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CAPÍTULO 3: LA BIBLIOTECA MÁGICA

Poco a poco Mio fue adaptándose a su vida en la biblioteca; organizando, limpiando, archivando y tomando lecciones con el gato azul, quien le enseñó a leer y escribir en múltiples lenguas que no muchos humanos podían siquiera conocer. También aprendía sobre otras criaturas, y leía muchos de los libros disponibles en su tiempo libre, aunque procuraba mantenerse alejado de las maldiciones por miedo a provocar una él mismo.

Un día, demasiado caluroso para hacer mucho más que descansar junto a los ventanales con la brisa ocasional que salía al ojear libros de vuelo, Mio se animó a hacer una pregunta que le había estado rondando por la cabeza.

—Maestro, ¿quiénes leen los libros que están aquí?

El gato lo observó sorprendido, como si nunca se le hubiese ocurrido que su aprendiz pudiese preguntar algo que parecía muy obvio para él. De todas formas, respondió sin darle mucha importancia.

—Diferentes criaturas en ocasiones llegan a la biblioteca, aunque no es tan frecuente, ya que no es muy fácil llegar aquí por el constante traslado del lugar.

Una vez le había comentado que la biblioteca nunca permanecía mucho tiempo en el mismo sitio, que el edificio entero se movía sin afectar el interior del mismo, así que era natural que no se percatara de ello. Por lo que Mio asumió que para los humanos sería más difícil acceder a ella, lo que le hacía preguntarse cómo es que él había terminado en ahí. 

—¿Criaturas como ratones de bibliotecas? —preguntó, curioso por qué otras criaturas podrían llegar a visitar la biblioteca.

—Ya te dije que ellos no son invitados, solo son muy persistentes —el gato azul estiró el cuello, pero todavía con demasiada pereza como para levantarse de su lugar—. Por lo general vienen aquellos que persiguen el conocimiento, o que requieren respuestas que solo pueden encontrar aquí. Como los magos, en ciertas épocas del año ves muchos de esos rondando por los pasillos, recorriendo las escaleras de arriba abajo, murmurando sin parar.

—¿Los magos son como los humanos?

—En apariencia podría decirse que sí. Algunos usan su magia para camuflarse entre los humanos, mientras que otros prefieren aislarse y su apariencia va tomando la forma que prefieran. Además de eso, los magos tienen acceso a la magia, así como a todo lo mágico. Y viven por mucho, mucho tiempo.

—Si es así, ¿por qué tener humanos como aprendices? —cuestionó Mio, tratando de procesar toda la nueva información—. ¿No sería mejor un mago?

El gato azul lo miró como si hubiese dicho la cosa más absurda del mundo.

—¡En lo absoluto! Esos mocosos pueden llegar a ser muy arrogantes —gruñó, para después agregar—: No todos son así, claro, pero sí hay muchos que cumplen con el perfil. Probablemente se deba a todo el poder que se les confiere desde su nacimiento —suspiró, apoyando la cabeza contra el cristal— En cambio, muy pocos humanos logran llegar aquí, y quienes lo hacen suelen tener verdadero interés en aprender, se maravillan por cada pequeña cosa. Su humildad hace que sea mucho más cómodo para mí guiarlos.

—¿Y por qué yo? —Mio se arrepintió casi al instante de preguntar.

No sabía qué respuesta quería escuchar, pues prefería no haber dejado salir la pregunta en primer lugar. Pero era muy tarde para retractarse, solo le quedaba mirar a cualquier sitio menos a su maestro.

—¿Y por qué tú no? —lanzó como respuesta el gato azul.

—Porque estoy maldito, no tengo una buena educación, tampoco tengo talentos ocultos ni soy extraordinario. Ni siquiera soy realmente curioso.

—Los niños no deberían preocuparse por ese tipo de cosas —volvió a removerse en su asiento, tratando de hallar una forma más cómoda de acostarse—. De cualquier forma, yo me estoy haciendo cargo de tu educación ahora, ¿no? Así que no digas tonterías, tienes una formación extraordinaria gracias a que yo soy tu maestro.

—Maestro...

Dándose por vencido el gato azul suspiró antes de levantarse, tras lo cual miró a Mio con atención.

—Dices eso porque no te diste la oportunidad a ti mismo, y no te culpo, porque quizás nadie más te la dio —se encogió de hombros—. Yo solo dejé la puerta abierta, fuiste tú quien decidió entrar. Y eres tú quien decidió quedarse aquí como el aprendiz de un gato, lo cual es más curioso de lo que crees.

—No tenía a dónde ir. —le recordó.

—O aquí es a donde debías llegar —hizo un gesto desdeñoso con su cola y bostezó—. Como sea, son ese tipo de cosas que no sabemos, y que en medio de esa incertidumbre tomamos cualquier decisión para ver cómo nos va.

—Maestro...

—¿Hmm?

—Yo... Iré a limpiar el corredor. —declaró el aprendiz.

—Si quieres agradecer por algo solo dilo —rascó su oreja, el gato azul—. No tienes que hacer más cosas de las necesarias.

—No, no, voy a limpiar, no se preocupe.

Y sin darle tiempo para responder, Mio se apresuró en busca de los materiales de limpieza.

—Puff. —cubrió el gato una carcajada.

—Ese niño es extraño —intervino de improviso la voz del ratón—. ¿Estás seguro seguro de que quieres conservarlo?

Acostumbrado a las interrupciones del entrometido roedor, el gato azul no se mostró ni un poco impresionado por su aparición. En cambio, bostezó mientras estiraba sus patas delanteras.

—No es como si tuviese un lugar al cual regresar.

La biblioteca cambiaba tanto de lugar que el sitio donde había nacido y crecido Mio había quedado atrás hacía mucho.

—Su reacción hacia todo es demasiado apática —continuó, aunque había procurado permanecer en lo más alto de la estantería. Aun sabiendo que al gato no le tomaría mucho trabajo llegar a él, razón por la cual no dejaba de lanzar miradas nerviosas cada tanto.

—Es solo un niño que nunca supo que podía hacer algo, rata. —hizo énfasis en lo último, sabiendo que eso molestaría a su interlocutor.

—¡Te he dicho cientos de veces que no soy una rata! ¡Soy un ratón!

—Como sea —le restó importancia a sus chillidos con un gesto desdeñoso con la pata—. No podemos culparlo por su manera de hacerle frente a las cosas, cada quien tiene su propia manera. De todas formas eso no importa siempre y cuando haga su trabajo en la biblioteca.

—¿Y qué harás con la manera tan egoísta que tiene de ver las cosas? No creo que vaya a preocuparse por ti si llegase a pasar algo.

—No necesito que se preocupe por mí —bufó—. De cualquier forma, poco importa tu opinión en esto, así que sería mejor que permanecieras en silencio —finalmente dirigió su mirada ámbar en dirección al ratón, que por mero instinto retrocedió—. Además, deberías tener cuidado con las palabras que usas en frente de mí —al hacer una pequeña pausa, lamió su pata y arregló su propio pelaje, tras lo cual añadió—; sabes que no sería demasiado difícil arrebatártelas.

—No has negado que sea egoísta. Sabes que en el fondo tengo razón. —no se doblegó el ratón gris, usando su última pizca de valor.

El gato azul resopló.

—Te dije que no se trata de ser egoísta. Es autoconservación, algo de lo que tú deberías aprender —se quejó, poco antes de añadir—: Respeto su independencia, a veces es lo único que nos queda —murmuró—. Si no te pones a ti mismo y a tu bienestar primero, ¿entonces quién lo hará?

Dando por finalizada la conversación, el gato azul dejó al ratón tras darle una última mirada de advertencia.

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