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Laberinto de cristales; atrapada entre siluetas

La dama de piel pálida repasaba los versos de su incompleto poema. Cada palabra era escupida con entonación de sentimientos caídos por el misterioso precipicio. ¿En qué momento fue a templar en los brazos del amor? ¿Cómo es que, después de vacilar entre cortinas de buen escondite, terminó con el gusto retumbando en lo más desafiante de sus cavidades? 

Un recado era lo que quería dejarle al hombre que era dueño de su total atención. Caminó encapuchada como si nadie fuese a reconocerla. La emoción y los nervios electrocutaban a su intestino. Unas cuantas escalerillas y estaría poniendo pie en donde el verdadero reto iniciaría. 

Se encontraba sumida en oscuridad neta. Las luces no detectaban ni su sombra, por lo que las penumbras fueron su refugio en el momento correcto. Los dos lados de su cerebro debatían entre sí. Durante todo el día, ella había imaginado mil y una escenas sobre la felicidad que la llenaría después de pasar esa carta bajo el piso de su puerta. 

Sus dedos ingresaron con suma suavidad en el bolsillo de aquella chaqueta mientras su pulso temblaba descaradamente. La hoja llena de letras era sostenida por inestabilidad. Se agachó un poco, suspirando un minucioso cántico de victoria que no era más que hipocresía. Su mirada circuló por todo el pasillo que tenía enfrente. Ésta, primero cargada de esperanza por lograr algo que nunca pensó establecer como meta, se desenchufó de todo éxito. 

Tal vez...era mejor dejar las cosas así. Él no tenía por qué saber que ella salía con la única intención de ser acariciada por una oleada de conexión que no era más que inverosímil en y para su mundo de fantasías tan prontamente incontrolables. 

Él lo tomaría como acoso, así como cada vez que sólo le quedaba observarlo desde lejos, entrelazado de sonrisas con otra mujer que él aseguraba querer apartar. El lente de su cámara tenía un buen alcance, permitiendo apuntar hacia donde la razón de su motivación se situaba. Ella estaba comportándose como una completa obsesiva, y caía en cuenta de eso. El sólo pensarlo la hacía sentir como si sus brazos le hubiesen fallado posterior a agarrarse de las ramas incompatibles con la realidad, y su cuerpo haya terminado desplomado en el suelo a miles de kilómetros desde donde había dictado su muerte. El golpe fue tan desgarrador, que su interior ardía. Su respiración estaba cargada de molestia, pero, su espíritu...éste sólo se desvanecía como humo. ¿Cómo podía ser tan peligrosamente débil? 

Creía que era buena, que era difícil de encontrar, fácil para desear, digna de darle fortuna a quien la tuviera a su disposición. Se equivocaba. Su rumbo nada más iba en linda marcha hasta que, sin indicio que le alertara, su historia con ese pasajero se derrumbaba como cada una de las torres gemelas que fueron chocadas con tal arrogancia. Era así como parecía. Así se sentía...nada más semejante. 

Pulsó el botón para irse de ese lugar. No funcionaría. Él ya no pedía su cercanía como antes. Él se había enamorado de una mujer que no era yo, pero que tomó vida en mí en su debido tiempo. A él lo atraía ese aroma que compaginaba tan bien con su esencia. Diferente a lo que hizo buscarla, él ya prefería caminar por otro sendero. La mujer que conoció, era no más. 

Se devolvió a paso rápido a su hogar. Era allí donde debió permanecer siempre, no rebeldemente salir. Y todo por el estúpido "amor". Ella juraba que él no era su tipo. Él se convirtió en su polo opuesto que transformó su energía en imán para destruirla como otros pasados que ya era cuestión de cenizas. 

Ella era alentada por la fría ventisca de un día lluvioso que se pronunciaba indeciso. Cada minuto que podía, giraba su cabeza hacia su lado izquierdo; topándose con una mariposa marrón que también moría con sus alas puestas. Estaba igual de tiesa que lo inanimado, como si supiera que esa mujer requería de una compañía ausente. 

¿Era hora de olvidar? 

Lo que restaba de su radiación, se acababa de batería. La resignación corría por su sistema vascular. Quería recibir un mensaje, al igual que quería decir adiós sin vuelta atrás. Había sido engañada. Le mintieron sin callarla.

Ya no cuestionaría más su estadía. Él podría ser sin ella. 

El hoyo jugaría en su contra, prohibiendo que las puertas se cierren. El ojo negro estaría allí para respaldarla con dos objetos en mano: un cuchillo y una dosis de venenosa pasión.

Se fue a conciliar el sueño al apartar aquella sentencia plasmada en una insignificante carta. Ésta permaneció indefensa en su escritorio, guardada en el cajón de los demonios que vendrían por esa piel entrañable en un futuro tan subestimado como el de ella...

ᎪᏞᎷᏆ́ᎷᏆᏟᎪDonde viven las historias. Descúbrelo ahora