los brazos extendidos, para cogerlo si le fallaba una mano o le resbalaba un pie. Pudo ver la gran extensión de sus caderas, que le daban un aspecto claramente dócil.
Namjoon suspiró esperanzado mientras se levantaba y buscaba a tientas las riendas del caballo, pudiendo oír ya en su cabeza la dulce y melosa música de su voz.
— Si no bajas de ese árbol ahora mismo, maldito duende, subiré yo y te echaré abajo.
— No lo harás.
— Sí lo haré.
— No lo harás. — Una manzana medio podrida salió disparada de entre las ramas y golpeó a Jimin en la sien. Los demás niños dejaron escapar una risa burlona.
Apretando los dientes, Jimin puso un pie en un hueco del árbol, preparándose para cumplir su amenaza. Aullando como un gato atrapado, Taemin, de diez años, empezó a deslizarse tronco abajo. Cuando ya casi había llegado al suelo, el pie se le enganchó en el delantal de Jimin y volvió a caerse por segunda vez aquel día.
El llanto del niño, tan agudo, le producía dentera. Mientras intentaba decidir si lo volvía a recoger y consolar o lo estrangulaba, Taemin se sentó.
— Me ha tirado. — Tragó saliva y las mejillas regordetas se le pusieron más coloradas que las manzanas que Jimin había guardado en los bolsillos de su delantal -. Jimin me ha tirado. Voy a decírselo a mi papá.
Rose, de ocho años, pateó en su defensa, con la rubias trenzas erizadas de indignación.
— He visto cómo te tiraba. Es un omega feo y odioso, y yo también voy a decírselo a papá.
— Y a mamá — chirriaron al unísono las gemelas de nueve años — Se lo diremos a mamá. A lo mejor le manda a la cama sin cenar otra vez.
Sin inmutarse ante la cantinela que le era tan familiar, Jimin se limitó a apoyarse en el tronco del árbol, cruzó los brazos sobre el pecho y entornó los ojos. Mientras una sonrisa maliciosa se extendía sobre su cara, los niños se quedaron callados. Incluso Taemin dejó de lloriquear.
— Ojalá me manden a la cama sin cenar — dijo suavemente -. Así, pronto tendré un hambre feroz. Entonces saldré arrastrándome de mi cama en mitad de la noche buscando comida. — Deliberadamente bajó la vista hasta la blanca barriguita que asomaba por debajo del dobladillo de la túnica de Taemin. Después se pasó la lengua por el borde de sus relucientes dientes -. Algo rollizo, tierno y suculento...
Mientras su voz iba bajando de tono hasta convertirse en un gruñido, Taemin se incorporó de un salto, gritando de terror. Su hermano y sus hermanas le siguieron, gritando a todo pulmón mientras se dispersaban por el prado, huyendo hacia el santuario que representaba el castillo.
Jimin se apoyó contra el árbol, muerto de risa. Cuando se calmó, se deslizó hasta el suelo y cogió una de las manzanas que guardaba en el delantal, saboreando la felicidad de un hecho tan poco habitual como era estar solo. No encontraba el sentido a seguir rogando y camelando, razonando y amenazando, ya que todos sus esfuerzos para conseguir que sus hermanos y hermanas se comportaran, quedaban frustrados por la indulgencia de su madrastra.
Hundió los dientes en la piel crujiente de la manzana recordando la ilusión con la que había esperado el nacimiento de Taemin. Después de tres años de hacer de niñera de sus consentidos hermanastros, finalmente iba a tener un hermano o hermana de su propia sangre. Pero Young-mi había aprovechado la ocasión para vomitar más veneno en el oído de su padre. Cuando Jimin se había acercado a la cama para echarle un vistazo a su nuevo hermano, Young-mi había aprovechado para recordarle a su marido que era ella y no la madre de Jimin la que había cumplido con el sagrado deber de darle un hijo varón alfa.
Jimin le dio otro mordisco a la manzana. Taemin había sido un bebé dulce y de buen carácter, igual que los otros tres bebés que nacieron después. Pero el cariño natural que sentían hacia él se vio pronto empañado por el desdén con que la trataban sus hermanastros. El abismo que se abría entre ellos era demasiado grande para que lo cruzaran sus bracitos regordetes.
