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Edo, era Kaei. Primavera.



Al fin, Tsumiki y Ryōmen habían vuelto a casa.

Llegaban en un barco mediano del occidente con siete espaciosos camarotes para los pasajeros, cada uno forrado con paneles arqueados en estilo gótico, según lo nombraron los extranjeros, y pintados con una capa brillante de blanco de Florencia, lugar donde se habían establecido.

Tsumiki estaba de pie en la cubierta y observaba a la tripulación trabajando con los mástiles para atracar el barco. Sólo entonces los pasajeros tendrían permiso de desembarcar.

Tiempo atrás, la excitación que la asaltaba le habría imposibilitado respirar. Pero la Tsumiki que regresaba a Edo era una mujer diferente. Se preguntó cómo reaccionaría su familia a los cambios operados en ella. Y por supuesto ellos también habrían cambiado: Yuji y Gojo-san llevaban juntos dos años, Nobara y Kasumi habían hecho su presentación en la corte y también estaba Fushiguro.

Tsumiki deseaba estar en Kyōto. Era primavera y los prados verdes y las flores silvestres estarían a rebosar. Según Yuji, la restauración del castillo Sukuna aún no estaba terminada, pero ahora era habitable.

El occidente había sido bueno para los dos. Mientras que Tsumiki había ganado un poco de peso, Ryōmen había perdido la robustez que había adquirido con su vida disipada. Se había pasado tanto tiempo al aire libre, caminando, pintando y nadando que su cabello rojiso oscuro tenía vetas más clara y su piel había absorbido el sol, era como ver a Yuji, solo que con rasgos más firmes. Sus ojos de un deslumbrante tono rojizo, resultaban sorprendentes en su cara bronceada.

Tsumiki sabía que su primo nunca sería otra vez el muchacho educado e inocente que había sido antes de la muerte de sus seres queridos. Pero ya no era una ruina suicida, lo cual sin duda sería un gran alivio para el resto de la familia.

Al cabo de un rato, Ryōmen subió por la pasarela del barco y se acercó a Tsumiki con una amplia sonrisa sardónica en su rostro.

     —¿No hay nadie esperándonos? —Preguntó Tsumiki con inquietud.

    —No.

La preocupación puso un ceño en la frente de Tsumiki.

     —Entonces es probable que no hayan recibido mi carta. —Habían enviado una nota comunicando que llegarían unos días antes de los previsto a causa de un cambio de fechas en la línea del barco.

     —No te preocupes Tsumiki —dijo Ryōmen—, alquilaremos un caballo para llegar al hospedaje en Edo. No está demasiado lejos.

     —Pero será toda una sorpresa para la familia que lleguemos antes de lo provisto.

     —A nuestra familia le encantan las sorpresas —dijo él—. O al menos están acostumbradas a ellas.

     —También se quedarán sorprendidos cuando sepan que Kamo-sensei nos ha acompañado.

     —Estoy seguro de que no les importará su presencia —respondió Ryōmen—. Curvó la boca como si algo le divirtiera en secreto—. Bueno..., por lo menos a la mayoría.



Ya había anochecido cuando llegaron a la posada donde residían los Itadori. Ryōmen se encargó de pedir las habitaciones y de que recogieran el equipaje, mientras Tsumiki y el doctor Kamo esperaban en una esquina de la amplia entrada.

     —Dejaré que os reunáis con vuestra familia en privado —dijo Kamo—. Mi criado y yo iremos a nuestras habitaciones a deshacer el equipaje.

     —Si quiere puede acompañarnos —dijo Tsumiki, pero por dentro se sintió aliviada cuando él negó con la cabeza.

     —No quiero entrometerme. El reencuentro con vuestra familia debe ser en privado.

El encanto del AmanecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora