CAPITULO 17

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Mientras el corazón lata, mientras la carne palpite, no me explico que un ser dotado de voluntad se deje dominar por la desesperación.

 JULIO VERNE,
Viaje al centro de la tierra

    1 de mayo de 1916

  Despertó acalorada, con el pulso acelerado, la respiración agitada y el cuerpo vibrando al compás de una sensación por completo desconocida. Miró a su alrededor, confundida, sin saber bien dónde se encontraba. Los tenues rayos de sol que se colaban entre las cortinas le indicaron que estaba amaneciendo y que se hallaba en su dormitorio. Sola. Sin Camila.

    Una pesadilla. Eso había pasado.

    Solo que no parecía una pesadilla sino un sueño.

    Sacudió la cabeza, fuera lo que fuera, no era real, sino un producto de su desbocada imaginación. Se había dormido pensando en Camila y eso era lo que había producido esa maravillosa alucinación. Sonrió divertida por el extraño rumbo que habían tomado sus fantasías mientras tiraba de la cinturilla del pantalón, pues este le apretaba de nuevo, molestándole en exceso. ¡Qué fastidio! ¿Por qué tenía que sucederle eso en los momentos más inoportunos? Parecía que cada vez que pensaba en Camila el pantalón se encogiera...

    Abrió los ojos sobresaltada y, sin atreverse a bajar la vista, se llevó las manos a la ingle.

    Las quitó con rapidez.

    Se mordió los labios con fuerza para asegurarse de que estaba bien despierta y volvió a posarlas donde nunca había sentido la necesidad de hacerlo. Hasta ese momento.

    Palpó perpleja el bulto que se marcaba en su entrepierna.

    —¿Por qué ahora sí?

    Recorrió lentamente toda su longitud hasta dejar atrás la inesperada erección.

Estuvo tentada de meter la mano bajo la tela para comprobar que no era una arruga excesivamente grande, pero se detuvo azorada.

    Ella no se tocaba ahí.

    Nunca.

    No le gustaba.

    Era repugnante. Aunque la sensación de asco que siempre había aparecido al ver a otros hombres erectos no se estaba manifestando en ese momento. Más bien al contrario, se sentía extrañamente... anhelante. Impaciente. Ávido.

    —¿Por qué antes no y ahora sí? —repitió turbada, apartando las manos de su vientre.

    Cruzó los brazos bajo la cabeza, pensativa.

Era extraño que después de tantos años, toda su vida en realidad, eso se hinchara.

Siempre había imaginado que debido a lo que pasó se había vuelto inmune al deseo.

Por lo visto no era así. Se encogió de hombros decidida a no darle mayor importancia al asunto. Seguramente sería un hecho aislado producto del insólito sueño que había tenido.

    Solo que el maldito hecho aislado no bajaba.

    Y era molesto. Mucho.

    Un verdadero fastidio.

    Se removió incómoda. Por increíble que pareciera, la molestia se estaba tornando en dolor. Leve. Una insignificante palpitación que nacía en sus testículos y que la estaba volviendo loca.

    Separó un poco las piernas y observó fijamente el techo. Era... interesante. Blanco. Con una moldura en la unión con la pared. Esta no era blanca, era marrón claro. Beis, que dirían Isembard y Camila. Y tenía varios cuadros, personas de siglos anteriores encerradas en elaborados marcos de madera. Los miró uno a uno, el semblante serio de los retratados se repetía en todas las pinturas. Era... aburrido. Y no le ayudaba a calmarse. Al contrario. Sentía la inquietud crecer en su interior. Y seguía molesta. Cada vez más.

Amanecer Contigo, Camren G'PDonde viven las historias. Descúbrelo ahora