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Ella siempre cumplía con media parte de lo que él deseaba. Él estaba acostumbrado a que alguien lo apreciara como si se tratara de un tesoro completamente extinto en el Universo. Estaba acostumbrado a que los gestos afectivos fuesen recurrentes y más sólidos. Estaba acostumbrado a que el corazón de aquella bella fémina le causara a sí un picazón interno cada vez que se presentara una oportunidad para que los labios se brindaran compañía mutua. Estaba acostumbrado a que con nadie más había una posibilidad de compaginar. Estaba acostumbrado a ser el único en su vida para vivir un concepto de amor diferente. Estaba acostumbrado a saber que esa espera en particular valía la pena; sabiendo que ella quería unificar los ritmos del alma, pero se emprendía una búsqueda inconsciente del tiempo especial. Estaba acostumbrado a no dudar de que la mirada de ella no podía enfocarse en detallar la belleza de otra persona como si fuese igual de fácil que hacerlo con él. Estaba acostumbrado a sentir que el órgano bombeante se detenía por palabras y acciones encantadoras, en vez de alarmantes. Estaba acostumbrado a encontrar en ella su lugar seguro. Estaba acostumbrado a ser consentido y no terminar consintiendo la mayoría de veces. 

Así es. La narración merece ser personificada, no quedarse atorado en el limbo como en tantas escrituras grietas. Yo estaba acostumbrado a que ella experimentara sensaciones en su estómago cada que siquiera nos rememoraba. 

Recapitulando por el sendero del omnisciente, él estaba acostumbrado a tanto que, aunque quisiera convencerse de que nada se forzaba y todo debía fluir distintamente acorde a cada persona, ella no lograba igualar el jardín en el que las mariposas volaban libre y armoniosamente...uno que, por más amarga que sonara la comparación vigente, alguien más llegó a construir como dobladillo de página en proceso de lectura. 

En pocas palabras, él, muy inmerso en su pesar y lamento, sabía que ella no podía ofrecerle lo que su lazo pasado sí, porque...lo que enamorarse significa no corre por sus adentros en función de sangre u oxígeno. Era una historia por la que se aventuraba momentáneamente en su horizonte para hospedarla en su cajita espiritual. Quien lo ató a ver diversos arcoiris sin tomarse la molestia de juzgar o extraer insatisfacciones, era una afortunada en su sentido más descarado. Tanto atraviesan los filos de la verdad, que ella no supo exprimir los gustos que él le regalaba sin revoluciones mentales a priori; todo por trazar las líneas de la felicidad y esparcirlas por el ambiente que los cobijaba en un romance lleno de apuestas al azar. 

Él se identificaba con el dolor de una criaturita a la que sólo le quedaba observar cómo su castillo de cristales y rosas se derrumbaba. Él estaba ahora acostumbrado a saber que ella no lo miraba cuando se suponía que estaba distraído; ella utilizaba esos preciosos ojos color dulce para ver a otro, jugueteando a lo largo de la noche o simplemente haciendo presencia. Ella aún no había encontrado a quien mirar con ojos de amor, y esa era una realidad que comenzaba a asimilar. Él estaba ahora acostumbrado a que él daría más, sin importar cuál fuese el punto de referencia. Él estaba ahora acostumbrado a que no era una prioridad como ella juraba que era; era cuestión de salir de la zona digital y ahí estaba, expectante a que sus anhelos florecieran. Él estaba ahora acostumbrado a que esta era una etapa más, la cual superaría en sintonía. 

Él estaba a unos pocos días de exponerse a otro mundo, de señalar su hogar desde alturas celestiales. Ella aprendería a prescindir de su lindo cultivo, prosiguiendo con el resto de años que le quedaban por desgastar. Él, a partir de eso a lo que ahora estaba acostumbrado, subsanaría las indecisas heridas; callando y accediendo a dejarse dominar por la indiferencia. Él, con vísperas de la nostalgia, se obligaría, sin necesidad de acudir a un tipo de tortura, a inyectar a las secciones de su sistema que se encargaran de impulsar amoríos incondicionales para que duerman; simulando la estadía en una tumba incrustada entre el sostén de la madre naturaleza. Él estaba ahora acostumbrado a aceptar excusas con un sarcasmo que le evitara desahogarse en vano. 

Él estaba ahora acostumbrado a estar agotado; resignándose en fuertes brazos invisibles. Él estaba ahora acostumbrado a permitir ser y soltar lo que atormentara su buen desenvolvimiento diario. Él estaba ahora acostumbrado a aportar y desvanecerse sin recientes rastros...

Él le confiaría el futuro al destino, negando las marchas hacia atrás para conocer los planes y quedar como hábil testigo de sus respectivas ejecuciones. Él le deseará suerte y agradecerá por los sueños que alcanzaron a trascender en su activadora complacencia ...

ᎪᏞᎷᏆ́ᎷᏆᏟᎪDonde viven las historias. Descúbrelo ahora