El Incendio

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El Incendio

La lluvia aumentaba cada vez más y en la humilde casa parecía mojarse más dentro que afuera. Verónica Dumas o Veca, como le decían por cariño corría de un lado a otro con varios recipientes. Cada viaje a la cocina y llegada a la pequeña estancia descubría una gotera nueva. Rayo, su fiel perro contemplaba la escena gimiendo y siguiendo sus pasos.

Su mascota, un pastor ovejero australiano llegó a su vida una noche en que el lamento del animal perturbó su sueño. Salió de su hogar encontrándose a su vecino con escopeta en manos, pretendía acabar con la vida del animal.

Era acusado de comerse la cena de su dueño, esa criatura inocente no pudo ser ese acto y si lo hizo seguramente fue por falta de comida. Lo protegió lanzando improperios en contra del viejo que armado le instaba a hacerse a un lado. A sus hermosos ojos marrones, esa criatura no había cometido la ofensa.

Se lo llevó a su casa y desde entonces es su única compañía.

El estruendo de otro trueno alumbra la sala y Verónica da un salto, al ver que ha caído en el árbol de cerezo. Observa aterrada ese acto, parecen juegos artificiales. Pequeñas chispas caen de las ramas del árbol y se asemejan a las lucen que adornar el pueblo en navidad.

—Se están acercando rayo —habla a su mascota, evadiendo una gotera. —está enojado el cielo.

Se tira en un rincón de la cama en posición fetal y abrazadas a sus piernas, con su fiel compañero a sus pies. Decide ignorar las goteras, la lluvia y su precaria situación. ¿Debería aceptar la propuesta de matrimonio de George? Casarse con un hombre que no ama no es buena idea. Hay segundas intenciones en esa oferta, el padre de George siempre quiso comprarle a su abuelo. Ella no cuenta con el apoyo de nadie, hace unos meses atrás murió su abuelo, de quien heredó esas tierras y la vieja casa. Su mamá, murió al darle a luz y no tiene idea quien es su padre.

Con esos pensamientos se queda dormida.

Unos toques en la puerta le despiertan, el caos que es su casa la hace lanzar un sonido lastimero. Se lleva una mano en su cuello girándolo suavemente y contempla el caos a su alrededor. El sol aun no llega, pero parece que alguien ha decidido hacer visitas muy temprano el día de hoy.

—Voy —indica al tercer llamado.

Se levanta y sortea varios utensilios, si las baterías de su reloj aún funcionan son las seis de la mañana. Quita los cerrojos de la casa, baja la pesada pieza de madera que la atraviesa y abre la puerta. Sorprendida observa a las dos figuras que han decidido visitarlas hoy.

—¡George! —saluda confundido. —Buenos días.

—Buenos días Veca.

George viene al lado de Hardy, su padre, un hombre que ha estado comprando todas las casas de ese poblado. Se ha quitado el sombrero que deja en su pecho, pero no la mira a ella. Veca mira al anciano en búsqueda de respuestas, sus cejas oscuras se juntas y sus labios rosados se aprietan.

—Mi hijo te hizo una propuesta, vengo por tu respuesta —contrariada mira a uno y a otro sin poder entender.

¡Ya ella dio una respuesta! Que insistan le molesta.

Da un paso hacia ella, pero rayo ladra haciéndolo retroceder sonríe orgullosa de su compañero y pasa una mano acariciando sus orejas. El anciano de unos 70 años, piel pecosa y cabello blanco mira con desdén al animal.

—Ya di una respuesta —responde dirigiéndose a George —me siento alagada por tu extraña solicitud, tú mismo lo has dicho, no tengo dinero y sin un título universitario (que debo recordar no es por mi voluntad) eres casi el dueño de toda esta zona —sonríe pasando la uña por una de sus cejas nerviosa antes de seguir —no soy lo que se dice un buen parido, salvo estas tierras y rayo no tengo nada... Y mis tierras no están en venta. —termina de decir con una media sonrisa.

Domesticado  un ogro.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora