CAPITULO 20

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Ser lo que somos y convertirnos en lo que somos capaces de ser es la única finalidad de la vida.

ROBERT LOUIS STEVENSON

30 de mayo de 1916

Lauren despertó sobresaltada cuando miles de campanillas resonaron junto a su cabeza. Estiró un brazo y, siendo muy consciente de lo que hacía, golpeó con saña el despertador.

No había pasado la mejor de las noches, hacía menos de tres horas que había conseguido conciliar el sueño, y el maldito artefacto la estaba volviendo loca con su puñetero soniquete. Se bajó de la cama maldiciendo en silencio mientras se rascaba la cabeza y se dirigió tambaleante a la puertaventana. Descorrió de un golpe las cortinas. Aún no había amanecido, solo los locos estaban despiertos a esas horas. Los locos, y los que tenían que dar clases sobre contrabando, navegación, motores, tipos de barcos y rutas marítimas. Ese pensamiento la animó un poco. ¿Qué tendría en mente el señor Abad para ese día? Le había dicho que se reunirían en el comedor, pues esa mañana iban a hacer una excursión.

¿Adónde? Ni idea, pues no se lo había explicado. Pero intuía que no irían a ningún museo ya que Isembard no estaba invitado.

Y lo cierto era que el profesor no se lo había tomado nada bien; según él, estaban pervirtiéndole con materias muy alejadas de lo que realmente debería saber. Y, en fin, quizá aprender a trazar rutas de navegación para evitar los barcos aliados y llevar contrabando no fuera lo que se dice honorable, pero era apasionante.

Ahogó un bostezo, tomó su ropa y se dirigió al cuarto de baño para darse un remojón que la despertara del todo. Era difícil estar completamente despierta a las seis de la mañana, más aún después de haberse dormido pasadas las dos. Pero ¿qué otra cosa podía hacer? No quería, ni podía, renunciar a nada, y eso suponía sacar tiempo de donde no lo había.

Isembard no había bajado el ritmo de las clases, al contrario, lo había aumentado. Y el señor Abad, en contra de lo que podía parecer, había resultado ser un maestro severo que no admitía errores ni olvidos. Y como resultado de eso, debía estudiar el doble... con la mitad de tiempo para hacerlo.

Lo que implicaba que tenía que organizarse mucho el escaso tiempo libre del que disponía, y como se negaba a perderse las tardes con Camila, le tocaba aprovechar las noches. Estudiaba desde que acababa de cenar hasta el instante en el que todos se acostaban, momento en el que se deslizaba silenciosa hasta el dormitorio femenino para su secreta y deliciosa reunión nocturna. Y, cuando Camila comenzaba a bostezar, signo inequívoco de que estaba agotada, se retiraba a su cuarto a estudiar un poco más.

No era de extrañar que estuviera agotada.

¡Jamás había trabajado tanto en su vida! Ni tampoco se había sentido tan bien. ¿Quién lo hubiera pensado? Le gustaba aprender, pero no era solo eso. Le gustaba estar allí, debatir con el señor Abad, el capitán e Isembard sobre cualquier cosa que se les ocurriese. Le gustaba bajar a la cocina y robarle galletas a la señora Muriel mientras esta le amenazaba con un cucharón. Le gustaba escuchar los apasionados discursos sobre el lugar de la mujer en la sociedad con los que la señora Sinuhe chinchaba al capitán, y le gustaba ver como este bufaba y golpeaba irritado el suelo con el bastón. A veces, incluso se metía en la conversación, apoyando a la señora solo para ver como la cara del viejo se tornaba roja de rabia. Pero, sobre todo le gustaba estar cerca de Camila, leer junto a ella, escuchar su risa y comprobar que día a día sus piernas eran más fuertes y sus sonrisas más preciosas. No cabía duda de que era una buena vida; lástima que su estancia allí fuera a acabarse tan pronto.

Sacudió la cabeza. No debía perder el tiempo en pensamientos vanos o llegaría tarde. Y justo esa mañana era imprescindible que llegara pronto. Le esperaba una excursión. Sonrió entusiasmada. Tras la visita al zoo había salido en varias ocasiones más. Había visitado algunos museos en compañía de Isembard y el señor Abad, sin la presencia de Etor o el viejo. Y eso era bueno, pues significaba que su abuelo iba confiando en ella. También había ido de picnic a Collserola con la familia al completo, y esa sin duda había sido la mejor de todas las salidas. Camila y ella habían recorrido el monte buscando a los animales que allí habitaban. Incluso habían visto varias ardillas. Eran unos animalillos muy curiosos y divertidos, y pasear con Camila había sido... maravilloso.

Amanecer Contigo, Camren G'PDonde viven las historias. Descúbrelo ahora