CAPITULO V

125 20 12
                                    

Jeydre.

Cuando era niña viví constantemente retrocediendo y siendo señalada como ladrona... porqué claro, tenía que sobrevivir, aunque al hacerlo me dañaran en el proceso.

Tenía apenas siete años cuando me quedé totalmente sola sin nadie que velara por mí. Fui obligada a tener que cuidarme por mi propia cuenta y nadie me advirtió lo difícil que sería el simple hecho de intentarlo.

Lo que hacía no era la gran cosa y más que nada no era porqué así yo lo decidiera, era por necesidad.
Robaba comida, joyas o vestimenta que después revendía por un par de monedas extras.

Conforme fui creciendo se hizo más difícil pasar desapercibida. Pues, aunque no quisiera, muchas veces llamaba la atención por mi físico.

Muchas veces fui descubierta y castigada en el proceso. Fui azotada, fui colgada de las muñecas durante tiempos prolongados como manera de "aprendizaje" para que no siguiera tomando las cosas que no me pertenecían.

Me hicieron pasar como criminal cuando lo único que hacía era sobrevivir.

Muchas veces retrocedí temerosa ante el poder de otras personas.

A esa edad debía jugar, ser feliz, tener amigos. No tener la responsabilidad de cuidar y proveer de mi misma... pero la vida era injusta. Es injusta.

Nunca entendí el gran mal que era hacerle creer a alguien que tenía poder sobre mí.

Nunca entendí lo malo que era permitirle a otra persona que vulnerara mi paz, esa paz que siempre intentaba mantener a flote.

Todo cambio hasta que vi en muchas ocasiones como las personas a mi alrededor temían, como se sentían inferiores a los demás, desde ese momento entendí que yo no quería volver a sentirme así de ninguna manera...

Supongo que esa fue la razón por la que quise ser la primera en hacer la prueba.

Tenía la mirada confusa de todas las chicas puesta en mí, pero no iba a dejar que eso me desalentara.
Di pequeños pasos seguros hacia Atenea que se encontraba dándome la espalda mientras preparaba unas flechas a un par de metros de mí.

—El resto vaya con Kaira. La voluntaria se queda—ordenó ella con confianza.

Podía sentir el ritmo de mi corazón acelerarse cuando escuché las hojas crujiendo a mi alrededor cuando las demás comenzaron a alejarse y dándome cuenta que frente a mí se encontraba la persona que hechizó a mi madre.

—Espero que seas lo suficientemente buena como para atreverte a ser la primera —soltó de pronto mostrando arrogancia en su voz —¿Qué numero tienes?

—666 —contesté con seguridad.

—¿Nombre?

—Jeydre... Jeydre Riskagni.

Ella tensó su espalda como si un ácido fuera cubierto en ella y dejó las flechas hacia un lado levantando la cabeza y girando lentamente a mí.

Frente a mí una mujer con rasgos preciosos, fuertes y delicados me observaba.

Atenea era una mujer muy hermosa, debo admitirlo, pero no podía soportar verla. No a ella.

Pese al enojo interno que sentía, conecte mi mirada con ella mientras su ceño se fruncía en mi dirección, como si algo en mi le molestara. Tenía la boca abierta como si quisiera pronunciar algo pero había una cosa que le impedía hacerlo.

En cuestión de segundos todo enojo en mi fue consumido como si frente a mí no estuviera la causante de mi soledad. Ya no sentía nada. Lo único que sentía era euforia por mostrarle lo que Medusa logró crear.

E V A R B ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora