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Había pasado una semana desde que Reha se había ido y no lo había llamado. Se sentía enloquecer. Le prometió llamarlo pero era sábado y no tenía noticias de ella.

Estaba acostado en su cama y miraba el reloj, eran las ocho de la mañana. No solía despertarse tan temprano en sus días de descanso, pero su preocupación lo ameritaba. No quería pensar en que le había ocurrido algo a su chica, pero no podía evitarlo.

Divagó durante toda la semana considerando viajar a Manchester pero tenía trabajo que hacer y era de lo que vivía. No podía darse el lujo de tomarse vacaciones de momento o viajar de urgencia, su jefe no era tan considerado para permitirle una semana de franco por la razón que inventara.

Tras prepararse café, miraba el sobre que estaba en su mesa. Reha ahora no daba señales de vida y necesitaba saber de ella.

Pensaba en que había regresado para poner su vida de cabeza y se lo había permitido. Esa era la parte que lo enojaba de si mismo, haberle abierto las puertas para que entrara a desequilibrarlo de nuevo.

Fue hasta la casa de los padres de Reha y al ingresar al terreno, se puso a inspeccionar todo lo que había que hacer por afuera, comenzando por podar los arbustos y cortar el césped, quitar las enredaderas y limpiar el porche, necesitaría pintura para el exterior pero aún le faltaba saber qué tan deteriorada estaba por dentro. En esos siete años habían sufrido alguna que otra tormenta fuerte y debía revisar el techo, quizas las paredes, y los pisos, las ventanas desde afuera se veían sucias pero con los vidrios intactos, al menos eso alcanzaba a ver. Los muebles se los había llevado una tía de su chica, no sabía si aún seguían existiendo pero de ser así, era algo bueno. Había mucho trabajo por hacer.

Regresó a su casa y la vio salir del porche. Corrió y la abrazó por detrás. Ella gritó aterrorizada que la soltara, cuando lo hizo, se dio la vuelta, su cara de terror fue desapareciendo y se arrojó a sus brazos.

—¡Maldita sea, no vuelvas a asustarme así! —dijo con tono de enfado.

—Lo siento. No volveré a hacerlo. Te desapareciste otra vez, pero una semana. No sabes cuanto te extrañé -apoyó su frente contra la de ella.

—Si, lo sé. Quería ordenar un poco mi mente. Después de todo lo que vivimos en tres días y los recuerdos... no quise preocuparte.

—Pero lo hiciste —dijo tomándola de su rostro para besarla—. Ahora voy a esposarte a mi y no volverás a huir —dijo tras el beso. Ella rió.

—Hace frío. ¿Podemos entrar? —Joe asintió y buscó las llaves.

Una vez dentro preparó un poco de café y comenzó a cocinar. Reha se puso a su par y lo ayudó a cortar algunas hortalizas.

Cuando llegó el momento de poner la mesa, se encontró con el sobre. Tenía el sello del banco de Yorkshire, ella lo conocía muy bien. Lo tomó y lo abrió. Joe se dio la vuelta y la vio con el título de la casa en sus manos. Había olvidado guardar el sobre.

—Bueno... has encontrado la sorpresa que iba a darte —lo miró y no lo entendía.

Se le acercó despacio y releyó el papel otra vez, ya lo había hecho varias veces desde que se lo dieron,  pero ahora con ella a su lado.

—He pagado la deuda —dijo muy despacio y con temor de que la mujer a su lado se enfadara.

—Joe... —dijo Reha con lágrimas en los ojos— la creía perdida y tú... ¿cómo?

—Bueno, pues... que decirte —dijo rascando su cabeza— tenía unos ahorros, alcanzó justo para pagarle al banco. Sin abogados de por medio, ni nada de todo lo que te dijeron que necesitarías. De hecho, les he mentido un poco, pero... —guiñó— mentiras piadosas, nada grave. —lo que Joe no estaba diciéndole era que Rick tenía que ver en eso también.

Kick Love Into MotionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora