Capítulo 2

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¡Bonjour!

¡Buena Lectura!

Golpeó la puerta con frenesí. Si no abrían pronto, lo mataba el perro.

Una luz se prendió en el interior del hogar, vislumbró a una persona y sin pensarlo dos veces, Esteban gritó...

- ¡María!

Y ahí la vio. Su mujer abrió rápidamente la puerta trasera, llevándose la mano al corazón al volver a ver a su marido.

- ¡No puede ser! -gritó temiendo ver un espejismo fruto de desesperación- ¿Esteban, en verdad eres tú?

Se negaba a creer del todo que frente a ella se encontraba su marido. Y no podíamos culparla, casi no se parecía en nada a él. Se lo veía muy delgado, sucio, su cuerpo invadido por rastros de tortura, lo único que realmente ayudaba a qué María identificara a Esteban, eran sus ojos. Que aunque se veían sin ese brillo de antes, casi tenían la misma expresión de amor cuando la veía.

Rápidamente lo tomó del brazo y lo guió hasta el interior de la casa. Una vez que lo ayudó a sentarse, asimiló mejor las cosas, cayendo en la cuenta de que su marido estaba vivo.

Esteban sonrió y se fundieron en un largo abrazo, el llanto fue inevitable. Ambos, como si de niños se tratase, lloraron a mares tratando de calmar esa mezcla de emociones, entre amor, felicidad, miedo y angustia.

- Dios mío, tenía tanto de miedo de no volverte a ver -confesó antes de besarla.

María no conseguía articular palabra alguna, solo lloraba y lloraba.
Aunque a Esteban no le gustaba verla así, tampoco podía hacer algo que la calmase, él no conseguía dominar sus propias emociones.

-Ayudame -fue casi un ruego- quiero darme un baño, necesito descansar.

Temblorosa lo acompañó al cuarto de baño, con mucho cuidado lo fue despojando de las prendas que llevaba, haciendo ella lo mismo.
Encendieron la ducha y una vez bajo el agua, María pasó la esponja enjabonada por todo el cuerpo de su amado. Sorprendida ante la magnitud de golpes que exponía en su piel.
Esteban suspiraba intentando ocultar el dolor que sentía, cerraba los ojos con fuerza, dejando que su mujer lo bañe.
Minutos después, lo rodeó con una toalla guiandolo hasta la habitación. Con mucho cuidado lo secó y antes de vestirlo, limpió y realizó curación a cada una de sus heridas.

-Descansa mi amor -susurró a su oido- mañana será otro día.

Esteban la rodeó con sus brazos y de forma casi inmediata cayó rendido y profundamente dormido...

Continuará...

Las alas del cóndorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora