Una Sincera Amistad

35 11 23
                                    

Nota: Esta es una historia con personajes existentes, pero una relato técnicamente ficticio. 

*** 

–¿Qué haces, Patricio? ¿Qué es todo ese desorden y ruido? – preguntó Calamardo con su típica voz gangosa.

–Estoy construyendo una fortaleza, Calamardo, estás enfermo y quiero cuidarte y protegerte de todo lo que pueda hacerte daño. – respondió Patricio arrastrando las palabras.

Calamardo en vez de sentirse agradecido por la buena acción de Patricio, se sintió fastidiado y molesto; le puso atención a lo negativo, dejando a un lado la intención.

–Ve a molestar a otro lado, Patricio, déjame en paz. Quiero descansar y recuperarme pronto y contigo cerca no puedo. Lárgate.

–Pe-pero Calamardo...

–¿Qué no me escuchaste? Que te largues, te digo.

Patricio se entristeció ante el comportamiento de Calamardo, pero lo entendía: su amigo estaba pasando un mal rato y claro que era su deber ayudarle a sentirse mejor.

Dejó de construir la fortaleza y se dispuso a colocar trampas alrededor de la casa del calamar para atrapar todo lo que pudiera herirlo. Luego se fue a conseguir lo que fuera necesario para animarlo.

En poco rato volvió y se plantó frente a la puerta, muy contento con su adquisición. Tocó la puerta y la recta cara de Calamardo lo recibió.

–¿Ahora qué quieres, Patricio?

–Mira, Calamardo, te traje sopa. Cuando estás enfermo, es bueno alimentarse bien.

El mencionado puso los ojos en blanco, –En fin– pensó –este no tiene remedio.

–Está bien, entra– dijo sin mucha emoción.

Patricio se adentró a la casa con figura de cabeza de la isla de pascua, indicó a Calamardo que tomara asiento y le acerco el plato de sopa. Sin embargo, antes de colocarlo a la mesa, la torpeza de Patricio se hizo presente y tropezó con un insecto que había en el suelo. Eso provocó que el contenido del recipiente se vertiera de lleno sobre su amigo.

Por suerte, no estaba demasiado caliente, pero sí lo suficiente para causar una quemadura leve, pero más aún para hacer hervir la sangre de Calamardo, a quien le salía humo de las orejas por el enojo.

Patricio se asustó mucho, sabía que a Calamardo no le iba a hacer gracia, sino todo lo contrario.

–Di-di-discúlpame, Calamardo. No-no fue mi intención.

–Patricio... VETE DE AQUÍ.

La estrella rosa no esperó dos veces, salió corriendo lo más rápido que pudo. Calamardo enojado era intimidante.

Patricio se encontraba en su casa debajo de la piedra pensando de qué forma hacer que Calamardo se sintiera mejor y olvidara su reciente enojo. Pensaba, –¿qué son las cosas que me gustan a mí? Piensa, Patricio, ¿qué cosas te gustan?

Una idea cruzó por su casi vacía mente. –Lo tengo– dijo –Me gustan las medusas.

Salió una vez más a recolectar a los invertebrados con tentáculos y se los llevaría a su amigo. De seguro le gustarían mucho, a él mismo le alegraban, eran unas criaturas muy bellas, ¿cierto?

Cuando hubo atrapado suficientes y puesto en un recipiente transparente, corrió a la casa de Calamardo; esta vez sí haría que el calamar se pusiera contento y si estaba alegre, podía recuperarse pronto.

Calamardo no ocultó su cara de disgusto cuando abrió la puerta y vio a su "pesado" amigo. –No otra vez, ahora qué quiere– se dijo a sí mismo.

Story CollectionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora