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Para la elegante sociedad de Londres, todavía era demasiado temprano para que una joven en edad casadera estuviese fuera de la cama

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Para la elegante sociedad de Londres, todavía era demasiado temprano para que una joven en edad casadera estuviese fuera de la cama.

Pero Katherine consideraba que las reglas que debía seguir para ser considerada una dama respetable eran absurdas, empezando por esa.

Mientras bajaba la escalera de camino a desayunar, se extrañó al oír la voz de su hermano Michael —el conde de Blackwell—, junto a la de otro hombre que no logró reconocer.

Comenzó a moverse de manera sigilosa, tratando de no hacer ningún ruido que la dejase al descubierto. Esperaba que no fuese ningún nuevo pretendiente. La nueva temporada acababa de comenzar y la noche anterior había asistido a la primera velada. Sin duda, ningún caballero que se preciara podía tomarse el atrevimiento de ir a visitarla tan pronto, pero, como ya había aprendido el año anterior durante su primera temporada, había muchos crápulas en la sociedad que se daban el gusto de hacerse llamar caballeros.

Cuando llegó a la mitad de los escalones, pudo distinguir que se trataba de un hombre joven con cabello castaño y una altura similar a la de Mike. Estaba muy arreglado, con un frac gris y un pantalón del mismo tono, pero seguía sin resultarle familiar.

Katherine, que era una curiosa empedernida y no le gustaba perderse detalle, siguió acercándose, a pesar de no estar del todo presentable. Llevaba su vestido de mañana, sí, pero aún conservaba la trenza que su doncella le había hecho para dormir.

—Entonces, cuéntame, Nicholas, qué... —Oyó que decía Michael.

—¿Nicholas? —repitió en voz baja, o eso creyó, porque los dos hombres se giraron hacia ella, descubriéndola.

Fue recién entonces cuando pudo ver su rostro. En efecto, era él. Era Nicholas.

Nicholas Sutherland, actual duque de Egerton, era el mejor amigo de su hermano mayor desde que Katherine tenía memoria. Y por esa misma razón, también era uno de los pocos amigos que le habían permitido tener durante su niñez.

Cinco años atrás, el duque se había marchado de Inglaterra para recorrer el mundo y no había vuelto a verlo, enterándose de sus aventuras solo a través de la correspondencia que intercambiaba con Michael.

Kate terminó de bajar las escaleras y se acercó a ellos con las manos detrás de la espalda.

—No puedo creer que estés aquí —musitó, moviendo la cabeza a ambos lados sin poder dejar de sonreír, y miró a su hermano solo por un segundo—. No me dijiste que volvería hoy.

El conde se encogió de hombros.

—¿Kattie? —inquirió el duque, mirándola con expresión interrogante y asombrada.

Ella rio.

—¿Tanto he cambiado que ya no me reconoces? —preguntó y enderezó los hombros, al mismo tiempo que alzaba la barbilla—. Y, por cierto, ya nadie me llama así, ahora soy lady Katherine.

Para enamorarte de míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora