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Al aceptar sin conocer los términos Bellier no tuvo otra opción que resignarse a salir con una desconocida. Solo sabia por rumores sin confirmar que era una chica aunque no lo parecía, siempre viste su uniforme y las ocasiones en que se le encuentra en las calles esta llena de sangre de sus enemigos. Su cuerpo esta entrenado como el de los soldados.

Solo sale del castillo para internarse en las guerras, su fuerza con la espada es la mejor del reino, ella solo se encargo de 100 soldados de Linza (Reino vecino), algunos afirman que al terminar de insertar su espada en los corazones les sonrió con diversión.

Todo lo que sabe de la comandante le hacia temblar, solo se imagina viéndola y escuchando a los soldados diciéndole que lo matara, como ella balanceara la espada quitándole la cabeza por ese atrevimiento.

—Lo siento— por fin Gabriel pronuncia una palabra, desde que lo trajeron hasta que entro en la habitación no se inmutado en abrir la boca.

—Tienes el derecho a disculparte— mofa Bellier acostumbrado a la fechorías de Gabriel.

Los dos se miran sin decir palabra ya es de noche y ninguno de los dos comió.

Gabriel tuvo que esperar a que Bellier saliese de la imprenta para regresar y con poco dinero en sus bolsillos con escasez logro pagar la renta atrasada del lugar.

—Debí morir, de esa forma podría acompañar a mamá y papá— confiesa con lagrimas las que borran las manchas de tizne.

—No digas eso o el esfuerzo de mama y papa se en vano.

En la peste solo se salvaron lo que pagaron por una cura, en los barrios bajos todo se maneja con dinero.

Ninguno de los dos pronuncia otra palabra, solo esperan que de alguna forma puedan dormir, las cobijas no los protegen lo suficiente del frio y la oscuridad los consume, las velas son solo para aquellos quienes pagan, no para dos pobres que apenas viven.

En la mañana Bellier escucha a la casera gritar, esa es su señal para ir a recoger agua y con suerte ayudar a otras personas quienes al verlo con animo podrán ofrecerle un trozo de pan que calme el dolor de estomago.

Pese a sus planes mientras camino a la fuente mas cercana tres soldados lo detuvieron, mira las demás personas pero estas no le devuelven la mirada, sin saber que decir o por que es detenido se queda sin mover ni un solo musculo.

—Somos nosotros— afirma Anton quitándose la visera.

Que sean ellos tampoco es positivo para Bellier a quien en sus opciones esta dejar morir a su hermano o ser novio de una persona a la cual nunca le ha visto el rostro.

—Deja al pollito en paz — declara Gaston en un acercamiento donde levanta a Bellier.

—No soy un pollito— al decirlo su estomago gruñe, cuando fue la ultima vez que comió carne. Posiblemente mas tiempo del que recuerda.

—Venimos para ayudar a la comandante— recuerda Mikahil en un intento por que Gaston suelte a el muchacho y Anton deje de intentar sonar como un adulto engañando a un niño.

—El pollito no ha comido— a Gaston como siempre no le importa la opinión de los demás.

—¿Como te llamas?— pregunta Mikahil a quien solo le interesa poder ayudar a Bella.

—Bellier— sentencia al momento que golpea con todas sus fuerzas al tipo que no lo suelta.

—Pollito atrevido.

—ANTON, GASTON, MIKAHIL— se escucha acompañado de unos pasos desalineados.

A primera vista se observa una persona con lesiones y manchada de sangre, su camisa no se distingue color por la sangre cuarteada, el barro sin despegar y los cortes que llegan hasta la carne, en su rostro solo los ojos de color marrón se pueden mirar, parecen los ojos de una bestia.

—COMANDANTE— gritan los tres al unisono. Gaston suelta a Bellier no obstante paralizado por el miedo no se atreve a retirarse.

—¿Por que no están entrenando?— contesta a los tres que tragan saliva con miedo de que se entere como ayer en lugar de trabajar se reunieron a beber y hoy no pensaron en acompañar a los soldados en la rutina.

—Bella mira te conseguí un lindo novio— presume Gaston en un intento por evadir el tema.

—No lo necesito — afirma sin embargo al dar el siguiente paso cae al piso, la capa hecha jirones, rota y arrastrando barro la tapa su cuerpo.

—Dos.. pétalos ... menos— balbucea de forma entendible. Anton es el mas preocupado si no cuida de Bella ahora a futuro solo podrá guardar recuerdos hasta que el mismo escuadrón que la vio crecer tenga que clavar una espada dejando que la sangre surque los senderos barrosos y la ultima mirada de su comandante no tenga vida, el solo imaginar esa escena le congestiona el pecho no desea ello de ninguna forma.

—Llévenla al palacio, Bellier sígueme — ordena.

—Pronto empezara mi trabajo en la imprenta —con la voz temblorosa declara, su estomago gruñe por segunda vez. No se puede seguir engañando, apenas sobrevive y si no trabaja su vida solo decaerá.

Contando con que a un no ha ido por el agua y administrador de la imprenta es muy estricto con las normas de llegada.

—Después puedes quejarte— lo lleva cargado hasta el palacio donde toma rumbo a la cocina.

En ese lugar baja al pobre quien desea encogerse como una bolita, solo en las ocasiones que defiende a su hermano se considera un valiente, el resto del tiempo se enorgullece al decir que vive la vida de un cobarde.

Anton hace un gesto con la mano, los cocinero al parecen lo entiende y en la mesa dejan platos con sopa, verduras, carne y vino.

—Come —le hace un gesto para que se acerque a la mesa. Anton desde un comienzo ha estado indeciso, ni siquiera conoce la razón de escogerlo a él dentro de la variedad de personas, fue una decisión rápida, sin pensar o cuestionarse el porque sin embargo una parte de si lo considera un dictamen correcto.

Bella y BellierDonde viven las historias. Descúbrelo ahora