CAPITULO 2

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Qué cual es mi nombre? Llamadme capitán.

ROBERT LOUIS STEVENSON,
La isla del tesoro

    30 de marzo de 1916. A media tarde.

— La he encontrada, capitán —anunció Enoc entrando en el despacho de Biel Jauregui.

—¡Por fin! Enséñeme a la zagal. —El viejo marino observó expectante a su antiguo oficial.

—No la he traído conmigo, patrón.

—¿No? —Biel frunció el ceño en una mueca que habría espantado a hombres menos avezados que Enoc—. ¿Por qué no la ha traído, señor Abad? ¿A qué demonios está esperando? —tronó con la potente voz con la que antaño daba órdenes desde la cabina de mando de sus barcos.

    —No es un niña, sino una mujer.

    —¿Una mujer?

    —Debe rondar los veinte años.

    —¿Está seguro?

    —Lo he visto con mis propios ojos.

    —Una mujer... —El anciano negó abatido—. La historia vuelve a repetirse. Una mujer, no una niña. Ya estará echada a perder. No podré hacer nada. —Se aferró al borde de la mesa hasta que los nudillos se tornaron blancos—. Está equivocado, señor Abad, tiene que ser una niña —exigió en un susurro.

   Durante toda su vida había dirigido con puño de hierro sus negocios, a veces desde esa misma estancia, en otras ocasiones desde la cabina de sus propios barcos. Y todos los logros que había conseguido no valían nada. No eran nada. Toda su vida luchando por conseguir más. Más barcos, más beneficios, más poder, más prestigio que legar a sus herederos... Y cuando por fin creyó haber logrado todos sus objetivos y regresó a tierra dispuesto a quedarse, descubrió que en su enorme mansión lo único que le esperaba era la amargura.

    La amargura de comprobar que su esposa gastaba ingentes sumas de dinero en fiestas desvergonzadas en las que retozaba con cualquier hombre que se pusiera a su alcance.

    La amargura de descubrir en su único heredero a un adolescente malcriado, vanidoso, egoísta y cruel. Un déspota lascivo y disoluto, a imagen y semejanza de su maldita madre.

    Estuvo tentado de volver a la mar e ignorar el corrompido ambiente que reinaba en su casa.Permitir a Montserrat hacer su voluntad y olvidarse de todo, al fin y al cabo había sido culpa suya por dejarla durante tantos años a su libre albedrío. Pero no lo hizo. Pensó que aún podría hacer que las cosas cambiaran, que su hijo se convirtiera en un hombre de provecho, más aún cuando su esposa murió acabando con su perniciosa influencia sobre Michael.

    Decidido a recuperarle y transformarle en la persona que debería haber sido, tomó con voluntad implacable el mando de la casa e instauró normas inflexibles que Michael debería cumplir y que le convertirían en un buen hombre.

    Tal vez no fue la mejor de las ideas.

    La férrea disciplina marina que intentó imponer solo sirvió para que el joven se alejara más de él. Hasta su mayoría de edad Michael se divirtió incumpliendo cada una de sus reglas, y después... Después fue todavía peor.

    Había tardado años en aprender a perdonarse a sí mismo por su fallida labor de padre. Los mismos años que tardó en encontrar a aquella que sería el amor de su vida. Su ancla contra las tempestades. Sinuhe. Ella y su hija le habían dado lo que siempre había deseado, una familia. Y él, había decidido ignorar las crueles perversiones de Michael, pagar a sus acreedores cuando llamaban a la puerta y vigilarle desde la distancia asegurándose que no le faltara un médico cuando la enfermedad hacía presa en él.

    Y ahora, cuando parecía que había encontrado mar calmado en la senectud de su vida, Michael volvía a destrozarle con sus garras emponzoñadas, dándole la esperanza de una nieta a la que poder educar como no había podido hacer con su hijo. Había esperado encontrar a una niña atrapada en un oscuro burdel. Había fantaseado con rescatarla y cuidarla. Con ganarse su respeto y cariño salvándola del infierno. Una niña a la que guiar y de la que sentirse orgulloso.

  Y Michael se había vuelto a burlar de él.

    No era una niña sino una mujer. Una mujer con sabe Dios qué corrompidos principios. Una mujer que, si Michael no había mentido, y estaba seguro de que no lo había hecho, llevaba sangre Jauregui y Bassols. Una mujer educada a imagen y semejanza de Michael.

    —¿Capitán? —La voz de Enoc le sacó de sus tenebrosos pensamientos.

    —¿Dónde la encontró?

    Sabía que Enoc había recorrido todos los burdeles buscando a su nieta y que en ninguno había podido encontrar ninguna pista sobre ella, ni siquiera en Las Tres Sirenas.

    —Tuve un golpe de suerte, capitán, me la encontré de cara esta madrugada —musitó el antiguo marino frotándose las uñas contra la tela de los pantalones.

    —¿De cara? Explíquese.

    —Trabaja para usted. La encontré en la dársena de la industria, frente a los tinglados.

    —¿La encontró? —musitó furioso—. ¿Apareció de repente y se le presentó como mi nieta perdido? ¡Qué sencillo! ¿Cómo no lo habíamos pensado? —tronó Biel poniéndose en pie y tomando su bastón—. Probablemente el rumor de que buscamos a la hija de Micheal ya se ha corrido por todas las tabernas del puerto y algúna jovenzuela avispada habrá visto en nuestra búsqueda la oportunidad de su vida. Señor Abad, pensaba que era más inteligente que todo eso.

    —Capitán...

    —No es ella. No sea iluso. Déjese de pamplinas y busque a mi nieta, ¡una niña! —rugió con voz potente golpeando la mesa con la empuñadura de plata del bastón. Aún tenían una oportunidad. Su nieta era una niña, tenía que serlo.

    —¡Capitán! No dude de mi palabra —replicó orgulloso Enoc.

    El viejo alzó una ceja y miró con ferocidad al hombre que había recogido de niño en las calles y dado el puesto de grumete en su primer barco. Con el paso de los años Enoc se había convertido en su primer oficial y,cuando Biel abandonó el mar,le había seguido para ser su mano derecha en tierra. Tras tantos años juntos sabía que no le daría información que no fuera cierta. Se mesó el leonado cabello blanco intentando serenarse y, cuando lo consiguió, volvió a sentarse a la vez que lanzaba un sonoro gruñido, indicándole que continuara.

    —La encontré frente a la puerta de los tinglados esta madrugada, esperando a que el capataz distribuyera el trabajo. No se presentó a mí, ni siquiera se acercó a donde yo estaba —explicó—. Me llamó la atención su parecido con Michael y por eso la observé con atención y le pedí al oficial los datos que constaran sobre ella en el listado del día. —El viejo alzó una ceja—. No fue difícil obtenerlos, el administrativo me aseguró que acude cada madrugada al puerto, aunque con la huelga de la construcción, no siempre consigue trabajo.

    —Su nombre —exigió Biel, remiso a dar por ciertas las palabras de Enoc.

    —Lauren Bassols.

    —Pura casualidad —gruñó Biel, encolerizado al escuchar el apellido de su difunta esposa. Sin poder contenerse, barrió con el bastón lo que había sobre la mesa.

  —Es la viva imagen de Michael, capitán.

    —Eso habrá que verlo. ¿Averiguó dónde vive? —Enoc asintió con la cabeza—. Bien, no perdamos más tiempo. Estoy impaciente por desenmascarar a esa impostora.

Amanecer Contigo, Camren G'PDonde viven las historias. Descúbrelo ahora