Capítulo 8: Escondiéndose del mundo

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En aquel barrio Los Laureles de Asunción Aaron llegaba con su camioneta a su bonita residencia con Sheila y Camila en los asientos de atrás cargando solamente con sus mochilas.

Aaron llevaba puesto su uniforme de colegio pues debía entrar a clases en el turno tarde. Llevaba el uniforme diario del colegio privado Dante Alighieri, de la zona norte de Fernando de la Mora: pantalón de vestir gris, camiseta polo blanca con el emblema en el bolsillo del pecho.

Aquella casa de dos plantas, con paredes grises y unas plantas trepadoras que le daban mejor estética a aquella casa de aspecto estéril. En el pequeño patio totalmente cubierto por un piso de adoquinado rojo era había un gran arbol de mango que daba sombra a la mitad de la estancia, y una vid que crecía en una pequeña estructura de madera que daba media sombra a lo que quedaba de patio.

-Sean bienvenidas, chicas -les dijo Aaron cuando les ayudó a bajarse de la camioneta.
- ¡Aijue*! ¡Hermosísima es tu casa Aaron! -Camila no podía creer lo lujosa de la casa de Aaron.
-¡Han de ser de re plata tus viejos Aaron! ¡Esto es prácticamente una mansión! -Sheila tampoco daba crédito a lo que veía.
- Ja, ja, ja, chicas, ¡tampoco exageren! ¡No es tan grande para decir que es una mansión! -Aaron fingió responder con modestia.
-Yo no tengo problemas en quedarme acá de ahora en adelante -abrazó Sheila a Aaron y éste tardó en corresponderle.
- ¿Nos podemos quedar? ¡Dale na, decí que sí! ¡Voy a hacer lo que pidas! -Camila hizo lo mismo que su amiga.

Aaron les llevó a su sala y les pidió se quedaran allí en lo que hacía unos arreglos más arriba, dejándoles el control de la televisión para que vieran lo que quisieran en lo que regresaba con ellas.

Le tomó unos diez minutos volver con ellas quienes disfrutaban de los canales de películas del servicio de cable que tenían ahí. Aaron se despidió de ellas con rumbo al colegio, no sin antes decirles que podían servirse cuando quisieran el almuerzo preparado en la cazuela de la cocina.

Aaron se subió a su camioneta y partió con rumbo a su institución, y antes de tomar la avenida principal sacó su teléfono para llamar a su madre.

-Hola mami, acá tu hijo adorado te llama.
-Hola mi amor. ¿Qué pasa ahora para que me llames a la oficina?
-Bueno, no te pongas celosa por favor de lo que te voy a decir: tenemos invitadas en casa y quiero que se queden ahí un tiempo.
- ¿Cómo? ¿Traes más chicas a la casa?
-Sí, pero descuida mamá: son ovejitas para Angelita. Están huyendo de sus casas y quisiera les diéramos algo de ropa para que se queden.
-Bueno amor pero... Antes no te tomabas estas molestias con las chi.
-Es que tengo un plan para ellas, mami. Confía en mí, esto es por el bien de nosotros.
-Bueno... Está bien mi amor, confío en ti y en Nuestra Señora. Voy a ver en alguna tienda de moda ropa para adolescentes, vos decime nomas cómo son y dejame el resto a mí.
-Bueno mamá. Besos.

Colgó Aaron y llegó hasta el estacionamiento de su colegio. Logró llegar casi al terminar la formación, justo en el momento de entrar a las aulas.

Horas más tarde, durante el primer receso, Aaron se había vuelto a encontrar en la fila de la cantina con Elizabeth, quien parecía feliz de toparse con él.

- ¡Ah, hola Eli! -Aarón le sonrió.
- ¡Hola! Ehmm... ¿Que-que-qué tal? -Tartamudeó Elizabeth.
-Ahora estoy bien de verte, Eli -destapó el refresco de cola y tomó dos pajillas. Justo quería invitarte una coquita.
- ¡Sí, dale! ¡Compro unas empanadas y vamos! -dijo Elizabeth a Aaron abriéndose paso entre la gente.

Ya con su merienda en mano fue junto a Aaron a sentarse en un banco bajo un lapacho que lo cobijaba. Juntos se habían sentado compartiendo la gaseosa, y él se acercaba gradualmente a ella a medida que le contaba cómo estuvo su fiesta de quince años.

El Caso Fleischmann: Las 11 OfrendasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora