5

18 4 6
                                    

CAPÍTULO 5: LA SIESTA DEL GATO

El ratón mantenía su cabeza inclinada hacia el piso, mientras Mio descansaba en el sofá frente a la chimenea y el gato azul se paseaba de un lado a otro, como juez y verdugo.

—Lo siento. —volvía a repetir el ratón, lo cual era lo único que había estado diciendo desde que el gato azul tuvo que lidiar con el desorden causado por la bestia que el ratón gris había liberado.

—Recapitulemos —pidió el gato azul, con falsa tranquilidad—. Tomaste un libro y liberaste una bestia para atormentar a mi aprendiz. Además de hacerle creer que esa cosa era yo tras haber caído en una supuesta maldición.

El ratón hizo un ruidito ahogado con la garganta y levantó su cara de golpe, con sus diminutos ojos redondos brillando. No obstante, cuando se encontró con la fuerte mirada del encargado de la biblioteca, volvió a enfocar la vista en sus patas. El ánimo era extremadamente pesado, tanto que Mio no sabía cómo hablar. Después de haber llorado en frente de todos, había guardado silencio durante todo el proceso que tardó su maestro en curar sus heridas, aunque de todas formas no podía encontrar su voz por más que intentaba aclararse la garganta. Había escapando lejos, como un ratón asustado.

Como el ratón asustado que admitía sus culpas en silencioso arrepentimiento.

—Y tú caíste en su engaño. —se volteó en dirección a Mio, que no pudo hacer mucho más que asentir.

—Lo siento. —empezó a disculparse, aunque el gato azul le restó importancia.

—No necesitas disculparte —negó—. Solo procura no ser engañado de nuevo. Entre letras y ladrones, las palabras son engañosas.

—Sí, maestro. —contestó con la cabeza gacha.

—¡¿A quién estás llamando ladrón?! —se quejó el ratón.

—¿He dicho ladrón? —preguntó con falsa tranquilidad el gato azul—. Quise decir ratón. Las palabras son engañosas.

Nadie dijo nada por un instante. El ratón ofendido y el gato disfrutando de molestar, mientras Mio pensaba en lo que podía decir o hacer para no ser una molestia para el maestro.

Desafortunadamente, el ratón no pensaba de la misma manera.

—Al menos la maldición del muchacho humano se rompió —probó el ratón, lo que solo ocasionó que el gato le diera una mirada furiosa que lo hizo callar nuevamente—. Lo siento.

—No es conmigo con quién deberías disculparte.

Ambos animales mágicos miraron al joven humano, mientras Mio trataba de ponerse erguido en su sitio, aunque este no pudo evitar una mueca al recordar el dolor que había sentido en sus omóplatos tras haber caído sobre su espalda cuando lo atacó la bestia. Pese a que su maestro se había apresurado a remediar cualquier fractura o herida, todavía había quedado el maltrato de una noche mas bien caótica. Cosa que solo avivó la culpa en el ratón.

—Lo siento. —repitió una vez más.

—No pasa nada. —lo tranquilizó Mio.

El gato azul volvió a resoplar, pareciendo insatisfecho con la escena que se desplegaba ante sus ojos. Sin embargo, se limitó a decir:

—Ten cuidado de no volver a lastimarte así la próxima vez, no me gusta hacer de enfermero.

—Sí, maestro.

Ante la pequeña incomodidad que se produjo, el ratón explotó, tropezando con las palabras.

—¡Debiste decirnos qué ocurría si los libros no estaban en su sitio a medianoche! —chilló con nerviosismo.

Gato Azul Donde viven las historias. Descúbrelo ahora