Capitulo 1
Los rostros soñolientos de los alumnos se retorcían por el pupitre o se perdían en la mirada al cielo de madera que cubría el viejo salón que llamaba "casa" la maestra Flores, esta con su grave y tosca voz que de oía por el salón demandaba el silencio de los que rehusaban a seguir las instrucciones acordadas, la cabellera negra de Fernanda recogida en una trenza hecha por su madre en la mañana luego de las tostadas vacías y la leche cortada, se contoneaban al girar su cabeza para chismorrear sobre el horripilante peinado de su maestra Leah el cual su negro cabello graso recogido en una tirante cola de caballo que dejaban a la vista así como su cuero cabelludo o la caspa que caía por el cuello. La campana vieja del pasillo dio la señal de libertad a los alumnos que salían como una gran estampida de enormes animales. La cansada profesora de física arreglaba sus libros mientras que una joven solitaria barría con una destrozada escoba el salón, Leah tomo un pequeño libro de bolsillo que guardaba con recelo en su escritorio, lo abrió con cautela y se introdujo como una soñadora a aquel mundo que deseaba con cada letra que susurraba en sus secos y fríos labios de aspecto violeta, su placentera lectura fue interrumpida por esa pálida joven rubia que tocaba sus anchos hombros.
- ¿Que sucede Ana? -preguntó la carraspeada voz de la maestra que intimidaba a la joven alumna con su mirada asesina.
- Maestra, tengo en casa los ejemplares continuos a este -la muchacha de piel de papel apunto al pequeño libro de bolsillo que tenía en las grandes e sucias manos de Leah Flores. Los ojos azules de la gruesa maestra brillaron imaginando el dulce olor de las paginas que ansia disfrutar.
- ¿Y que con eso Soto?
- ¿Qué cosa señorita? -La despistada Alumna de piel blanca sacudió su cabellera rubia y comenzó a trenzarlo delante de la maestra que la miraba con el ceño fruncido. -Estaba ofreciendo una invitación a mi casa señorita.
La maestra Leah se sintió extrañada por la invitación de su alumna pero aun así acepto la atrayente propuesta que estremecía su cuerpo por hambre de lectura.La maestra Leah acompaño a su alumna hasta las afueras del viejo y malgastado edificio, el moho de las tablas de la pequeña escuela comenzó a humedecerse por la repentina lluvia, la maestra Leah observó claramente el nublado cielo pensando en cual hermoso atardecer estará detrás de esas deslucidas y oscuras nubes.
- Hasta mañana señorita -La alumna de cabellera dorada corrió por el barro cubriendo con sus brazos a la cabeza como si aquello la protegería de la espantosa ventisca y del pluvial.
Leah Flores regreso dentro de la escuela junto a un pequeño ratón que se escabullía por las tablas del viejisímo edificio, cruzo miradas con Pedro Herrera, el temido profesor de Matemáticas.- Buenas tardes Leah -El profesor hablo cortésmente y asiste con una sonrisa hipócrita en sus rotos labios
- Buenas Pedro
Ambos continuaron su camino en direcciones contrarias. El mal hablado maestro Pedro del la escuela de campo en San Felipe, un pequeño pueblo aburrido y de rutina.
Las tardes en la casa de los Soto pasaban lentas y tranquilas con aquel furor de sol que pegaba en el patio trasero, los Soto conservaban un bello jardín que era observado a cada detalle de este por un joven paralitico que usualmente leía en una banca vestida de harapos para abrigar al chico melancólico de siempre. Al llegar Ana a su casa se percato del espesó barro a la entrada. Corrió directamente al jardín donde se encontrada Alan, este miraba la lluvia con rabia, los libros e mantas sobre el estaban completamente estropeados por la repentina llovizna.
- ¡Alan! -Gritaba la pequeña Ana que pisoteaba las hortalizas para llegar junto al cerezo que protegía al muchacho grosero.
- Apresúrate pendeja -Respondió cabreado el muchacho que se intentaba ponerse de pie, lo único que logro fue caer de bruces en el barro.
- ¿Estás bien Alan? -Ana tomo la cabeza del muchacho y la sostuvo sobre sus piernas.
- No -Dijo el muchacho ocultando su rosto en los vestidos de Ana. Creo que está llorando, pensó Ana.
- Estoy harto de esta mierda Ana, odio todo, te odio a ti, me odio -El muchacho levanto su pesado cuerpo pero sus brazos no eran lo suficiente fuertes para sostenerse.
- Pero Alan... -Ana solo miraba con tristeza a su compañero, se imaginaba cada instante el que se sentiría estar en los zapatos del muchacho, decir algo solo empeoraría las cosas como siempre, ella lo sabía bien.Ana empujo con todas sus fuerzas el cuerpo del joven al charco de barro, lo arrastraba de a poco entre las destrozadas hortalizas, Alan solo se quejaba con groserías que la pequeña Ana nunca había oído, continuo así empujando el cuerpo del joven por el barrial y la vegetación que herían sus vestidos por las espinas, miro al muchacho que grito horriblemente, fue ahí donde se percato bien de lo que sucedía, Alan tenía sus ropas tan destrozada y sucia, a demás de contar con el sin fin de espinas incrustadas en su camisa, aún la lluvia caía sobre ellos prometiendo continuar con aquel acto de tortura para el joven ex guerrillero, tal vez era un castigo de Dios si es que realmente existía, pensó Alan.
- ¡Ayuda! -Grito casi al romper de llanto la pequeña Ana, pero nadie respondió excepto aquellos canes que ladraban al irritante gotereó del techo de la casona. No podía dejarlo, era su amigo y lo quería con todo y imperfecciones que tenia, solo debía luchar y soportar los quejidos del muchacho para hacerle saber que si hay algo más que el odio; el amor, y aun que le costara la vida le demostraría lo que el no cree cierto pero ese hombre pesimista come libros solo vivía en su dolor y eso no le dejaba ver más allá. Ana a la hora y media logró entrar al joven a rastras por el barrial, limpió hasta lavó a él joven y logro acomodarlo con todas sus fuerzas junto a la estufa. Realmente se sentia cansada luego de aquel espectáculo bajo la lluvia, su tono blanco se había transformado en un rostro sucio e rojo lleno de sudor.
- Te prepararé algo de sopa Alan, te gustará -Él joven no respondió a cambio solo miraba el fuego abrazador frente de él. Anastasia desapareció en el fondo de la casa por unas cuantas horas, volvió con una sopa caliente y se la enseñó a su acompañante.
- Ten -La sonriente niña enseño sus dientes como si los forzara pero lo que recibió fue un repentino dolor en su estomago, la sopa caliente escurría por su vestidos dándole una horrible ardor a su piel, se estremeció y sin pensarlo dos veces corrió por la puerta al barrial el jardín, ahí en un charco se hundió bajo la lluvia, el aroma del barro mezclado con rices aliviaba tan solo un poco su corazón e dolor físico, los canes ladraban en su prisión mientras que la niña salía del frio charco y se encamino por las calles de la pequeña ciudad de San Felipe.

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Teorema de Noether
Cerita PendekLa simple vida de una profesora de fisica con su pesada inconformidad y problemas del pasado que la atormentan en el presente ¿Podria cambiar algo?