Ellos eran robustos, él era delgado. Ellos eran rubios, él moreno. Ellos tenían ojos azules, él los tenía del gris tempestuoso de una tormenta en el mar. Sangre sajona corría helada por sus venas, mientras que las de él hervían con la sangre caliente y apasionada de los franceses. Ellos eran queridos, Jimin era...
Jimin lanzó lejos la manzana a medio comer. De pronto había perdido el apetito. Hacía ya mucho tiempo que no era el príncipe de papá. Desde el momento en que Young-mi llegó a Bedlington, había depuesto a Jimin con la ambición implacable de una reina dispuesta a conseguir que su heredero suba al trono.
Al principio Jimin había estado demasiado aturdido para aceptar la derrota. Cuando intentaba subir al regazo de su padre, lo encontraba ocupado por Hye, colgada de su cuello o por un satisfecho Dakho. Cuando se moría de ganas de escuchar un cuento, intentaba introducirse en el círculo de niños que se arracimaban alrededor de las rodillas de su padre. Justo cuando papá alargaba un brazo para acercarlo a su lado, la mano de Young-mi se posaba en su hombro como una araña pálida.
— Ya eres demasiado mayor para estas tonterías querida — le susurraba Young-mi, y el meloso veneno de sus palabras paralizaba a Jimin de modo más efectivo que su mano cortante — ¿Por qué no subes a ver si Taehyung necesita que le cambien los pañales?
Jimin se marchaba del gran salón con el rabo entre las piernas, lanzando una última mirada anhelante a su padre por encima del hombro. Más de una vez hubiera jurado que veía su propio pánico reflejado en los ojos de su padre. Abría la boca, pero antes de que pudiera hablar, los niños de Young-mi se lanzaban sobre él como un enjambre y reclamaban toda su atención. Con el tiempo, las palabras no pronunciadas se habían hinchado hasta convertirse en un silencio tan ensordecedor que nunca más podría romperse.
A veces Jimin deseaba no ser capaz de recordar aquella época en que su padre lo quería. Tal vez entonces no perdería el tiempo soñando que alguien volvía a quererlo de aquel modo. Tenía clavado aquel anhelo muy adentro, incluso más adentro que el deseo de disponer de una simple hora de libertad para él solo.
Seducido por aquel sueño agridulce, apoyó la cabeza contra el tronco. Mientras sus ojos se cerraban, la cara de su padre se transformó en la cara de otro hombre. «Su príncipe», como lo había bautizado cuando era lo bastante joven y estúpido para creer en esas fantasías.
Su pelo era tan oscuro y brillante como el azabache, su mandíbula fuerte, y sus cejas, finas. No importaba de qué color fueran sus ojos, mientras brillaran de amor por él y sólo por él. Él no lo amaría únicamente durante una dulce y breve temporada. Lo amaría para siempre. Jimin no podría decir cuánto tiempo había pasado en aquel prado, oyendo sus susurros en el viento que movía la hierba, sintiendo su roce en la caricia de la brisa. Ni siquiera se había dado cuenta de que había fruncido los labios a la espera de un beso imaginario hasta que la primera gota de lluvia que cayó sobre ellos hizo que tanto su príncipe como sus sueños se desvanecieran.
Se incorporó despacio y se alarmó al darse cuenta de que la brisa se convertía en un fuerte viento. Tal vez fuera ya demasiado mayor para que lo enviaran a la cama sin cenar, pero no tenía ninguna duda de que Young-mi podía inventarse formas más sutiles de castigarla por su rebeldía. Volvió a colocarse un mechón de cabello extraviado dentro de la gorra. La última vez que se había atrevido a desafiar a su madrastra, Young-mi lo había amenazado con cortarle los indomables rizos.
Ajustándose el delantal para que las manzanas no se le cayeran de los bolsillos, Jimin se apresuró a cruzar el prado hasta el castillo que una vez había llamado su hogar.
Jimin se precipitó en la cocina mohosa y lóbrega sólo instantes antes de que el caprichoso chaparrón se transformara en un auténtico diluvio. Esquivó el chorro de agua que caía a través de una grieta del techo y sintió un escalofrío al darse cuenta de que nadie había mantenido el fuego encendido. A juzgar por la chimenea fría y el asador desierto, tal vez no sería él el único en irse a la cama sin cenar. Tal vez no sería mala idea conservar alguna manzana en el delantal.
Los gastos de Young-mi estaban dejando a su padre en la ruina. Los cofres rebosantes con los que soñaba cuando se casó con la rica viuda, se habían convertido en un exiguo goteo. Mientras ella pudiera llevar pieles y joyas, y vestir a sus niñitos con lana y seda, a Young-mi no le importaba en absoluto que las defensas del castillo se estuvieran cayendo a pedazos ni que los soldados y campesinos estuvieran abandonando a su padre en busca de un amo más próspero y generoso.
La ira del rey ya haría tiempo que se hubiera desatado sobre ellos de no haber sido por los dos matrimonios que Young-mi había arreglado entre sus dos hijas mayores, Hye y Baekhyun, y dos ricos barones. Los continuos lloriqueos de ambos omegas habían conseguido que los barones accedieran a pagar los impuestos del castillo, cantidad que ni las amenazas ni los matones de Young-mi habían conseguido reunir.
Quizás Jimin y su padre eran pobres antes de que se casara con Young-mi, pero por lo menos se tenían el uno al otro. Ahora lo único que había entre ellos eran reproches y silencios tensos.
Jimin empezó a subir las escaleras de caracol, esperando pasar desapercibido en la galería que dominaba la gran sala y llegar al dormitorio que compartía con sus hermanas antes de que su madrastra le saliera al paso. Esperaba oír a Taemin balbuceando una lista detallada de sus pecados. Lo que no esperaba en absoluto era oír el sonido austero de voces masculinas.
Jimin se acercó agazapado a la barandilla de la galería y echó un vistazo entre el humo de las velas de sebo. Para su sorpresa, no había ni un niño a la vista en el gran salón. Tres extraños estaban de pie en frente del estrado elevado donde Young-mi insistía en recibir a todos los visitantes. Papá se sentaba encorvado en una silla con dosel. Su pelo antaño rojizo dorado, se volvía cada vez de un gris más apagado. Sus hombros, antaño orgullosos, se inclinaban bajo el peso de las deudas y exigencias de su mujer. Young-mi estaba reclinada a su lado en un banco dorado, presidiendo la suciedad del salón.
El hombre que estaba hablando llevaba las espuelas doradas propias de los caballeros.
— Si no se puede arreglar una dote ahora mismo, estoy seguro de que mi señor estaría deseoso de aportar una generosa cantidad por el omega.
— ¡Qué barbaridad! No quiero ni oír hablar de ello — gritó papá, golpeando el brazo de la silla.
— ¿Exactamente cómo de generosa? — preguntó Young-mi, apoyando una mano pálida sobre la manga de papá. El extraño dejó de mirar a papá para escudriñar a la madrastra de Jimin, mientras movía los labios al tratar de ocular la risa.
— Suficientemente generosa. Mi señor ya tiene la bendición del rey. Está muy ansioso por cerrar el trato.
— Ah, pero él es muy valiosa para nosotros — dijo Young-mi antes de que papá pudiera hablar.
Jimin se abrazó a la barandilla. Sólo podían estar hablando de los esponsales del hijo omega más joven de Young-mi de su primer matrimonio. ¡Pero Taehyung aún no había cumplido los catorce! Young-mi debía de estar realmente desesperada si estaba considerando la posibilidad de ofrecerla al mejor postor. En justicia, Jimin sabía que debería alegrarse de librarse de él. Después de haberse orinado en sus zapatos hacía ya tantos años, el mocoso no había dejado de infligirle multitud de indignidades. Jimin se llevó una mano al estómago. Tal vez la punzada que notaba allí era sólo envidia por la buena suerte de Taehyung. Seguro que no iba a echar de menos a ese malcriado mocoso descarado.
Librándose de la mano de Young-mi, papá miró con el ceño fruncido al caballero, lleno de sospechas.
— ¿Se puede saber por qué vuestro amo lo quiere tan desesperadamente?
Jimin se inclinó hacia delante para oír mejor la respuesta del caballero, pero justo entonces notó que algo húmedo se deslizaba por su nuca.
— ¡Eeecccsl — gruñó, reconociendo que se trataba de una ávida lengua masculina.
Se dio la vuelta e hizo retroceder a su asaltante hacia las sombras.
— Te sugiero que guardes esa víbora en tu boca antes de que te la arranque de raíz.
Su hermanastro se rió entre dientes y levantó una ceja con presunción.
— Ah, ¿Por qué tendría que guardarla en mi boca si la tuya es mucho más dulce?
La brillante y espesa mata de pelo rubio y los protuberantes músculos de Dakho podían hacer que las sirvientas del castillo se desmayaran, pero para Jimin seguía siendo el mismo niño presuntuoso que se había burlado de el sin piedad desde su primer encuentro. Sólo que ahora llevaba una espada mucho más larga.
— Incluso la más dulce de las bayas puede envenenarte — respondió, poniéndose en jarras.
— Creo que esta baya en concreto ha salido un poco descarada — dijo entornando sus pálidos ojos azules y señalando hacia el salón con la cabeza -. Antes de que tu opinión sobre ti misma siga mejorando, te recuerdo que este misterioso caballero está ofreciendo un precio para llevarte a su cama como si no fueras más que una ramera del pueblo.
Jimin se quedó demasiado sorprendido para ofenderse con el insulto.
— ¿A mí? — Se llevó una mano al pecho, traicionado por un sentimiento de sorpresa — ¿Este señor me quiere a mí como esposo?
La sonrisa de Dakho se oscureció y frunció el ceño.
— No hace falta que pongas esa cara de carnero degollado. Mamá nunca te dejará marchar.
El sentimiento de milagro se desvaneció cuando Jimin se dio cuenta de que sus palabras eran ciertas.
— Por supuesto que no lo hará. Si no, tendría que encontrar a otra niñera para sus mocosos.
Incapaz de escuchar cómo su padre echaba del castillo al joven y formal caballero, Jimin se dirigió hacia su dormitorio. Dakho se le puso delante, bloqueándole el paso.
— Mamá no te entregaría a otro hombre porque sabe que te quiero para mí.
Jimin retrocedió. Su hermanastro nunca se había atrevido a ser tan descarado. Se obligó a devolverle la sarcástica mirada con el mismo descaro.
— Bien, pues me temo que no podrás tenerme. Aunque no haya lazos de sangre entre nosotros, somos hermanos. El rey nunca permitiría que nos casáramos.
Dakho lo cogió por los hombros con tanta fuerza que le hizo daño, mientras su voz se convertía en un gruñido ronco.
— ¿Quién ha hablado de matrimonio?
Mientras él se pasaba la lengua por el labio inferior, como si saboreara anticipadamente un jugoso trozo de carne, Jimin casi se arrepintió de haberle tomado el pelo a Taemin. Se obligó a esperar hasta que la brillante punta de su lengua estuvo sólo a una pulgada de sus labios abiertos antes de murmurar:
— Te advertí que guardaras esa víbora lejos de mí.
De una sacudida se libró de sus brazos, y después le dio un rodillazo en la entrepierna. Él se dobló sobre sí mismo, soltando un juramento. Antes de que se recuperara, Jimin salió corriendo hacia la derecha y después hacia la izquierda, movida por un impulso primitivo de huir. Su dormitorio ya no le parecía un refugio, sino una trampa. Sin pensárselo dos veces, se precipitó escaleras abajo hasta el gran salón, y se detuvo de golpe entre las sombras que proyectaba la galería.
— Es una suma tremenda, Young-soo — decía Young-mi justo en ese momento, con un brillo soñador que enmascaraba un poco el resplandor avaricioso de su mirada -. Suficiente para pagar los impuestos de los próximos dos años.
— No quiero oír hablar del tema, mujer. No venderé a mi propio hijo.
Deseando escapar de un futuro tan poco atractivo como la sonrisa burlona de su hermanastro, Jimin salió de las sombras y su voz resonó como una campana:
— ¿Y por qué no, papá? No sería la primera vez.
Namjoon se quedó con la boca abierta cuando vio a su dócil Madona entrar decididamente en el gran salón, con los hombros preparados para la batalla.
Entornó los ojos para verlo mejor en la oscuridad, porque el humo de las velas de sebo le hacía llorar. La ordinaria gorra del muchacho se había deslizado hacia un lado, lo que proyectaba una sombra sobre sus rasgos.
Todavía no acababa de creerse su buena suerte. El ángel misterioso no había resultado ser una vulgar mozuela de pueblo, sino el hijo solterón de un barón venido a menos. Probablemente ya haría tiempo que se habría resignado a vivir el resto de su existencia como una carga para su familia. Sin duda sería dócil y estaría encantado de complacer a un poderoso señor como Yoongi. Sobre todo porque Yoongi alabaría la fealdad que lo volvía repugnante a ojos de otros hombres.
Namjoon miró de reojo hacia el techo, donde las telarañas ondeaban en lugar de los animados estandartes que debían de haber adornado las vigas en otra época. Probablemente también estaría agradecido de ser rescatado de ese lugar. Desde que se habían acercado, él y sus hombres habían quedado horrorizados por el desagradable hedor del foso lleno de hierbas. La lluvia se filtraba con fuerza a través de grietas en el techo y bajaba por las desvencijadas paredes de piedra formando arroyos. Los juncos viejos que tenían bajo los pies estaban llenos de huesos roídos y de excrementos de perro, tanto frescos como secos.
Mientras el omega avanzaba hacia el estrado, Namjoon le dejó paso galantemente, e indicó a sus hombres que hicieran lo mismo. Esperaba que la llegada del omega intensificara las bravatas de su padre, pero el anciano empezó a jugar con los pliegues de su capa, evitando cuidadosamente mirarlo a los ojos.
— ¿Qué estás haciendo aquí, chiquillo?
— Ya no soy ningun chiquillo, papá. Si lo fuera, no estarías aquí discutiendo mis esponsales con estos extraños.
— El asunto no es de tu incumbencia — respondió él señalándolo con un dedo.
— Todo lo contrario. Me incumbe y mucho. No pude decir nada cuando me arrojaste a una vida de servidumbre a cambio de la aprobación del rey y de la dote de Young-mi. Tal vez tendrías que permitirme elegir a mi próximo señor.
Volvió la espalda a su padre que seguía balbuceando, y se dirigió hacia Namjoon. Pareció dudar un momento. Aunque en la oscuridad casi no podía adivinar su expresión, Namjoon no pudo evitar sentirse impresionado por la dignidad de su postura. Apretaba los puños a ambos lados de su cuerpo, y elevó la barbilla con orgullo.
— ¿Decís la verdad, señor? ¿Vuestro amo me quiere como esposo? ¿De veras me quiere a mí?
Recordó el anhelo que había visto en la cara de Yoongi cuando este le había encargado encontrar una madre para sus hijos. Namjoon afirmó con la cabeza y dijo suavemente:
— Sí, señor. Él os quiere más de lo que podáis imaginar.
Elevó la barbilla un poco más.
— Entonces me tendrá.
Namjoon no pudo ocultar una sonrisa, sin prestar atención al gruñido de su padre, a la risa triunfal de su madrastra, ni a la disimulada exclamación de rabia que salió de la galería del primer piso.
El omega se llevó las manos a la espalda para desatarse el delantal. Mientras se desprendía de la prenda arrugada, una lluvia carmesí de manzanas cayó al suelo. Una fue a parar a la punta de la bota de Namjoon, pero él no se dio cuenta.
Su sonrisa se había helado en su cara cuando él se desprendió del abultado delantal. Con los ojos como naranjas, su mirada viajó arriba y abajo por su cuerpo esbelto, de pecho erguido y aquel trasero voluminoso y bien proporcionado, siguiendo el gracioso camino de sus manos mientras se elevaban por encima de su cabeza para librarse de la gorra roja. Sacudió la cabeza y liberó una nube brillante de rizos negros como el azabache antes de dejar al descubierto unos dientes blancos como perlas en respuesta a la sonrisa de Namjoon.
Pero la sonrisa de Namjoon se desvaneció. Gruñó en voz alta.
Yoongi iba a matarle.
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𝕯𝖚𝖊𝖑 𝖉𝖊 𝖕𝖆𝖘𝖘𝖎𝖔𝖓𝖘 [Yoonmin]
Fiksi Penggemar윤민; adaptation Lord Yoongi de Elsinore, el más temible guerrero de inglaterra, no sabe cómo enfrentarse a sus indomables retoños. La única solución es buscar para ellos un padre o madre omega, una persona sensata que sepa educarlos, pero que sobre t...