El vacío silencio de la biblioteca se había convertido en toda una sonata de pequeños y delicados tintes que la naturaleza le daba a sus oídos. En aquel delimitado pero bien organizado espacio lo único por lo cual debía de preocuparse era el carraspeo de las hojas de afuera y el sonido de las aves volando a lo lejos en ese colorido otoño.
Garnet salió de su ensoñación para echarle un vistazo a la ventana que le permitía un panorama de toda la mansión desde su cómodo sillón de cuero, donde entrecruzaba las piernas sin disimulo entre el vestido de lana que siempre llevaba cuando la temperatura comenzaba a descender.
En aquel paisaje, se encontró con un montón de hojas revoloteando por los aires, anaranjadas, marrones y amarillas que caían libremente en lugares aleatorios del patio. Por un momento deseó transformarse en una de ellas y dejarse caer con facilidad en la hierba, pero luego su práctica mente la corrigió y descartó convertirse en una parte de un ser vivo seco y marchito.
De igual manera, esas dos palabras rebotaron en su mente.
Seco y marchito...
Aquella inconsciente expresión la dejó detenida por un momento y deseó que su cabeza no volviera a hablar sin control nuevamente. Le causaba dolor ver cómo cada palabra que podía pensar o recordar siempre le terminaban provocando melancolía, como si se hubiera transformado en aquella planta que tanto criticaba hacía dos segundos.
De manera obsesiva intentó volver a retomar la lectura, pero no sirvió de mucho, ya que las campanadas de su atareada cabeza sonaban cada vez más y más fuertes.
Ella nunca había logrado controlar sus pensamientos lo suficiente como para que no le hicieran daño y esa era una de las ocasiones en donde deseaba tener el cerebro de pez de Laurie, quien nunca se concentraba en algo durante más de 5 minutos consecutivos.
Garnet, siendo la hermana del medio, siempre se encontró ligada al estigma que los caracterizaba a los segundos hijos. Estos nunca tenían el suficiente talento como los mayores ni la simpatía de los menores, cargaban con el hecho de haber sido engendrados así, en medio de una dicotomía de habilidades y capacidades brillantes y entrañables, para ser olvidados o dejados de lado en las fiestas familiares y cumpleaños. Siempre serían los que heredarían la ropa, juguetes y objetos de valor, ya que el menor tenía la suficiente entereza para reclamar no volver a poseer algo doblemente usado. Se sentía como si fuera el último resto de mermelada, la cual no era lo suficientemente consistente para cubrir una tostada pero daba pena tirarla sin más.
Eso último la sacó de eje, recordando que la pena era la culpable de que se encontrara en una situación tan gris en su vida.
Garnet siempre había vivido de la pena, un sentimiento tan miserable que solía despertar en los demás el cual hacía que quisieran mantenerla al borde de todo aquello importante.
La pena la había mantenido segura, en una posición de mediocridad la cual siempre la había conducido a no resaltar ni en un sólo momento de su vida.
Si se ponía a reflexionar, su mente la llevaría a la conclusión de siempre: tu hermana te deja permanecer aquí por pena...pero como nunca lograba llegar más allá de aquella conclusión sin sentir una horrorosa punzada de dolor en el pecho, prefería desviarse a temas un poco menos "familiares".
Procedió a levantarse de su asiento y a caminar de un costado a otro de la habitación como si las paredes pudieran frenar su atareada cabeza.
Su cumpleaños número 23 había pasado volando, dejando tras de sí un mar de respuestas sin resolver. No era de las damiselas más deseadas de la sociedad, incluso teniendo de prima hermana a la mismísima duquesa de Western y siendo cuñada del hermano del duque.
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Encuentro de un geranio
RomanceGarnet Dulcasse está viviendo una situación bastante particular, ya que su hermana mayor logró sacarla a ella y a su hermana menor de una casa infernal y ahora son capaces de vivir con comodidades y paz. Esto, a pesar de ser una buena noticia para e...