CAPITULO 18

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Las mentiras más crueles son dichas en silencio.

ROBERT LOUIS STEVENSON

14 de mayo de 1916

La espalda arqueada sobre las sábanas desordenadas que cubrían el lecho. La cabeza hundida en la almohada. Los labios abiertos en un grito mudo. Las piernas separadas y los talones clavados en el colchón. Todo el cuerpo en tensión mientras sus caderas bombeaban con fuerza contra su mano. Y una sola imagen grabada en el interior de sus párpados cerrados: Camila.

Una caricia más y el placer estalló, llevándose todo pensamiento racional y dejando solo el instinto. Un instinto primitivo que la instaba a tomar a quien tanto deseaba.

A quien tanto necesitaba.

Humedad en su vientre. Pasión en su sangre. Y un doloroso vacío en el corazón al saber que en la cama solo estaba ella.

Lauren ahogó el lamento que brotaba de las profundidades de su alma y abrió los ojos a la luz del amanecer.

-¡Puñeta! -siseó enfadada al ver el desastre en el que había convertido sus pantalones.

Como cada mañana desde hacía dos semanas había vuelto a despertarse en mitad de un orgasmo. ¿Dónde había quedado su... imposibilidad? Parecía que su estúpido placer estuviera decidido a recuperar el tiempo perdido. Y ella no podía hacer nada por evitarlo. Por mucho que intentara resistirse, siempre acababa cayendo. Era más fuerte que su voluntad. Deseaba a Camila, y no podía hacer nada por ignorar ese deseo que le estaba volviendo loca.

Pasaba las noches en vela, nerviosa, evitando pensar en ella, haciendo sumas imposibles, dibujando motores a cada cual más complicado, repasando una y otra vez los libros que Isembard le mandaba estudiar y, cuando por fin caía agotada, las pesadillas le asediaban.

Pesadillas horribles en las que el hombre sin dientes se presentaba ante ella con el vientre abierto y las tripas esparcidas por el suelo. Pesadillas en las que volvía a estar en el espigón y Michael la miraba mientras se hundía en el agua. Despertaba aterrada, con Camila a su lado, acariciándole el rostro y besándole en la frente. Y ella se abrazaba a ella, intentando con todas sus fuerzas no tumbarla en la cama y obligarla a pasar la noche con ella para ahuyentar sus pesadillas. Y luego volvía a dormirse y soñaba con ella, con que alguien se la arrebataba. Alguien de la misma posición social que ella. Alguien inteligente, un caballero educado al que nunca llamaba la atención por comportarse de manera desafortunada. Un hombre con un prometedor futuro y un pasado brillante. Alguien a quién el capitán aprobaba, a quien daba palmaditas en la espalda y de quien se sentía orgulloso. Y no era ella.

Y Lauren se despertaba acongojada.

También furiosa.

Y entonces recordaba que no era con ese otro con quien Camila pasaba las horas, sino con ella. Era ella a quien sonreía. Era ella quien la sostenía cuando intentaba andar y quien la hacía reír cuando la tomaba en sus brazos y bailaban en el gabinete.

Y volvía a dormirse. Y soñaba que estaba en el salón principal de la casa, vestida de etiqueta, con Camila a su lado, de pie, hermosísima con un vestido que le ceñía la cintura y caía lánguido hasta sus tobillos.

Todos la miraban, pero ella solo le miraba a ella. Y le sonreía. Y bailaban juntas al son de la música que tocaba una orquesta invisible.

Y entre giro y giro, podía ver el semblante de su abuelo. Las miraba y asentía, una orgullosa sonrisa insinuándose bajo su poblado mostacho. Y su corazón se expandía en su pecho al saberse aprobada.

Y seguía bailando con ella en brazos.
Y el salón daba paso al solitario jardín.
Ella la besaba y abrazaba.
Y ella le correspondía.
Y en ese momento despertaba. Enardecida y dolorida. Anhelando sus caricias, deseando sus besos...

Amanecer Contigo, Camren G'PDonde viven las historias. Descúbrelo ahora