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Bellier sin conocer el palacio se sienta en el frio piso, su delgada ropa le permite con total libertad sentir como se congela a cada segundo, como sus pies pierden la fuerza para volverse a parar y como al cerrar los ojos siente comodidad de perderse de todo lo que pasa a su alrededor, con el cansancio ganando la batalla sucumbe a la oscuridad.

—AHHH — escucha Bella fuera de su puerta, conociendo la voz sale rápidamente de las sabanas notando a la cocinera palpando la frente de ese chico a quien había sacado del cuarto.

—¿Tiene fiebre? —pregunta Bella con cierta molestia al mirar la pequeña cosa que se abraza a si mismo en el helado piso.

—No, por el momento — después de esa frase la mujer lo alza sin esfuerzo, antes de ser la cocinera para los soldados o de cuidar a Bella en su enfermedad tuvo trabajos donde su fuerza física la salvaron de un despido que le impediría aliviar del hambre a sus hijos o pedirle dinero al borracho de su marido. — ¿Por que esta afuera? — sentencia en un tono fuerte, ellas se conocen y Adel a cuidado de la otra lo suficiente para tener familiaridad.

—Lo saque del cuarto —revela, es cierto es su culpa, solo que jamás imagino como el no se alejaría lo suficiente.

Adel lo deja en la cama de Bella y lo acobija con suavidad, con suerte Esther no tendrá problemas en ayudarlo. Antes de servirle la comida toma su cucharon y propina a Bella un duro golpe en la cabeza.

Sin decir nada se deja golpear, solo espera que le sirvan para devorar ávidamente lo que dos soldados comerían.

Adel suspira con agrado, siempre es gratificante ver como su comida es apreciada, no como esos días en que su esposo llegaba borracho a pedir comida aunque en sus bolsillos ni un cobre llevaba.

—¿Que son las manchas en su rostro? — pregunta con curiosidad, después de comer quería ir con su tropa, por ningún medio permitirá que su pesadilla cobre vida.

—Esas son marcas de la peste, algunos pobladores consiguieron la cura con el tiempo contado para que no acabara con sus vidas.

Esa afirmación la sorprende. Justamente por que duraron tanto en conseguirla, se envió para todos los habitantes del reino en forma gratuita, el comandante la llevo como acompañante a la casa del tesorero.

—¿Pagaste por la cura? —pregunta mirando a Bellier fijamente, esa piel porosa, los labios de un color pálido y las manchas que se confundían con las pecas, esa persona pequeña a la que podía destruir con solo un movimiento de espada.

—Pague por la mía y la de mis hijos, según se en los barrios mas bajos se cobro mas de lo que yo entregue —revela recordando como también consiguió el dinero de la cura de su esposo pero este se lo gasto en el bar donde por arrogante se enfrento a unos tipos que lo mataron.

Bella golpea con fuerza la mesa donde los platos saltan por el movimiento, como era posible que algo dado con tanto esmero sea arrebatado solo por la codicia de algunos.

—Era gratuita —resuena en todo la habitación sorprendiendo a la cocinera que no puede ni entablar palabras, el tiempo que estuvo enferma tuvo que trabajar, sus hijos a penas pudieron cuidarse mutuamente en la fiebre hasta que ella pudo pagar. Todo ese dolor era innecesario, se repite esa frase en su mente.

—No es posible —lo única frase que es capaz de articular.

La comandante se cambia a su uniforme, mismo que le daba la sensación de fortaleza y rudeza que necesita para afrontar la situación. Con determinación destruirá la peste del reino, ella no es una princesa, ella es un verdugo.

—Cuídalo, si despierta y esta mejor llévalo al campo de entrenamiento —ordena antes de salir con tal fuerza en sus pasos que la capa roja con el símbolo del reino ondea y metal chilla a cada paso.

Este castillo es su hogar pero ella nunca lo ha sentido de esa forma. Camina y solo se detiene en la biblioteca, de seguro Mirabella esta leyendo algún libro o escondiéndose para que padre no le busque un marido como lo hizo con Clarabella.

—¿Por que en algunos lugares se cobro por la cura de la peste? —cuestiona aparentemente en el aire, hasta que de los libros apilados se ve salir a una chica que por su vestido delata su estatus en la alta sociedad.

—Isabella no digas tonterías, todo fue repartido en nobleza, clero, soldados, trabajadores del castillo, comerciantes y trabajadores de las afueras —se posiciona con firmeza, aunque son hermanas de niña le temía con tal pavor que solo lagrimas bajaban de su rostro al verla ahora es el mejor método de convertirse en soberana, ella no sera la esposa de alguien si puede conseguir administrar el reino.

—Ve y pregunta a los barrios bajos si te responde lo mismo que yo ¿que harás? —continua Bella con decisión aunque el tono de su voz sea el mas suave que posee.

—Muy simple si explicas una vez y la orden no es tomada de forma correcta es culpa del maestro, sin embargo si explicas dos o tres veces y la orden no es tomada de forma correcta es culpa del aprendiz— sonríe, limpia las gafas que por unos momentos le hacen ver los ojos mas pequeños — Isabella solos necesitamos a quienes recogieron el dinero, un castigo publico y de esa forma nadie dudara que el reino es comandando con justicia.

—Tan simple —espeta con desconfianza.

—Ni tanto, necesitamos a los culpables reales pero el mundo es injusto, si esto no se toma de la forma correcto podríamos matar inocentes en lugar de juzgar pecadores.

Bella en muchas ocasiones no entendía a Mirabella sin embargo en esta ocasión pudo reconocer que tenia la razón.

—Deja esto en mis manos por el momento y cuando los culpables estén solo necesitaras tu espada —se devuelve al rincón donde la pila de libros la oculta totalmente de la vista.

Bella sale sin importarle una despedida, se dirige a tomar el control de su unidad.

Bella y BellierDonde viven las historias. Descúbrelo ahora