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CAPÍTULO 2: EL RATÓN GRIS

—¿Fuego azul? —preguntó Mio, al día siguiente.

Observaba las pequeñas llamas flotando por el pasillo, las cuales habían llamado su atención al punto de irrumpir el recorrido que el gato azul le estaba dando por los alrededores de la biblioteca.

—Fuego fatuo. —lo corrigió su maestro, caminando por delante de él para así llegar hasta el fuego fatuo.

En medio del pasillo había un libro que parecía haber caído de una de las estanterías; con las páginas desparramadas y el fuego demasiado cerca del papel. Por su parte, el gato azul no parecía muy preocupado al respecto, y en cambio, una vez estuvo junto al libro, hizo un un gesto con su pata y el tranquilo fuego fatuo repentinamente voló en su dirección; Mio ni siquiera tuvo oportunidad de reaccionar antes de que este cayera dentro de las páginas de libro con un suave susurro.

—Solo hay dos reglas que necesitas saber, niño —explicó el gato, cerrando el libro y permitiendo que este volara de nuevo a su lugar en la estantería—: Todos los libros están vivos, ten cuidado con eso. Y, ningún libro debe estar fuera de su estantería después de medianoche.

Todavía sorprendido, Mio no podía creer lo acostumbrado que estaba su maestro a todo eso, ¡nada parecía capaz de alterarlo! Vagamente se preguntó si él también llegaría a ser así en el futuro, aunque estaba lejos de siquiera imaginarlo.

—¿Qué pasa si no están en su lugar? —preguntó, más por salir de su asombro y volver a retomar el tema que por verdadera curiosidad.

Solo entonces el gato azul le dio una mirada de reojo.

—No necesitas saber.

Aquella enigmática respuesta solo provocó más preguntas que Mio prefirió guardar para sí. Sin embargo, eso no impidió que una voz casi sarcástica brotara de un rincón entre los libros.

—Eres tan misterioso —se burló la voz desconocida, refiriéndose al gato azul. Mientras que para Mio añadió—: Él es el guardián de la biblioteca, si el guardián de la biblioteca no cumple con su deber, ¿qué crees qué pasaría, niño humano?

Mio dio un respingo, sobresaltado, tratando de ubicar la voz que les hablaba. Aunque su maestro no lucía tan impresionado, en cambio, lo miró con una expresión que delataba aburrimiento.

—Casi lo olvido —mencionó de improviso el gato azul, con tanta indiferencia que se preguntó si se había imaginado la voz de antes—. También tendrás que deshacerte de alimañas, como roedores que se cuelan sin permiso.

—¡Eh! —se quejó el ratón, saliendo del pequeño espacio entre los libros—. ¿Qué es esa manera de hablar sobre un invitado frecuente de la biblioteca?

—Eres una molestia, no un invitado. —le respondió el gato azul.

—¿Los ratones también hablan, maestro?

—Solo los más molestos lo hacen -volviéndose en dirección a Mio, continuó—: Por lo general se debe tener cuidado con los ratones de biblioteca; se esconden en cualquier sitio y después es un dolor tener que buscarlos. Son devoradores de palabras, así que si no tienes cuidado pueden llegar a comerse libros enteros. Lamentablemente, este sujeto ha sido el más difícil de echar.

—¡Vamos! Sé que disfrutas de mi compañía.

El ratón gris intentó recostarse sobre una pila de libros que yacían a su lado, pero antes de que pudiese tocarlos siquiera, el gato azul había barrido el sitio con su pata de un golpe limpio. Y sosteniéndolo de su cola se lo ofreció a Mio con mala cara.

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