Capítulo Tres

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Las últimas nubes naranjas se arremolinaban sobre su cabeza, maravillando el cielo con opacos colores morados, rosas y rojos. El calor del sol rozaba su piel con timidez, y a pocas horas de asentarse el crepúsculo, un brillo casi milagroso alumbró los verdes pastizales.

Rodeado por petunias colgantes de un llamativo fucsia, Katsuki se mantuvo quieto frente a un arco formado por arbustos, en espera de Midoriya, quien momentos antes le había pedido que lo esperara para ver lo que había hecho con el jardín.

¿Qué demonios le llevaba tanto tiempo? Sabía que Deku era un poco impuntual, pero estaba parado en ese lugar como un idiota desde hace quince minutos. Rascó su cabeza, inconforme con la situación. No había estado preparándose por casi una hora para que lo dejaran plantado como si nada.

Estaba a punto de regresar a la mansión, pero los pasos apresurados de Midoriya hicieron que se detuviera, este respiraba rápido, con una mueca nerviosa al ver el semblante enojado de Katsuki.

—¡Lo siento mucho! Me entretuve buscando uno de mis zapatos y se me fue el tiempo. —Sus mejillas rojas brillaban bajo la luz del atardecer, y el aire que exhalaba provocó una sensación en Katsuki muy parecida a disparar un arma por primera vez.

Katsuki chasqueó la lengua y dio un pequeño golpe a la frente de Midoriya.

—Deja de disculparte de una vez, es molesto. Te lo dejaré pasar, pero tienes suerte de que no traiga unas tijeras conmigo ahora mismo, ya estuvieses pelón por dejarme como idiota aquí.

—Prometo que valdrá la pena. Me he esforzado en este trabajo y quisiera que usted fuese el primero en verlo. Le aseguro que se impresionará. —Midoriya sonrió, y se dirigió a los interiores del jardín.

—Eso lo veremos, come libros.

Los arcos de vegetación que los llevaban al patio habían sido podados meticulosamente, dándoles la impresión de ir por un túnel. Las gotas de luz que descendían por las aberturas que creaban las hojas y el césped bajo sus pies forrado con pétalos de colores fríos, le dejó embelesado por unos segundos.

«¿Cuándo tuvo tiempo de esparcir esos pétalos?» Se preguntó.

—¿Y? ¿Qué piensa?

Katsuki levantó la cabeza del suelo para ver a Midoriya en medio del patio, extendiendo los brazos a ambos lados. Sus ojos se abrieron en grande.

—Es…, increíble.

Las flores coloreaban el terreno con poderío, como diosas del mismo Olimpo. Arbustos con jacintos púrpuras domaban los alrededores, junto con un sendero libre a sus costados para que varios árboles alzaran sus ramas al cielo, mientras que sus bases eran abrazadas por tulipanes amarillos y gerberas blancas. Los arbustos de hortensias parecían formar un área despejada, dando paso a la atracción principal: Una fuente magnífica de un hombre con enormes alas brillaba en el centro del jardín, escurriendo de sus ojos hilos cristalinos de agua.

El jardín iba en bajada, tal como una montaña, dando una vista ejemplar a la Iglesia Santa María, en la que se reflejaron los últimos rayos del atardecer.

Sintió un roce en su hombro, sacándolo de su ensimismamiento con el paisaje.

—Tome. —Midoriya le extendió un ramo pequeño de camelias blancas, azucenas, rosas malvas, rosas blancas y caléndulas, las cuales también abundaban en aquel espléndido jardín, siendo un narciso blanco que poseía el ramito, el único en todo ese lugar—. No sabe lo feliz que me siento de poder mostrarle mi trabajo, estoy agradecido con usted por darme esta oportunidad. Además, la amabilidad con la que me ha tratado estos días me hace apreciar en demasía la amistad que hemos formado, mi señor.

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