Fiesta I

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A lo lejos, Mía escuchó el golpe de algo pesado contra el piso

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A lo lejos, Mía escuchó el golpe de algo pesado contra el piso. Abrió los ojos a una habitación todavía oscura, los volvió a cerrar y suspiró contra las almohadas recién lavadas. Deslizó la nariz sobre las sábanas, la alarma en el fondo de su cerebro un timbre que iniciaba cada vez que cerraba los párpados. Bostezó, impulsándose con los codos para sentarse. Justo al tiempo en el que acomodaba sus pies en las pantuflas, la voz de Alfa llenó su cerebro.

«Todos los miembros de la casa dirigirse al salón principal después del desayuno. Uniforme de cuello blanco. Perfume neutro. Aquellos que necesiten un corte de cabello, dirigirse a los baños termales del sótano. La perfección es clave. No espero menos de ninguno de ustedes. Las faltas o tardanzas podrán ser causales de castigo. Las únicas excepciones son los cuidadores de ancianos y de los niños.».

Mía suspiró cuando el silbido se desvaneció junto a las palabras del Director. Despertarse en su habitación en forma humana era todavía una novedad, más aún cuando los cuerpos de su raza tenían esas adiciones para disponerse siempre al servicio. Se estiró sobre sí mismo, pensando ya en volver a su forma de pulpo para no trabajar. Pero, como había prometido a Daniel, todavía debía enfocarse en darle a su Padre el regalo adecuado y celebrar su cumpleaños a todo lo alto.

Bañarse, cambiarse, desayunar eran tareas que podía hacer de manera automática mientras seguía dormido en alguna parte de su cerebro, las luces del día sustituidas por el fuego de las lámparas y las linternas de vidrios antiguos. Bostezaba mientras bebía el té en el comedor, al lavarse el cuerpo en el baño del sótano tras un corte de cabello y al escoger la corbata en alguno de los tonos azules aprobados por Alfa. Lanzó una mirada a la cama, la electricidad de los preparativos y los murmullos de otros sirvientes acariciaba sus instintos más primarios, pero la verdad es que deseaba dormir el resto del día.

«Haz lo que tengas que hacer y encuentra pronto a Asmodeo. Necesito hablar con él» la voz de Leviatán resonaba junto a las preguntas sobre colores, decoraciones y el menú a servir previo al baile que sus hermanos colocaban en la red de comunicación. Mía suspiró, mirándose desde todos los ángulos sin distinguirse en ninguno de los sitios.

Ignoró la voz de su anillo, sus labios apretados cuando pilló el brillo carmín de sus propios ojos en medio de esa imagen. Trató de sonreír, pero acabó con el ceño fruncido, pálido bajo una capa de sudor. Incluso el gel en su cabello era extraño, sus dedos sin poder dejar de acariciar la textura hasta que sus uñas capturaron trozos. Los llevó a su boca, escupiéndolos al probar el ácido de su sabor.

—Soy igual a Alfa así vestido. —Su uniforme estaba aún cálido por la plancha, la camisa blanca como las nubes y tiesa a su alrededor, el chaleco y el pantalón negro sin la mínima pelusa—. No estoy de ánimo, Levi. Por favor, cállate un rato o te dejaré en uno de los cajones.

Simple, directo, pero con un tono ofendido, Leviatán soltó un «¡hmp!» y se silenció. Con él, pese a todo, no se llevó las conversaciones de sus otros hermanos ni la sensación en el fondo de su estómago de que era un actor en el sueño de alguien más.

MíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora