Tulipanes para Gina

12. La vida de un caracol importa

¡alerta de capítulo largo!

Llegando a casa, mamá y mi tía Lisa están platicando entre susurros, seguramente criticando a alguien mientras beben una gigantesca taza de café.

Que vida.

No me prestan mucha atención cuando me paso a mi habitación sin decir nada más. Lanzo la mochila al suelo y me quito los zapatos.

Como me duele un poco la cabeza, decido deshacer la coleta que aprieta mi cabello.

Viéndome en el espejo se instala una idea en mi cabeza, no tengo idea de dónde ha salido, pero tal parece que llegó para quedarse.

Cuando menos lo espero, han pasado diez minutos y sigo dándole vueltas y vueltas, esta vez, sentada en mi cama.

¿Cuáles serían las desventajas de cortarme yo sola el cabello?

Sin duda muchas.

¿Quedan suficientes ventajas para hacerlo aun así?

Tal vez muy pocas.

¿Lo voy a hacer?

Absolutamente.

No entiendo por qué me apetece mucho un cambio, Y eso que me dan mucho miedo. Lo veo más como un nuevo comienzo. Quizá todo lo que hablé con Evangeline me hizo efecto de algún modo.

Cuando menos lo espero, tengo las tijeras en la mano. Y en mi celular se reproduce un tutorial de como cortar tu cabello fácilmente.

No puede ser tan complicado.

No es como que mi cabello sea el más bonito y saludable del mundo. De hecho, batallo con él casi cada mañana.

Y ni siquiera es muy largo, lo definiría como tamaño medio.

Así que por impulso y sin pensarlo más forcejeo con las tijeras y lo corto un poco arriba de mis hombros. No pretendía que quedase tan corto, pero ya no puedo hacer mucho.

Me quedo observando mi reflejo cambiado algo perdida.

No es hasta que mi tía Lisa da unos suaves toques en la puerta que vuelvo a la realidad.

Entra y por un segundo ninguna de las dos dice nada.

Rompo el silencio con una risita nerviosa.

—De pequeña nunca me dejaste cortarlo así —reprocha de manera divertida, acercándose para verlo mejor— ¿Qué cambió ahora?

—No tengo ni la menor idea. Simplemente lo hice —murmuro.

—Me gusta como te queda. Es innovador —halaga—. Bueno, venía a decirte que haremos galletas, ¿quieres ayudarnos?

Suena más a demanda que a pregunta, por lo que no me niego.

Pero primero tengo que limpiar todo el desastre que he hecho. Ya me bañaré antes de dormir.

La reacción de mamá me hace gracia.

Primero me observa con curiosidad, luego frunce el ceño, y finalmente intenta ocultar su gran sonrisa. No tengo idea de porque no le gusta sonreír, si se ve aún más preciosa cuando lo hace.

—Te ves hermosa. Me encanta, siempre quise verte con el cabello corto —dice con emoción.

—Me viste con el cabello corto los primeros seis años de mi vida —exclamo.

—No es lo mismo —dice muy digna—. ¿Por qué no nos dijiste? Te habríamos ayudado.

—Exacto —apoya la pelinegra.