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Cántame de nuevo, serenidad [...]


Las llamas del fuego habían cesado. La criatura ya no era selectiva con las actitudes que ilustraría frente a lo que se le interpusiera en la vida. Ya estaba acostumbrada a ver cómo su reino era amedrentado por falso oro. El cristal que protegía la superficie ya estaba tan frágil, que un golpe de otro no era sometido a comparación por magnitudes.

Los dioses tomaban el té mientras su conversación era tallada por burlas, creando historias nuevas en las que el títere apreciaba el camino de la esperanza a lo lejos, pero que, ya estando a unos pasos de contacto con ella, se convertía en una imagen distorsionada. Su rostro parecía molesto, decían sus compatriotas. No, la criatura no sentía nada, era simplemente la costumbre que ellos también tenían de ver una cálida sonrisa dispuesta a nunca fracturarse por una piedra más lanzada. La energía perdía su fortaleza en una picada alarmante. Esta era una versión que el espejo no fue capaz de reflejar. Eso era, el títere de los dioses que podía decidir parte de su destino estaba cansado. No quería morir, pero tampoco quería vivir en esa realidad.

Los párpados parecían adornos, las pestañas cortinas de finas telas. Cómo amaban los ciudadanos de aquella miserable ciudad ver a la criatura danzar por los pasillos. Recordaban con nostalgia cuando su palma sanaba su alma con tan sólo tocar el hombro. Un abrazo de su parte era como un grupo de plaquetas que, rápidamente, cerraban heridas de la forma más permanente posible.

Como muchos unos valoraban su compañía, muchos otros apostaban por ella como un mismísimo juego de casino. La criatura, después de escuchar tanto ruido, apuñaló su corazón para debilitarlo y así poder romper un área específica en trizas. Tal vez esa era la única manera en que podía pasear sin temblar. Tal vez así no alimentaría más las satisfactorias conversaciones de los dioses, haciéndolas más tediosas de convocar. Tal vez así podría irse de su hogar sin sentir la millonada de vuelcos que hacían arrepentirse de su oportunidad. Tal vez así sería más fácil olvidar y retomar una vida sin un campo de batalla para sus preocupaciones. Tal vez así volvería a ser ella, lo que a tantos les caía como milagro en el día. Tal vez así estaría más segura sin darle más razón a su mente para hablar mal de lo que decía y hacía. Tal vez así el peso sería problema de la gravedad y no de sí misma.

La criatura estaba cansada, ya quería acabar con la demasía. Sus gestos no cambiaron, pero sus perlas cayeron hasta abastecer su paladar con un sabor salino.

Quería no hablar con nadie, mientras que ansiaba escuchar una voz que aconsejara al traje de sus penas. No aceptaba excusas. Prefería no obtener sus vacías palabras.

Los huecos en el cristal estaban cada vez más profundos. ¿Era el fin? ¿Ya su reino se desmoronaría allí? ¿Y su gente? ¿No haría nada siquiera por aquellos que lucharon para sacarle así fuera una pizca de alegría? ¿Iba a ser igual de ensimismada que los dioses?

No lo sabía. La confianza que sus fieles le tenían debía estar rugiendo decepcionada. Ella, como la tierna criatura que decían que era, les estaba fallando, y eso dolía.

¿Qué hago...? Por favor, llega a mí y regálame cierta paz de la que carezco más de lo que quisiera. Sólo...haz que el sutil soplo de tus invisibles labios traiga consigo la sanación...

El agotamiento tenía una lamentable obviedad; sentía que se desvanecía con cada exhalación que necesitaba para musitar.

Ten compasión de mí, permíteme descansar por un pequeño tiempo. Un poquito es lo único que te pido...

ᎪᏞᎷᏆ́ᎷᏆᏟᎪDonde viven las historias. Descúbrelo ahora