CAPÍTULO VEINTIUNO: Bluma

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Finlandia, 14 de julio del 2022, algunos minutos después de la medianoche.
Quedan apenas poco menos de 4 horas para el fin del mundo.

El llanto repentino invade la habitación. El espacio ha sido improvisado con las necesidades básicas para el parto. Tres religiosas con guantes blancos y bocas tapadas se mueven de un lado al otro mientras siguen las indicaciones de la hermana Leyna, que tiene la frente cubierta en sudor.
-Lo has logrado, Marlene -susurra mientras aproxima a la bebé al rostro de su madre para que esta pueda verla-. Gracias a Dios, que es misericordioso y que aprecia por sobre todas las cosas el amor, puedes conocer a la pequeña Bluma.
La mujer apenas logra esbozar una sonrisa débil y agotada. No es creyente, pero tampoco desea ofender a quienes la han ayudado en estos momentos de desesperación.
-Gracias -susurra.
-¿Quieres que la apoye sobre tu pecho mientras te limpio?
-Sí, por favor.
La pequeña no deja de llorar hasta que la piel de sus mejillas se posa contra la tibieza de su madre. Tiene muy poco cabello de tono castaño claro. Sus ojitos, apenas abiertos, se ven oscuros y grises todavía. Tiene la piel arrugada y el cuerpo aún pegajoso. Pero eso a Marlene no le importa. Para ella, su hija es la criatura más hermosa del universo. Lo más importante que tiene.
-Hola, bebita hermosa -saluda, cansada. Lucha por no quedarse dormida-. Aquí está tu mami, ¿querías conocerla? Yo también deseaba verte a ti.
Marlene le acaricia la cabeza a su niña y llora. Las lágrimas se deslizan desde sus ojos y hasta el colchón, que ya está húmedo por la transpiración del trabajo de parto.
-¿Cómo se siente? -pregunta la hermana Leyna, que sigue ocupada con sus labores.
-Débil. Adolorida. Y feliz -responde la madre.
En el fondo, sin embargo, también está triste. Siente culpa por haber dado a luz a un ser humano que no sobrevivirá más que algunas horas. Por haber permitido que una niña naciera solo para morir. No se arrepiente del embarazo, pero sufre. Su mente divaga una vez más por aquellas escenas futuras que no lograrán experimentar.
-Ay, mi niña, me habría encantado oírte decir "mamá" -susurra Marlene-, aunque fuese una sola vez.
No sabe qué hora es. Ha pedido que ocultaran los relojes y apagaran cada teléfono y aparato electrónico innecesario. Las ventanas están cerradas para que ni siquiera puedan averiguar de qué color se ve el cielo.
La joven madre cree que es lo mejor. Teme que, si pudiera ver el paso de los minutos, estaría demasiado al pendiente de ello como para disfrutar de cada instante en compañía de su hija.
Si deben morir, quiere que sea en paz y con una sonrisa. Con sus ojos posados en la pequeña, no en la cuenta regresiva.
-Necesito limpiarla -murmura una de las religiosas.
-Por favor, no. Déjala aquí conmigo. ¿de qué sirve lavarla?
-¿Desea que la bauticemos? -pregunta la otra ayudante.
Marlene lo piensa durante algunos instantes, y termina por asentir. Si existe un Dios, algo que ella duda, espera que pueda encargarse de que el alma de Bluma se convierta en un pequeño ángel.
-A ambas, si es posible. Y si es veloz, claro.
-No las separaremos -asegura Leyna con amabilidad.
-Gracias.

GRACIAS POR LEER :)

Voces del fin del mundo (coautoría con @uutopicaa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora