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El jovén se encontraba en aquel balcón en el que, años atrás había estado con su papá por última vez.

Ya hacían casi una década desde que el anterior monarca y padre de Erwin, falleció a causa de la batalla librada fuera de las murallas.
A pesar de haberle prometido a su padre que sería un buen rey, por cuestiones de leyes y política; cosas que no entendió en su momento, no pudo heredar el reino y debido a que la nación no podía estar sin un rey, su madre se vio en la necesidad de volverse a casar con algún duque de la corte.

Y así fue, la reina escogió a un duque que antes había sido su amigo y pasaría a ser su esposo. Las bodas se celebraron pasados los treinta días de luto y después de la celebración, el señor que ahora sería el rey, se mudó al castillo en compañía de su hija, una castaña y simpática niña de nombre Hange Zoe, quien había perdido a su madre cuando nació.

Mientras que Zoe ganó una mamá y hermano, para Erwin las cosas se volvieron más difíciles de lo que ya era. Su padrastro era un hombre desconsiderado y muy hostil con él pues era consiente de que tan pronto el rubio cumpliera los 20 años, sería destituido del reino para que el verdadero y legítimo heredero tomara posesión de lo que le correspondía.

Así que, en una búsqueda por deshacerse del joven fue que convenció a su esposa para mandar al chico al ejército y así el rubio perdiera la vida en alguna de las batallas que tenían, así como su padre.
No obstante las cosas salieron de diferente manera pues él logró destacar de todos los soldados al punto de convertirse en el comandante del ejército y liderar a todos, trayendo de regreso siempre la victoria, al igual que lo hizo su padre hasta el final de sus días.

—Erwiiin

Llamaba la castaña a manera de canción buscando captar su atención

—De nuevo aquí ¿eh? Sigue siendo tu lugar favorito después de todo

—Lo es. ¿Qué sucede?

Preguntó el chico sin apartar la vista del exterior

—Nuestro padre te llama

—Sabes que no es el mio

mencionó

—Oh vamos, sé que no es el mejor pero apuesto a que te quiere

—Lo más seguro es que vaya a reclamarme por las bajas que tuvimos. Siempre hace lo mismo

aseguró ahora mirándola a la cara

—Oye, quizás solo se preocupa

—Si tan solo fuera eso, pero no lo es. Hange, el teme que yo vaya a arrebatarle algo que siempre fue mío. No tengo intenciones de pelear pero tú lo conoces, no va a ceder tan fácil.

Expuso el rubio en espera de que su hermana lo entendiera

—Ya sé que es ambicioso pero el mismo sabía lo que implicaba y aún así aceptó. No me quejo, gracias a eso ahora ustedes son mi familia pero quiero creer en él

Respondió la castaña sentándose a su lado

—Eso espero Hange, o me veré obligado a hacer algo que en verdad no quiero; tu sabes a qué me refiero

agregó por último y después se marchó de la sala para ir al gran salón dónde le esperaba lo mismo de siempre, críticas acerca de sus estrategias, las bajas, las remuneraciones y compensaciones a las familias afectadas por alguna pérdida y otros reclamos más por parte del rey hacia su hijastro.

Anteriormente; cuando se había vuelto el comandante a sus apenas 16 años, aquellas palabras le aquejarian hiriendo su orgullo de guerrero, pues comenzaba apenas a desarrollar las responsabilidades propias de su nuevo cargo y debido a su poca experiencia era que se afligia por sus reclamos. Con el paso del tiempo el chico entendió que por más mejor que hiciera las cosas, ante los ojos de su padrastro no sería más que un perdedor y se acostumbró a escucharlo quejarse de su comandancia tras regresar de la batalla.

Al salir del gran salón, se dirigió al jardín donde tantas veces había jugado con su papá, y unas cuantas con su hermanastra Hange.
Dicho jardín era especial para él, pues lo compartió todo lo que pudo con su familia y también le era de ayuda para meditar y relajarse después de estar frente al rey.

Se tumbó en la hierba fresca y observó el cielo un rato pensando en lo que era su vida y lo que sería si fuera otra persona. También contempló las enormes murallas que rodeaban su castillo, esas que limitaban su vida y solo lo llenaban de deberes.

Uno de los sueños del rubio era poder mirar con sus propios ojos, el reino que sería suyo en unos meses más. Lo había visto toda su vida desde el balcón de la biblioteca pero quería verlo por si mismo, y conocer un poco de lo que había más allá de su castillo.
Antes de la muerte de su padre, solía ir de visita con su madre quien se dedicaba a nobles causas y tenía fundaciones en el pueblo para los necesitados; no fue hasta que sufrió su pérdida que los consejeros pidieron a la reina no llevarlo más fuera del castillo pues temían por su vida y así, el joven paso viendo la ciudad desde aquel lugar.

Después de un buen rato de meditación regresó a su habitación para seguir repasando los planes de estrategia para el siguiente enfrentamiento contra el reino vecino mientras también ideaba un plan para salir de esas murallas y volver a ver la ciudad.

El Príncipe y el cazador (Versión Snk)  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora