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Esa misma noche, sin compromiso alguno, Katherine estaba lista para irse a la cama más temprano que el día anterior

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Esa misma noche, sin compromiso alguno, Katherine estaba lista para irse a la cama más temprano que el día anterior.

Paseando por su habitación a punto de acostarse, luego de que su doncella terminara de cepillarle el cabello y se marchase, vio por la ventana una luz que llamó su atención. Frente a su balcón había otro ventanal que pertenecía a la residencia de al lado, cuyo dueño no era otro que el duque de Egerton.

Se colocó la bata para protegerse de la brisa fría de la noche y salió al balcón para averiguar por qué había luz en ese lugar que, desde que ella recordaba, nunca se había utilizado. Era una persona muy observadora y estaba segura de no haber visto ni siquiera una vela encendida ese año ni el anterior.

Como nunca, tenía las cortinas abiertas, por lo que un pequeño vistazo fue suficiente para reconocer a quien se encontraba allí. El duque se hallaba concentrado en varias pilas de papeles distribuidas sobre su escritorio, con una expresión completamente seria grabada en el rostro.

Kate lo estudió a conciencia. Habían pasado muchos años desde la última vez que lo había visto, y, aunque ella siempre lo había recordado, nunca se había preguntado cómo se vería después de tanto tiempo. Jamás se había planteado que él hubiera madurado tanto al igual que ella y su hermano.

En su mente continuaba siendo el joven hermoso, amable y carismático por el que había suspirado desde que tenía memoria. Por fortuna, la distancia y el tiempo habían enfriado los sentimientos tiernos de una niña ingenua. Ya no tenía diez años, sino diecinueve, y podía considerarse a sí misma ya toda una mujer.

Nicholas lucía mucho más alto, con la piel más morena, el cabello prolijamente cortado y peinado hacia un costado y sus facciones más marcadas y masculinas que resaltaban sus ojos marrones.

Katherine sonrió. Si realmente quisiera encontrarle una amante, no sería difícil en absoluto. Él solo tendría que elegir y la afortunada caería rendida a sus pies sin más.

Sin embargo, su ofrecimiento había sido en su mayor parte para divertirse a costa de la reacción de su hermano y para ver cuánto podría llegar a escandalizar al duque; no era tan tonta como para creer que él realmente necesitara ayuda en ese asunto. De todas formas, ya había delineado un plan que había significado una entretenida distracción durante su tarde.

Levantó un brazo y lo sacudió en el aire con poca delicadeza esperando que Nicholas la viera, pero él ni siquiera se inmutó. Katherine entrecerró los ojos y colocó los brazos en jarra pensando en cómo llamar su atención.

De pronto tuvo una idea maravillosa —como todas las que se le ocurrían—, por lo que giró sobre sus talones y entró a la habitación en busca de algún instrumento que le permitiera hacerse notar.

Pensó en algo pequeño, pero todo lo que encontró parecía demasiado liviano como para que cruzara la distancia existente entre los dos balcones y golpeara la ventana con la suficiente fuerza como para producir algún sonido. Luego de un par de minutos de vacilación, se decidió por algo que estaba segura de que no fallaría: una de las botas de su traje de montar.

Para enamorarte de míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora