Era un hecho que, con cada día que pasaba, Thomás se sumergía más hondo en aquella espiral de desapariciones y misterios que giraban alrededor del pueblo de Wengen; sin embargo, no llegaba a ningún punto en concreto.
Ya había buscado información en internet, hablado con habitantes del pueblo, visitado la biblioteca local; incluso, le habían dado un retrato hablado de aquella extraña criatura, pero sentía que hacía falta algo más; mucho más.
En todo el día no se atrevió a salir de la habitación, solo a uno de los restaurantes del hotel para desayunar, después de eso continuó en el encierro total.
Aunque era un hombre que amaba escribir a lápiz y papel, también era un fiel creyente de tener un respaldo digital de todas las ideas que le surgían, no importaba si se trataba de dos o tres renglones, o, de varias páginas, todo lo tenía soportado en su computadora y con una copia en la nube. Decía que la tinta del bolígrafo y el grafito de los lápices se iba desvaneciendo con el tiempo, las hojas se tornaban de un color amarillo, pero amaba que pasara eso, era parte del proceso de ser escritor; por ello, creía importante tener un respaldo electrónico de todo lo que escribía, por muy superficial que fuese.
Así que, para disipar dudas que se estancaban en su mente, organizar un poco las ideas que tenía escritas y llegar a una probable teoría, optó por ocupar aquellas horas en pasar sus apuntes que tenía escritos en su libreta a su computadora portátil.
Muchas de las noticias coincidían, pero faltaba algo, Thomás estaba seguro de eso, alguien debía saber algo más; tal vez, había un lugar donde encontrar algo más concreto que lo que ya había investigado hasta la fecha. Por otro lado, las desapariciones no tenían ningún móvil que las conectara, simplemente sucedieron desde unos meses atrás y sin ninguna incidencia.
«Como si la tierra se los hubiera tragado», recordó que decía una de las noticias del periódico del pueblo; lo único que apuntaba a ser un móvil —y que le llamaba la atención— era que cada desaparición ocurría en horas de la noche, ni siquiera había un día concreto en que ocurrieran los hechos, a veces pasaban tres días entre una desaparición y otra; otras veces, cinco o más días, pero nada más allá de eso. Tal vez, simplemente, que las personas desaparecieran sin dejar rastro.
¿Y si se trataba de un fantasma? La idea resultaba un poco insulsa; aunque era un fiel amante del terror en todas sus manifestaciones y se denominaba así mismo como un escritor de terror, lo cierto era que, al ponerse de frente ante una situación que desafiaba su cordura y las leyes de la naturaleza, se mostraba como un ser escéptico. Debía enfrentarse de frente ante aquel fenómeno para soportar todo lo que había investigado, de lo contrario, sería parte de aquellos que decían que la aparición de ese ser, se trataba de un simple rumor.
El tiempo pasó en un parpadeo. La noche llegó sin previo aviso.
Cuando Thomás despegó sus ojos de la pantalla, se dio cuenta de que había pasado muchas horas frente a ese aparato y no había llegado a ninguna idea concreta. Tenía muchos datos, de eso no había duda, pero seguía pensando en que, una pieza en el rompecabezas, estaba faltando.
Se levantó de la silla, estiró sus músculos y, como si se tratara de un imán, se acercó a la ventana, vio a un par de personas que iban y venían, no era muy tarde después de todo, pero la luna en su punto más alto, iluminando el exterior. Era un panorama muy bello ver la luna sobre las montañas, sin embargo, se vio interrumpido por aquel siniestro personaje.
Trastabillo. Eso estaba frente al hotel.
—Esta vez no habrá nada que me detenga —dijo en voz alta, como si hablara para otra persona y como si se estuviera planteando una meta.
Salió de la habitación como alma que lleva el diablo. Lena estaba preocupada por Thomás desde hacía solo unos días, más exactamente desde aquel momento en que le brindó la información que tenía sobre Darkman, y no dejaba de vigilar sus pasos para que no cometiese una locura. Viendo como salía raudamente del hotel, lo detuvo.
—Está desafiando cosas que no conoce, señor Maurer —dijo la mujer antes de que saliera por aquella enorme puerta—. Se está dejando llevar por un rumor y, tal vez, sí exista una razón para esas desapariciones; pero no debe involucrarse, si lo hace, estoy segura de que será el siguiente.
—¿Cómo lo sabe? ¿Ah? —preguntó Thomás, iracundo—. ¿Acaso lo vio? ¿Alguien de su familia lo hizo?
—Afortunadamente mi familia se encuentra bien, pero uno de mis trabajadores desapareció y no queda duda de que algo o alguien tiene la responsabilidad —contestó, aquella pregunta tocó fibras sensibles en aquella mujer—. El que juega con fuego se quema.
—No me importar arder, Lena, hallaré una explicación a lo que sucede en este pueblo y llegaré hasta donde los policías no han llegado —dijo antes de cruzar las puertas del hotel.
Con paso apretado rodeó el hotel, hasta estar frente a aquella cancha de tenis que veía desde su ventana. Miró hacia atrás y pudo ver lo pequeño que era frente a la edificación y, sin embargo, desde aquella distancia veía claramente todo lo que ocurría justo donde estaba parado.
Para su sorpresa, frente a él no había nada; excepto, la cancha de tenis, un par de árboles y caminos que conducían a las montañas; a su alrededor, unas pocas personas que caminaban de un lado a otro. Era una noche común.
—Aún está a tiempo de acabar con esa ridícula idea —dijo una voz femenina.
Cuando siguió el origen de esas palabras, se encontró con Lena, mostrando en su rostro estupefacción.
—¿Por qué le importa que lo haga? Estoy seguro de que en el bosque hallaré las respuestas que busco. —Thomás caminó hasta ella y estaban separados solo por un par de centímetros.
—Porque todos los huéspedes me importan —respondió Lena—, porque solo es un turista que no conoce la historia del pueblo y se está dejando llevar por la noticia del momento.
Aquellas palabras golpearon el ego de Thomás, no sabía cómo rebatir ante esa afirmación. Tragó saliva, miró hacia el suelo por unos minutos, luego volvió su vista hasta la mujer.
—Tengo que hacerlo, de lo contrario no voy a estar tranquilo —expresó Thomás arrugando la frente, tal vez así Lena comprendiera la complejidad del asunto—. Ya estoy demasiado involucrado.
—Tenga cuidado, el bosque es peligroso —refutó Lena—, y no me refiero a lo que sea que está desapareciendo a las personas. Hay animales salvajes.
Tras esas últimas palabras, volvió sobre sus pasos.
Así, Thomás se internó en el bosque dispuesto a resolver las dudas que en su mente pedían una respuesta.
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Darkman: el hombre de la oscuridad ✅
Paranormal[historia corta] Acecha entre las sombras, pensar en él lo atrae y se alimenta del miedo; son muy pocos los que lo han visto, pero esos pocos le han puesto un nombre: Darkman. El pueblo de Wengen (en medio de los Alpes Suizos), tiene una leyenda lo...