El pasado del rey

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-¿Discutir... una alianza?

El joven de fulminantes ojos verdes repitió con malicia las palabras que el hombre que estaba siendo torturado había pronunciado, con el último vestigio de conciencia que le quedaba.

-S-sí... su... ah... alt-te-za...- respondió el prisionero con un fuerte acento extranjero.

-¿Y porqué estaría tu clan taaan interesado en aliarse con nuestros rivales, después de que juraron lealtad absoluta a Arendelle?

-N-no... ¡No! "Elloas"... no "s-saber" na-da de es...to!

-¿Y cómo esperas que creamos lo que dices?- inquirió el fornido muchacho de iris verdes y abundante cabello rojo, mientras se acercaba al aparato de tortura, con la intención de ejercer más fuerza en él y así, hacer sufrir más al prisionero.

-No, ¡¡NO!! ¡POR ODÍN, QUE "YIÓ" "DíCER" LA VERRRDAD!

-Eso es lo que todos dicen- respondió el pelirrojo, al tiempo que esbozaba una sonrisa llena de sadismo.

-Príncipe Runeard- dijo una voz sofocada detrás de él. Era la de una mujer ya entrada en años.

En ese momento, Runeard cambió por completo; su gesto de maldad divertida se esfumó de su rostro, para dar lugar a una expresión llena de seriedad y respeto hacia quien lo había llamado.

-Consejera Sohvïk- respondió Runeard al tiempo que le daba la espalda al prisionero. -Me alegra que hayan podido traerla...

Y sin dejar de mirar a la anciana con infinita consideración, se acercó a ella y le dedicó una elegante reverencia.

Sin embargo, la mujer no se inmutó ante el brusco "cambio de humor" del príncipe. De hecho, parecía bastante habituada a ellos.

Tras devolverle el saludo, la dama recuperó aire. Y tras esto, se acercó lentamente al prisionero.

Revisó el magullado cuerpo del hombre y finalmente dijo:

-Tiene el tatuaje de la "renuncia" a su pueblo... nadie de su linaje se lo haría, al menos que estuviera dispuesto a jamás volver con los suyos.

-Entonces, ¿cree que su clan aún es fiel a nosotros?- preguntó Runeard a la anciana con una voz suave como la seda.

-Así es... en su pueblo, casi nadie sabe usar "lenguas civilizadas". Ellos se rigen por símbolos. Para ellos, cada símbolo marca sus vidas y la de los que los rodean. Y éste sólo trae desgracias...

-Entonces, no tenemos que preocuparnos por un motín por parte de ellos,- dijo Runeard con resolución.

Y sin ningún tipo de arrepentimiento, mandó a pedir un camastro y a dos de sus hombres más fuertes, para que llevaran a Sohvïk de regreso a la parte superior del castillo.

-Este calabozo es demasiado gélido. Me sentiría terrible que sus huesos lo resintieran, consejera. Guardias, echen alcohol a las heridas del prisionero y luego pónganlo tras rejas... que se recupere. Ya veremos qué más le podemos sacar cuando se reponga...

(...)

Una vez en el salón del trono y tras oír cómo fue que su hijo había investigado al capturado, el rey Ulrich negó con la cabeza, lleno de un molesto pesar. Tras lamentarse, giró su cabeza hacia su esposa, la reina Yrsa, en busca de apoyo.

Sin embargo, esta última le proporcionó ningún consuelo. En lugar de eso, lo veía con una expresión que parecía decirle: "Pues, ¿Qué esperabas?"

El monarca suspiró.

Era verdad. ¿Qué es lo que había esperado? Después de todo, Runeard creció viendo a un padre obsesionado por modernizar y enriquecer a su reino. Y para eso, sometió a la fuerza a todos los pueblos y tribus cercanos que se opusieran a formar parte del cambio.

Y lo consiguió; logró que varios se le unieran y sus territorios se volvieran parte de Arendelle. Por desgracia, dichas uniones fueron consecuencia de un puño de hierro, guerrillas y arrebato de recursos.

Y Runeard creció viendo todo eso como algo normal. Y sólo fue cuestión de tiempo para que en su mente, la violencia fuera sólo un medio más para un fin.

El gusto por la obtención de poder a toda costa, le había gustado demasiado al príncipe.               Y ahora que era un joven adulto, parecía que disfrutaba en grande el proceso para conseguirlo. 

-Sir Davon; mande a llamar al príncipe,- pidió la reina Yrsa. Su orden sacó a su esposo de sus tristes lamentaciones.

El mayordomo salió del salón y minutos más tarde, volvió con el príncipe.

-¿Me llamaron, madre?- preguntó Runeard mientras entraba al recinto. Sonaba como si hubiera acabado de salir invicto en un torneo de espadas.

-Sí. Puede retirarse, Davon.

Asintiendo respetuosamente, el mayordomo salió y cerró la puerta. detrás de él

-Nos enteramos de que lograste sacarle información al espía... usando fuerza bruta.

-Tuve que hacerlo. El estúpido apenas sabe hablar nuestra lengua como un niño de 2 años.  Pero mi método le ayudó a "recordar."- Replicó Runeard al tiempo que encogía los hombros,  como si se tratara de una pequeña anécdota.

-¿Porqué no esperaste a que llegara Sohvïk?- inquirió Ulrich, intentando conservar su temple. -Así ella hubiera podido decirte y tú no habrías tenido que torturaron.

-El tiempo apremiaba, padre- contestó Runeard, usando toda la condescendencia que tenía en su imponente cuerpo.

-¿A qué te refieres?- añadió Yrsa.

-A que no era posible saber si el prisionero no contaba con secuaces- finalizó el sádico príncipe,  con serenidad.

-¿Cuántos... cuántos soldados te ayudaron a bajarlo al calabozo?

-Sólo 2; Pietr y Rahlsen. Descuiden, fui muy discreto. Y me caen bien; ellos sí saben mantener la boca cerrada.

-Espera, ellos son 2 de los reclutas que vienen Kraedegryr, ¿verdad?

-Sí, madre.

-Bueno,  hablando de coincidencias..

Runeard miró con un dejo de extrañeza a la reina.

-El líder de Kraedegryr nos pidió un favor. Y debido a nuestras buenas relaciones con él y su territorio,  hemos decidido concederle su petición.

-Ah, muy bien- canturreando  Runeard, - si yo puedo ayudar, sólo díganme qué hacer, ¡me encantaría ayudarlo! Es un gran aliado nuestro!

Ulrich e Yrsa se miraron de soslayo.

-A decir verdad, Runeard- continuó su padre. -No se trata de su líder, sino de su hija Freyanna...

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