Capítulo Uno

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El viento soplaba con un aire calmo, las hojas en los ramajes de los árboles al frente de su vivienda danzaban junto al compás de las ventiscas. 

La vida fuera de la tumultuosa ciudad era atrayente, magnética. Katsuki estaba agradecido con sus padres por haber elegido un lugar tan calmo para residir. No tener que ver diariamente a personas hipócritas era lo mejor de su día a día, ya era demasiado convivir con ellas cada vez que una festividad se llevaba a cabo.

Lograba ver desde su ventana las planicies de tierras que se extendían imparables hasta perderse en los confines y unirse con el sol creciente, los árboles pomposos debido a sus hojas rodeaban su morada, dando un aire fresco y elegante a la mansión.

—Mi señor —Katsuki apartó la vista de su libro para dirigirla a su sirviente, que portaba en sus manos una gran pila hojas—, traigo las confirmaciones de las doncellas que rodean la región. Todas han aceptado asistir a la gala, y estoy seguro que no es exactamente por nuestros aperitivos. Tómese su tiempo para firmarlas, esperaré justo aquí. —Rio el sirviente por lo bajo, acercándose a él.

—Estoy ocupado, Kirishima, ¿no ves? No tengo tiempo para preocuparme por las mujeres que irán o no a esa maldita fiesta, lo que se supone debe importar es que al menos una mísera mujer vaya.

El enojo burbujeaba en las entrañas de Katsuki. Todo ese tema de la esposa lo había estado sacando de sus casillas los últimos meses. La insistencia del pueblo y la iglesia era de lo más irritante, no pasaba ni una semana sin que le recordaran la situación de los herederos y una "vida feliz" como Dios mandaba, siendo padre de familia, con la esposa en casa y los niños en la Iglesia.

«¡Idiotas, no pueden concentrarse en sus propios asuntos sin perturbarme a mí!». Pensó, rechinando los dientes a la vez que miraba con rabia las hojas que Eijirō Kirishima había dejado sobre el escritorio. 

—Releer el mismo libro de El Lenguaje Oculto De Las Flores no es estar ocupado, mi señor, es tener tiempo libre de sobra. —Eijirō miró atentamente como el duque fruncía los labios, y apretaba las manos por debajo de su asiento.

—Pelo de escoba, acabo de concluir con la venta de los terrenos dos E y seis S. Me llevó casi una semana cerrar el trato con el general Iida, creí merecer un descanso de ese sabelotodo por unos pocos minutos.

—Lo siento mucho, le juro que la revisión será rápida. 

Katsuki apartó el libro que leía y con sumo cuidado lo guardó en una de sus gavetas. Empezó a leer la infinidad de invitaciones con aburrimiento, frunciendo sus cejas cada vez que pasaba una página.

Kirishima suspiró, apenado por la situación de su señor. 

Él vivía en la residencia Bakugō desde hacía años, convirtiéndose gracias a su lealtad en la mano derecha de Katsuki, llegando a considerarlo casi un hermano. Su relación era complicada, pero de buena manera, aún seguía atónito por el comportamiento que Katsuki tomaba al codearse con la clase alta, debido a que este aparentaba ser el varón que sus padres quisieron que fuese; educado y cordial, sin embargo, al cerrarse las puertas e irse las visitas, era alguien completamente diferente: explosivo, grosero, cascarrabias y demás, pero, a pesar de que los residentes del hogar lo veían como algo malo, Kirishima lo veía como el lado más real del duque, sin tantas miradas que juzgaban cada una de sus acciones, sentía que su amigo podía ser él mismo, aunque esto para los lacayos era algo espantoso, pero ¿quiénes eran ellos para juzgar? No tenían derecho a decir o hacer algún comentario al respecto, no al duque.

—A todas estas mujeres las eligieron los padres de las iglesias cercanas, ¿no es así? —dijo Katsuki, firmando hoja tras hoja.

—Sí, se han tenido que encargar ellos a falta de…, ya sabe —susurró. Las palabras fueron arrastradas por una helada brisa que ordenaba silencio absoluto. Kirishima dio un paso atrás, empuñando la tela del pantalón.

◤Cantarella◢ [Bakudeku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora