Capítulo 5

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¡Bonjour!

¡Buena lectura!

Totalmente extasiados cayeron uno al lado del otro, sin más fuerzas que para ella recostar su cabeza sobre su pecho y él acunarla entre sus brazos.

A la mañana siguiente, como era de costumbre, luego de un agradable desayuno, María fue a cumplir con sus obligaciones en la escuelita.
Ahí se enteró gracias a uno de los maestros que por la tarde irían a su casa para darle noticias de su marido.

El maestro la abrazó con fuerza y ella fingió estar afligida. Preguntó si sabía qué iban a comunicarle sobre Esteban, sin embargo, el docente se disculpó diciendo que era hora de iniciar sus clases, evadiéndola.

El miedo se apoderó de ella al imaginar a los militares ingresar a su casa y encontrar a su marido. Sin duda ambos serian ejecutados por conspirar contra los intereses del gobierno y aún más, Esteban por ser prófugo y María por esconderlo,

Por primera vez en toda su vida deseó que las horas no avanzaran y quedarse resguarda en la casa de estudios, temía enfrentar la realidad, sentía como si la muerte le respirara en la nuca.

- Dios mío, protégenos –rogó, sacando un rosario de su bolso- no permitas que esta sensación de estar cerca de muerte se haga realidad.

Los segundos, minutos y horas llegaron hasta culminar el horario de clases. Cada alumno se despidió de ella con un fuerte abrazo, podía percibir en la mirada de cada uno, una especie de lastima y compasión. Lo que inmediatamente la llevó a deducir que la visita que recibiría de los uniformados, sería para notificarle sobre la supuesta muerte de Esteban.

Al dirigirse a su casa, una patrullera la abordó y un oficial le ordenó que subiera junto a ellos.

- Si me da el honor, señora SanRomán. Justo íbamos a su casa.

- Sea lo que sea que van a decirme, pueden hacerlo aquí –los desafió envalentonada.

- No, créame que se sentirá mejor en su casa –se negó el hombre, que sin esperar aprobación la jaló del brazo prácticamente obligándola a subir.

- Como siempre se comportan como unos salvajes –dijo mientras abrazaba con fuerzas su bolso.

- No tenga miedo, María que no pensamos hacerle nada malo.

Podía notar en su voz y en la mirada el tono en doble sentido, su estómago dio un vuelco al imaginarse siendo forzada por alguno de ellos. A la vez que sintió un profundo dolor en el pecho, imaginado la cantidad de mujeres que esos hombres ya habían dañado.

A pocos metros de la casa, María metió su mano dentro su bolso para volver a tomar el rosario al que siempre se encomendaba, rogando que Esteban se ocultara a tiempo.

Los nervios la estaban carcomiendo.

Al llegar, los hombres bajaron tras ellas, con manos temblorosas sacó sus llaves y abrió el portón. Corriendo llegó Pongo a recibirla, quien al ver a los hombres casi se abalanza sobre ellos con la intención de devorarlos.

- Con que muy protegida la viuda –soltó uno de ellos.

Y María como si se tratara de la misma Meryl Streep soltó un grito de dolor que luego se convirtió en un llanto digno de un velorio.

- ¡Esteban está muerto! –gritó con la intención de que los vecinos la escucharan.

Afortunadamente lo consiguió, poco a poco los vecinos salieron y acudieron al lugar de donde provenía el llanto. Entre todos la abrazaron y buscaron manera de brindarle consolación.

- ¡Fuera de aquí! –gritó a los militares- ya lograron su cometido, ya me informaron que asesinaron a mi esposo. ¿Qué más quieren? Si buscan alimentarse de mi dolor no lo van a lograr.

Seguido de sus palabras los vecinos gritaron que se fueran y así lo hicieron. Se montaron en la patrulla y se largaron con una sonrisa triunfante en sus rostros.

Mientras que María pidió que la dejen estar sola en su casa, rogó que todos la dejaran descansar.

- Por favor, quiero estar en soledad con los recuerdos de mi amado esposo. Si necesito de ustedes créanme que los buscaré.

No muy convencidos, los vecinos decidieron respetar los deseos de la mujer.

Cuando ingresó al interior de su hogar, encontró a Esteban en un rincón atrincherado.

- Tranquilo, el peligro ya pasó –lo calmó sentándose a su lado.

- Por ahora, querida –suspiró- no creas que esto será así de fácil. Ellos no te dejaran tranquila, de eso estoy seguro.

- Tienes razón, pero ahora tenemos que buscar la manera de no levantar sospechas.

Dos meses más tarde...

- Mi amor, esta tarde tengo cita con el clínico. Tiene mis resultados de los análisis de sangre que me ordenó –informó.

- Yo creo que has sanado de la anemia que te aquejaba –sonrió- te he cuidado muy bien estos meses, no te puedes quejar de eso.

- Sería muy ingrato de mi parte –admitió abrazándolo para posterior llenarlo de besos.

- Entonces te espero para la merienda.

- Así es –un último beso de despedida los separó y cada uno tomó su lado para iniciar con la rutina del día.

La clase fluyó de maravilla, María se sentía enérgica ese día, sorprendiendo a sus alumnos que semanas atrás aun la veían con cierto aire sombrío luego de la "muerte" de Esteban.

Si tan solo supieran lo que le costaba fingir ese dolor, cuando en realidad tenía tanta dicha en su alma. Dormía y despertaba al lado de su amor, todas las noches tomaban largos baños juntos, cenaban, hablaban, reían, bailaban y hacían el amor cada noche. Aunque la felicidad de ambos se veía empañada por la dictadura y la falta de libertad de Esteban.

Pronto acabará, se decían y prometían salir victoriosos de la situación.

Más tarde, María se encontraba frente a Rubén, su médico clínico de toda la vida.

- Bueno, María –dijo mientras hojeaba chequeando cada resultado- está todo correcto, ya no tiene anemia y... -de repente frunció el ceño y la miró boquiabierto- no entiendo, creo que esto no puede ser posible.

- ¡¿Qué, dímelo ya, por favor?! –rogó una respuesta inmediata.

- Estás embarazda...

Continuará...

Las alas del cóndorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora