Capítulo 22.

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Hace una semana que el pelinaranja había llegado en la espalda de Kageyama por la noche. Una semana en la que él y Atsumu no cruzaron miradas o palabras. El rubio lo veía salir por las mañanas, pero solo lograba ver de lejos la espalda de este entrando por las puertas de un auto deportivo negro.

Los días del rubio se resumían en entrenar por el día y transmitir por la noche. Incluso el día de descanso que ofrecían por semana lo había utilizado en ello. Estaba exhausto, pero estaba aún más exhausto mentalmente. Realmente estar al lado del pelinaranja le había hecho olvidar sus problemas por unos días.

En este momento, faltaban tan solo cuatro días para el primer gran evento y mañana tenían que ir a grabar el vídeo de la colección. El rubio se encontraba mirando el techo de su habitación y contando hasta mil.

Por lo que había escuchado el rubio, el pelinaranja se encontraba ocupado siendo la portada de las revistas de moda más conocidas de Japón. En estos momentos él se sentía pequeño, pequeño porque regresaba a la etapa de su vida en la que esperaba a su madre en las mismas circunstancias de ahora. Solo, acostado en la cama, mirando el techo y contando hasta mil.

Para él, que no le gustan para nada los números, esperar algo que desea mucho de esta manera, hacia que de cierta forma valorará más cuando lo obtuviera. En estos momentos, él solo deseaba un abrazo.

Cuando por fin llegó a novecientos, vaciló un poco mientras contaba los últimos cien números. No quería que pasara lo que le había pasado durante esta última semana, llegar a mil y no obtener lo que deseaba.

- 997 abrazos, 998 abrazos, 999 abrazos y... 1000 abrazos.- dijo en un susurro.

Cuando miró su celular observó la hora, el reloj marcaba las 10:55 p.m. Quedó un rato mirando la pantalla y, aunque estaba más despierto que nunca, intentó dormir. Un abrazo de él.

Minutos después de cerrar los ojos, un pequeño ruido se escuchó del otro lado de la puerta. Era un sonido parecido al de un gato raspando sus uñas en la puerta, Atsumu pensaba dejar pasar esto, si no fuera porque escuchó unos pequeños sollozos que retumbaron su cabeza.

El rubio tan rápido escuchó los sollozos, abrió grande los ojos y se paró a abrir la puerta. Se encontró con una imagen que estrujó su corazón, el pelinaranja estaba pasado de tragos y tenía la cara empapada en lágrimas, sus ojos estaban rojos de tanto llorar.

- ¿Shou? - preguntó el rubio, el pelinaranja se pegó rápidamente al cuerpo del rubio y puso la cabeza en el pecho del mayor.

- No le digas a los chicos, por favor.- suplicó con la voz entrecortada.

- ¿Estás bien? ¿Tomaste alcohol? - preguntó por inercia.

- No y sí, ¿puedes abrazarme unos minutos? Prometo que me iré cuando me sienta mejor, no estaré tanto tiempo, por favor.- pidió con lágrimas gruesas decorando su rostro.

- Puedes quedarte todo el tiempo que quieras, me ofendería si te quisieras ir.- respondió rápidamente el rubio.

El pelinaranja abrazó fuertemente el cuerpo del rubio, soltaba sollozos y su respiración estaba realmente agitada. El rubio puso su mentón en la cabeza del más bajo y abrazó sutilmente su cuerpo. Al parecer, no era el único que necesitaba un abrazo. Duraron así unos minutos, unos largos pero cortos minutos.

Cuando el rubio notó que la respiración del bajo volvía a la normal, separó poco a poco su cuerpo y miró directamente a los ojos del pelinaranja.

- Ahora, si te parece, creo que es el momento de hablar de lo que te puso así, ¿no lo crees? - preguntó amablemente. El menor asintió.

Prendieron las luces y se sentaron en la orilla de la cama. Ambos miraban el suelo y sostenían un profundo silencio. El menor soltó un suspiro largo y miró los ojos del más alto.

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