Nicholas permanecía sentado en la pequeña silla del café que solía visitar todas las mañanas para desayunar. "Le petit trou" permitía que sus clientes disfrutaran de infusiones y deliciosas piezas de pastelería francesa como croissants, macarons y pequeños sándwiches salados, tal y como si se tratara del cátering de una fiesta de salón. Mientras bebía su té caliente y leía sin demasiado entusiasmo el periódico, se dedicó a mirar a los demás a su alrededor. Todos parecían tranquilos, despreocupados y demasiado centrados en temas banales como los juegos de cartas, las apuestas o ver qué mujer se asomaba por la vidriera de cristal con curiosidad. Él sin embargo, se sentía como un ave trastornada a la cual no la dejaban salir a volar, encerrado en su propia cabeza como muy pocas veces le sucedía.
En su trayecto de vida se había especializado en ignorar con profesionalismo sus emociones, de no ser así el ejército lo hubiese terminado volviendo loco. Contra todo pronóstico, terminó destacándose en la guerra casi tan bien como un general de alto rango especializado en la táctica y el ataque. Contó con la suerte de no tener que estar en medio de la batalla por el Opio, pero tuvo que esforzarse bastante por mantenerse en pie cuando los chinos decidieron atacar los fuertes en Cantón, siendo este el puerto más importante para la corona inglesa. Nicholas junto con sus compañeros decidieron ayudar a Lord Elgin para contraatacar. Su participación resultó clave a la hora de realizar una estrategia que logró ocupar Guangzhou obteniendo la captura y la renuncia de los gobernadores chinos. Al principio, Lord Elgin consideraba la idea de unirse a los franceses de Nicholas como un insulto y quería realizar la lucha solo, pero al ver que los días pasaban y la guerra se tomaba más vidas de las soportadas, accedió.
Así él pasó a formar parte de la escuadra estratégica, siendo además el único capaz de comunicarse con el ejército francés con fluidez y eficiencia.
Nicholas secretamente agradeció los años que se la pasó intentando aprender francés para sorprender a Danielle en sus años de juventud.
Mientras se perdía entre recuerdos, tuvo que tomar un sorbo de su amargo café para pasar el trago de melancolía que le dejó aquel último dato de sus memorias. Debía de admitir que ya hacía mucho tiempo que no pensaba en su amiga ni recordaba su encaprichamiento por ese amor platónico, se conformó felizmente con el sentimiento de compañerismo y amistad que le brindó a lo largo de todos los años compartidos. Luego de ver cómo su mejor amigo Frederick sufría y se desvivía por el cariño de aquella mujer, le pareció demasiado entrometerse y seguir en la carrera, teniendo en cuenta que la atracción que estos se profesaban se podía sentir a 10 kilómetros de distancia.
A pesar de siempre tratar de mostrarse como un bastardo sin corazón, sabía muy dentro suyo que una unión con su amiga hubiera resultado un verdadero caos lleno de dolor. Reconoció luego de ver cómo Frederick ofrecía hasta su vida por Danielle, que él era tan egoísta que no podría hacer algo así jamás por alguien y no quería someter a otro ser a ese sufrimiento.
Como parte de su hábito, miró un punto fijo sin mover sus ojos y los pensamientos intrusivos se borraron como por arte de magia. Al menos la milicia le dio buenas estrategias para lidiar con lo incómodo y la ansiedad.
Pudo distinguir a través del cristal de la entrada una silueta que le resultó demasiado familiar y el vello de su cuello se erizó como el de un gato sintiéndose amenazado.
Garnet se abría paso a la cafetería con un porte poco común, como si ya estuviese más que acostumbrada a ingresar a un espacio "para hombres" sin importarle un ápice las miradas. Nicholas tuvo que sostenerse su mano con el café y morderse los labios para no abrir la boca como un estúpido viendo a lo lejos toda la escena.
La mujer sostenía una enorme pila de libros viejos, tapando parte de su rostro pero él pudo ver el armazón de acero que le colgaba en el tabique de la nariz. Aquellos anteojos le conferían una imagen más seria de la habitual, pero curiosamente le quedaban tan bien en su pequeño rostro que parecía una jovencita curiosa entre páginas y letras. Tenía el cabello atado en una trenza en la nuca, peinado muy poco habitual pero que ayudaba a su fachada juvenil y fresca. A pesar de lo impropio de su estilo, Nicholas pudo darse cuenta de su intención. Quería parecer una más de los habitantes, la más normal de las mujeres sin apelar a los tocados exóticos, preparados y pesados que acostumbraban las demás damas aristócratas.
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Encuentro de un geranio
RomanceGarnet Dulcasse está viviendo una situación bastante particular, ya que su hermana mayor logró sacarla a ella y a su hermana menor de una casa infernal y ahora son capaces de vivir con comodidades y paz. Esto, a pesar de ser una buena noticia para e...