Capítulo Ocho

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Despedirse de aquella cabaña había sido difícil para ambos, pues ese lugar que había presenciado sus más bellos momentos, ahora quedaba atrás junto con un inmenso jardín de flores variadas detenido en el tiempo, como si aún unos pequeños niños jugasen a las atrapadas, o corretearan por sus campos.

Ambos se tomaron de la mano con seguridad, y empezaron su arduo recorrido. Las horas pasaron, horas en las que sus zapatos se hallaban más que encharcados por la reciente lluvia, y el caminar incesante de ambos. El aullido del viento era sonoro, pero el frío que lo acompañaba era aún peor. El cuerpo de Midoriya parecía congelarse, y en un intento por conseguir calor, frotó sus manos por un largo rato, hasta que uno de los brazos de su pareja lo rodeó con cariño, dándole el suficiente calor necesario para que él detuviera sus acciones y se concentrara en su cálido tacto.

No sabían qué hora era, pero lo más probable es que fuese alguna hora cercana a las tres de la mañana. Debido a la inmensa oscuridad que los embargaba y a la casi ausencia de estrellas en el cielo por la inminente odisea de nubes grises, lo más probable es que estuviera a punto de volver a llover. 

Desde hace un buen tiempo atrás, Katsuki dejó de contar sus pasos para guiarse por si se perdían, ahora solo caminaba por inercia, siguiéndole el ritmo a Deku. Él ya no pensaba, solo sucumbió a un estado automático en el que sabía lo que hacía, sabía dónde estaba, pero a la vez no podía descifrar con claridad sus movimientos y pensamientos.

Los calambres en sus piernas no eran lo suficientemente poderosos como para hacer que se detuvieran al menos un minuto para descansar. El paso era continúo, preciso, calculado por sus ojos acostumbrados a la bruma nocturna. Intentaron no hacer el más mínimo ruido, aunque estuvieran en medio del bosque y lo más probable es que nadie supiera de su huida, pero ramitas de vez en vez fueron pisadas por sus pies, cosa que logró que sus respiraciones se detuvieran por milésimas de segundos. 

Tenían miedo, mucho miedo, por lo que guardaron un profundo silencio, intercambiando entre ambos miradas discretas para apaciguar su nerviosismo.

Las cuatro de la mañana se hicieron presentes sin siquiera notarlo, y con ella, su añorado destino: el barco que los llevaría a una vida libre de los prejuicios y las malas miradas de la sociedad.

Una sonrisa se extendió por el rostro de Deku, una sonrisa tan grande que el sol creciente sintió envidia de tal maravilloso esplendor. Katsuki vio a Deku correr veloz por el muelle hasta acercarse al barco pesquero. Pasó sus manos por la madera del barco y satisfecho, le hizo señas a Katsuki para enseñarselo, Katsuki se le unió a los segundos y atrapó la cadera de Izuku entre sus manos, giró con él en el aire repetidas veces. Soltaron carcajadas vitalizadas que llenaban sus almas con un sentimiento de suficiencia inmenso.

Este era el momento, serían libres, por fin, por fin podrían amarse como tanto habían soñado.

—Duque Bakugō. 

Ambos se detuvieron. Katsuki tragó en seco al reconocer la voz, sus ojos anonadados se negaron a ver al causante de sus mayores males. Su respiración apenas salía y la noción del tiempo se había desvanecido en la misma nada.

«No puede ser verdad, se suponía que ya no me atormentaría más». Pensó. Katsuki fue presa del pánico, y tomó con fuerza la cadera de Midoriya al dejarlo de vuelta en el suelo. Midoriya, al igual que él, lo sostuvo con confianza. Katsuki tembló y su respiración fue casi errática. 

Los habían descubierto.

—Duque Katsuki Bakugō —volvió a hablar aquel hombre a sus espaldas. 

Midoriya pudo ver el inmenso temor en su pareja. Su cabeza gacha en un estado de sumisión le indicaba que nada de esto iría bien si dejaba que continuara. El pecho de Midoriya  se oprimió. No sabía quién era ese hombre que se veía tan sonriente y hablaba de manera calma, pero lo que sí sabía era que si estaba allí con ese montón de guardias armados rodeándolos, no era para nada bueno

◤Cantarella◢ [Bakudeku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora