Capítulo 16

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—Si por ti fuera te quedarías en el agua toda la vida, ¿verdad? —me preguntó Heather cuando por fin di por finalizada mi sesión de surf y me uní a ella en la arena

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—Si por ti fuera te quedarías en el agua toda la vida, ¿verdad? —me preguntó Heather cuando por fin di por finalizada mi sesión de surf y me uní a ella en la arena.

Desde el lunes Heather y yo habíamos vivido prácticamente confinados en Irvine Cove. Solo habíamos abandonado la comunidad para ir a clase y poco más. Que Heather propusiera salir a hacer surf me pilló por sorpresa; el riesgo a ser asaltados por paparazzis era alto, sobre todo con la confirmación de nuestra relación tan reciente. Acepté, claro, porque mi cuerpo, pero sobre todo mi mente, necesitaban una dosis intensa de surf para desconectar por un rato de la locura en que se había convertido mi vida. Desde el primer momento planeamos evitar las playas más concurridas y fuimos a última hora de la tarde, cuando normalmente la gente ya se iba.

Hasta ese momento habíamos estado tranquilos, pero no se podía cantar victoria todavía.

—Sí. Nunca tengo suficiente. Nunca me cansaría de estar en el agua, pero sí me canso de estar en tierra firme. —Reí cuando un recuerdo apareció en mi mente. Enseguida lo compartí con Heather, sin pararme a pensar—: Aury una vez me dijo que tengo complejo de tritón.

La risa se me cortó de golpe cuando me di cuenta de que había mencionado a Aury. Porque pensar en Aury era recordar automáticamente su extraño comportamiento de la noche anterior en la fiesta de cumpleaños de Kate Steele. Después de que se marchara, o mejor dicho, de que su amiga se la llevara, me pasé el resto de la noche dándole vueltas a lo que había sucedido, buscando posibles motivos que la hubiesen disgustado tanto. Los peores escenarios cobraron vida en mi mente, y estos hicieron que me maldijera una y mil veces por no haber corrido tras ella e insistirle hasta que me explicara qué había ocurrido. Si no lo hice fue porque me dolió y me fastidió a partes iguales su rechazo, que despreciara mi preocupación y mi interés por ella. Me enfurruñé como un niño pequeño al que le niegan algo, pero en vez de montar una pataleta y encerrarme en mi habitación, me metí entre pecho y espalda todo el alcohol que cayó en mis manos. Por la mañana lamenté mi estúpido comportamiento mientras vomitaba como la niña del exorcista en mi retrete.

Afortunadamente, excepto el vómito, mi noche de excesos no causó en mí grandes estragos, nada que un analgésico no pudiera calmar. Me causó más malestar la vergüenza que el alcohol que había consumido.

—Tienes que hablar con ella, Ryan —me dijo Heather con voz autoritaria—. Lo haría yo, pero ella y yo no tenemos una relación tan cercana como la que tenéis vosotros. Además, imagino que querrás ser tú mismo quien averigüe qué demonios pasó ayer.

Asentí. Agaché la cabeza y posé mi mirada sobre la pulsera de macramé que Aury me regaló por mi decimotercer cumpleaños. La hice girar en mi muñeca. Los «¡No me toques!» y «Déjame en paz» que Aury me soltó entre lágrimas resonaron en mi cabeza. Tragué saliva y mis puños se cerraron solos. Nunca, en los mil años que hacía que éramos amigos, la había visto así. Nunca me había alejado de esa forma.

EPIFANÍA ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora