El precio de las bromas

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Un pequeño rasguño despertó a Garnet, ya que la había asustado tanto que casi se cayó de su cama. Se dio cuenta de que Humo se había tomado el atrevimiento de subir sin permiso a ella y tocarle la nariz con sus pequeñas patitas. La luz del sol le atravesó los ojos como una flecha y tuvo que aguantarse las ganas de gritar por el intenso dolor en la sien que sufrió. No tuvo más remedio que levantarse y mojarse la cara con la poca agua que había quedado en la jofaina del baño, intentando reprimir sin éxito los recuerdos de su reciente sueño nocturno.

Los últimos días la imagen de Nicholas la perseguía sin ningún descanso, impidiendo que pudiera consolar un sueño tranquilo sin tener que ver su sonrisa desdeñosa.

Se aseguró de ahogar sus enmarañados pensamientos con el agua y limpiar su rostro contraído.

Abrió su vestidor en busca de un atuendo cómodo, porque iría junto a Laurie al pueblo en busca de provisiones. No pudo evitar ver el vestido verde esmeralda que escapaba del mueble y los recuerdos la embargaron una vez más.

Las manos de Hanson en su rostro, ella sosteniendo su corbata con fuerza para evitar que se moviera e hiciera algún tipo de ruido. De pronto los colores le subieron con la fuerza de un volcán en erupción y cerró la puerta fuerte, para sentarse en el piso de su habitación con la camisola revuelta entre las piernas.

-Dios bendito, si puedes dame más sabiduría para no hacer estupideces nunca más- rogó al techo buscando algo de consuelo en el silencio del lugar.

Como un hábito casi compulsivo, Garnet tuvo que ponerse a rememorar la situación para intentar convencerse de que todo había sido una imaginación por culpa del alcohol.

En la fiesta ocurrida hace unos meses en Greenhill House, en donde James y Fancy anunciaron su compromiso, Garnet había cometido un error imperdonable.

Debido a su poca habilidad social, toda la noche se la había pasado dando vueltas alrededor de la pista aburrida y hastiada de todo lo que la rodeaba. Por su parte, Hanson parecía perseguirla de acá para allá con la mirada y a veces se le presentaba de golpe para molestarla, ya que al no prestar atención, solía pegar grititos ahogados ante sus apariciones. El pelinegro reía, disfrutando su cara de frustración, como si fuera todo un espectáculo y en varias ocasiones ella le soltó varios improperios que lo dejaron con los ojos abiertos de par en par.

Como las horas pasaban tan lentamente, descubrió por qué las matronas más aburridas siempre estaban tan felices si se mantenían cerca de los refrigerios. En la amplia mesa decorada con rosas, fresias y jazmines, las copas de ponche y champán brillaban tan tentadoramente que Garnet se atrevió a probar por primera vez esos brebajes.

Luego de beber rápidamente dos copas, tuvo la sensación de que su duro cuerpo lograba aflojarse lo suficiente como para sentirse más tranquila y comenzó a reírse demasiado seguido, asunto el cual no ocurría hacía mucho tiempo ya.

En la otra punta del salón, Nicholas observaba cómo Garnet ya iba por su tercer copa y se reía en silencio. Aquella imagen tan tierna, inocente y graciosa le pareció demasiado interesante como para perderse siquiera un sólo movimiento. Debía de admitir que le llamaba la atención los contrastantes gestos que Garnet le mostraba siempre que la molestaba, por lo tanto había decidido hacerlo más seguido.

Recibir improperios tan poco correctos por parte de una criatura tan pequeña y delgada era interesante. Cada vez que la asustaba o causaba su mal humor, podía ver cómo el ceño de Garnet se fruncía con tanta fuerza que su blanca piel parecía quebrarse y las mejillas se enrojecían con fuerza como una manzana.

¿Cómo sería Garnet enrojecida yaciendo bajo él?

Ese pensamiento lo atravesó como un rayo y tuvo que voltear hacia otro lado, debido a que su imaginación iba a tomar un rumbo un poco oscuro y le iba a apretar el pantalón.

Encuentro de un geranioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora