Capítulo Siete

1.9K 202 460
                                    

Bibury, Cotswold, Inglaterra.

Junio del año 1860.

Katsuki observó cómo la mujer acomodaba el vestido blanquecino que llegaba hasta sus talones, mientras que las telas que cubrían sus brazos eran movidas por el viento. Los mechones sueltos de su largo cabello verde se hallaban amarrados en un elegante moño en forma de rosa, y solo algunos mechones sueltos eran los que se balanceaban con la brisa.

La mujer se volteó hacia Katsuki, y el pensamiento repentino de la acción que le seguía a esa mirada calma le hizo querer dar un paso hacia atrás, pero se contuvo. Katsuki recibió el beso de ella en sus labios, hasta sentir que el aroma a acacias se adhería a su ropa, a su cuerpo y a todo él.

—Ya debo irme, amor mío —susurró la dama, tan calmada como siempre la veía estar—. Regresaré mañana por la tarde con el conocimiento necesario sobre la crianza de un niño. Cuando venga, iniciaremos por fin con la procreación de un nuevo cordero de Dios. Un hijo nuestro, Bakugō, ¿no acelera tu corazón?

«La idea de tener un hijo contigo me genera arcadas…». Pensó Katsuki, pero, contrario a sus pensamientos, asintió con una mueca imperceptible.

Ella le dio una suave sonrisa, y acarició el dorso de su mano. Katsuki contuvo la respiración por un segundo antes de permitirle que lo tocara.

—Señorita Shiozaki, el carruaje está listo para partir —dijo Tokoyami, quien había aparecido de repente, y acarició el lomo del caballo amarrado al frente del ostentoso carruaje. 

Shiozaki dio una última mirada a Katsuki antes de subir a la carroza. Ella le dirigió una última sonrisa antes de perderse en la espesura nocturna de aquella noche veraniega.

Katsuki observó el recorrido del carruaje desde su lugar hasta las inmensas puertas de la mansión.

Al perderlo de vista, cerró sus ojos y agudizó su oído en busca de algún rastro del galope de los caballos, o el arrastrar de las ruedas de la carroza, sin embargo, no logró escuchar nada. Un suspiro calló cualquier pena que pudo haber surgido en su cabeza.

Se había ido, su esposa se había ido.

Arrancó el listón negro que portaba su cuello en un movimiento agresivo. Revolvió su cabello hasta deshacer el peinado refinado que tenía, reemplazandolo por su natural cabello puntiagudo. Ya satisfecho, sus pies empezaron a moverse por sí solos, hasta emprender con algo de apuro el camino hacia su añorado destino.

Esa noche era especialmente brillante, la luna irradiaba un brillo espectacular que le permitía ver con claridad cada paso que daba y cada cosa que se hallaba a su alrededor. Mientras más se adentraba en ese frondoso bosque, más lograba apreciar cómo las flores aumentaban de cantidad, de belleza, pasando de simples margaritas a gardenias, lirios y rosas, todas entremezcladas con la yerba a medio cortar, de múltiples colores, de múltiples formas. Las ranas y grillos parecían haberse puesto de acuerdo para deleitar sus oídos con su clásica sinfonía nocturna. Sincronizaron su melodía para revelarle la más bella de las canciones. 

Era una noche que podría denominar como mágica, pero un pensamiento intrusivo lo hizo aligerar su marcha, a la vez que fruncía el ceño inconforme.

«Ibara Shiozaki».

Había elegido a aquella mujer como su cónyuge hace tan solo cuatro años, una semana después del baile que había realizado en su residencia. Lo recordaba bien, pues el colgante en forma de cruz en el cuello de la dama no había podido desaparecer de sus pensamientos desde esa noche. 

◤Cantarella◢ [Bakudeku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora