Capítulo 9

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¡Bonjour!

¡Buena lectura!

El próximo capítulo, es el final.


Y la cinta acababa con hombres riendo y celebrando que al fin Esteban Sanromán había muerto.

Por un impulso de desesperación, María salió corriendo de su casa. Ni ella era capaz de explicar de dónde sacó fuerzas para hacerlo, su voz llena de dolor gritó el nombre de su amado negándose a creer lo que esa cinta reprodujo.

Alertados por los gritos, las personas se iban acercando curiosas. María entre sollozos desgarradores, continuaba gritando el nombre de Esteban.

No hacía falta decir más, ya todos dedujeron que habían asesinado a su esposa y se lo hicieron saber.

Una mujer desconocida se animó a acercarse para intentar contenerla, María la abrazó con fuerza sin dejar de llorar.

En ese momento se aproximó entre los presentes Gerardo Salgado, quién apartó a la desconocida para tomar a María por lo hombros.

- ¡¿Qué sucede, María?! -pidió saber con desesperación.

- ¡Lo mataron, Gerardo! ¡Esos bastardos acabaron con mi marido!

Pasmado ante la terrible noticia, su mente se nubló impidiendo que pueda argumentar alguna palabra.

Ante el estado de emociones de María, su cuerpo reaccionó y rompió fuente en el peor momento posible. Sintió una fuerte punzada en el pecho y se desvaneció en el suelo antes de que Gerardo logré tomarla en brazos.

Desesperado y haciendo fuerza para levantarla, suplicó que lo ayudaran. Sin embargo las personas comenzaron a dispersarse, pidiendo disculpas ya que era más al miedo de sufrir las represalias del gobierno.

- Lo sentimos mucho, pero tenemos miedo de acabar de la misma manera -se disculparon marchándose.

- ¡Cobardes! -gritó enfurecido.

Pero no había tiempo que perder, no se podía dar el lujo de pelear con ellos y dejar agonizar a María.

Con mucha dificultad logró subir a María en su camioneta, la aseguró en el asiento trasero y se dirigió junto a Rubén para darle asistencia a la mujer.

Para su mala suerte, Rubén estaba de viaje en el interior del país atendiendo otros asuntos. No tenía idea de quién era ese obstetra que iba a ayudar a María y en qué centro de salud.
Intentó de todas las maneras posibles de hacerla reaccionar, todo en vano.

Lo que hizo que su miedo aumente, no quería que ella y el bebé corrieran la misma suerte de Esteban. Así que disparado como rayo condujo hasta el hospital más cercano.

En el lugar se negaron a atenderla, era obvio que tenía instrucciones de no hacerlo. Así que Gerardo buscó otro lugar más, en ese pequeño y sucio hospital lo ayudaron.

Llevaron de urgencia a María en una camilla y la introdujeron a una precaria sala de partos. Debían practicarle una cesárea se emergencia.

Por otro lado, en la celda de castigos el cuerpo molido en golpes de Esteban reposaba sobre el suelo en una esquina.
Un soldado al que mandaron a deshacerse del cuerpo llegó hasta él, lo rodeaba un gran charco se sangre.

La impactante escena perturbó al joven, quién cerró los ojos y tomó aliento para cumplir con la orden que se le había encomendado.

Al tocarlo sintió todavía pulso en él, no estaba muerto.

Rápidamente informó a sus superiores quienes no lo podían creer.

Esteban Sanromán aún vivía.

Primero pensaron el rematarlo con un disparo, luego con la mente más fría decidieron dejarlo tirado de nuevo en la celda, esperando que la muerte le llegara sin necesidad de ellos volver a intervenir.

Pasaron las horas y a Gerardo ya le informaron que el bebé nació con vida, pero la situación de ambos era bastante delicada.
Consiguieron una incubadora para el bebé y María aún no despertaba.

El chisme se propagó rápidamente, llegando a oídos de todos, incluyendo a los militares que custodiaban a Esteban.

Fueron a verlo nuevamente y él seguía respirando, hasta abrió los ojos y llamó a su mujer varias veces. Evidentemente no se encontraba en sus cinco sentidos, pero ese hombre que parecía estar hecho de roble, se negaba a abandonar este mundo.

Cansados decidieron que le darían un par de días para que se recupere y lo dejarían en libertad. Sabían que su peor castigo sería enterarse de la situación en la que se encontraba su familia.

Pasaron tres días, con dificultad Esteban logró levantarse nuevamente. Esta vez ya se estaba lúcido, le habían informado que lo dejarían libre esa tarde, sin embargo aún desconocía la causa de su liberación.

Cuando se lo dijeron, su corazón dió un vuelco de dolor.

No tenía dinero, le habían permitido bañarse y le proveyeron otra ropa y zapatos.

Atormentado por la noticia de su familia y soportando las secuelas de las golpizas caminó por horas hasta dar con el centro de salud en el que se encontraba su esposa.

Cansado y jadeante, preguntó en la recepción por María Fernández y su bebé. Antes de recibir respuesta, Gerardo Salgado se acercó a él presentándose rápidamente.

- Esteban, debes ser fuerte. La situación de ambos no es muy favorable.

Continuará...

Las alas del cóndorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora