un manipulador

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La adrenalina que paseaba por su cuerpo advirtiéndole que en cualquier momento podría aparecer un guardia, los húmedos labios de Sanzu que se unían a los suyos de manera tan feroz que hacían que sus salivas y sangre se unan en una asquerosa mezcla, su pecho que frotaba contra el suyo y su mano que bajó lentamente hacia su entrepierna; todo eso lo excitaba. 

Sanzu lo estimuló rápidamente en un ritmo perfecto. Aunque no le permitió gemir hasta unos minutos más tarde, lo cual excitó a Hanma aún más.

— Te toca — logró decir Sanzu.

— Voy — suspiró asintiendo. 

En un giro, terminó sobre el chico. Se sentó sobre él y lo inmovilizó mientras tomaba sus brazos con fuerza. Bajó el rostro hacia su cuello, le dio un beso y desabrochó los botones de su camisa. 

— No te muevas — ordenó mientras lo hacía. 

Continuó dando algunos besos por sobre su clavícula dejando rastros de sangre sucia y de a poco, transformó su piel en un excitante camino de suciedad. Sanzu intentó sacarse la remera pero enseguida Hanma lo trabó con su brazo. 

— ¿Qué hacés? — preguntó desconcertado.

— Dije que no te muevas — y agravó su voz. Quería sonar intimidante, pero dentro de su mente solo había risas. 

Sanzu esperó, sorprendido, a que Hanma le quite esa remera de encima. Decidió cerrar su ojos mientras sentía como algunos chupetones se entrometían entre los besos que recibía sobre su pecho y cuanto más se acercaba a su pelvis, más impaciente se volvió.

— ¿Cuánto vas a tardar en hacerme un pete? — preguntó molesto — parece que nunc-

Una enorme mano lo calló tapando su boca. Hanma lo observaba desde arriba con una intensidad que lo estremeció. Antes de que se diera cuenta había sido poseído por aquel remolino violeta que vivía dentro de sus ojos. No podía hacer nada más que respirar agitado; lo había vuelto su presa. 

★★★

Hanma se encontraba en medio de una calle de Kabukicho. Estaba rodeado de cuerpos y carteles luminosos. Una de sus manos tironeaba del cabello de un joven delincuente que lo había intentado desafiar; la otra sostenía un porro. 

La puta madre — recitó lo que había dicho la otra vez — qué vida de mal gusto... me aburre. ¿Va a seguir así hasta que me muera? 

Enseguida mostró una sonrisa, la cual tuvo que esconder para entrar en su papel. 

— Eu, movete — escuchó ordenar a lo lejos. 

Kisaki Tetta estaba entrando en escena, su show favorito por fin iba a poder empezar.

— Hanma — lo llamó el jefe de Moebius — Alguien quiere verte, vení. 

Le costaba esconder su emoción, pero aquellos delincuentes no podían saber que quería ver a Kisaki o sino podrían sospechar. Siguió al jefe con las manos en sus bolsillos – queriendo verse relajado – y paso tras paso fue recordando lo mucho que le había gustado estar con él. 

No sabía por qué, pero siempre le había caído bien. Actuaba distinto a los demás a pesar de que todos eran jóvenes sin futuro. Era un gran manipulador y a diferencia de otros delincuentes, usaba de escenario las sombras y de reflectores, susurros. De igual modo se sentía en un festival a su lado. Hanma veía como Kisaki preparaba su show y se emocionaba. Era imposible aburrirse con él. 

— Así que sos el Dios de la muerte, ¿eh?

— ¿Quién sos? — preguntó como si no lo conociera.

El dios de la muerte y un perro (hanma x sanzu)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora