8. ¿Por qué?

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Capítulo 8. ¿Por qué?

Mabel

Me despertó el sonido estridente de mi móvil. Lo cogí torpemente y no mire ni quien me llamaba, conteste sin más.

—Si? —dije entre medio de un bostezo, la varonil voz de Blake me espetó.

—¿Vas a venir a devolverme mi chaqueta? Si no lo haces tampoco pasa nada, podré cobrar una de tus deudas y... Puedes imaginarte en que sen... —le colgué y me fui directa a vestirme, no tenía ganas de escucharle, cuando me despertaban me ponían de muy mal humor.

Se me había olvidado completamente que tenía que ir a su casa, me quedé dormida pensando en lo ocurrido, creando mis propias conclusiones.

Mi propósito más que nada era encontrar algo que me incitara a seguir con esta investigación, y no me quedaría de brazos cruzados.

Metí la chaqueta de Blake en una bolsa y avisé a mi madre de que iría a hacer un recado.

Cuando salí de mi casa había una limusina negra y un hombre trajeado que supuse que sería el conductor. Toda su ropa era negra a excepción de la camisa, que era blanca. Su pelo todo engominado y la barba perfectamente cortada le daban un aire elegante.

—¿Es usted la Srta. Mabel? —dijo el pelinegro.

—Soy yo —dije algo desconcertada —y usted es...

—Puede llamarme Mike, el Sr. Blake me ha pedido que venga a recogerla, suba por favor —procedió a abrir la puerta del vehículo incitándome a entrar.

—No es necesario, puedo llamar a un taxi —me sentía incómoda aceptando su invitación.

—No se moleste, para eso estoy yo, déjeme realizar mi trabajo, Srta... —le interrumpí.

—Llámame Mabel por favor, no me gustan las formalidades —dije amablemente.

—Por su puesto.

Dicho eso entre a la limusina, la cual era increíblemente grande y espaciosa.

Durante el trayecto me entretuve mirando por la ventana el bonito paisaje irlandés, una de las características bellezas de mi país.

Noté como el vehículo paraba.

Al mirar al frente pude apreciar unos muros a cada lado de las dos grandes puertas negras de hierro, las cuales tenían unos barrotes que llegaban hasta arriba de ellas, las puertas se deslizaron hacia dentro suavemente facilitando la entrada de la limusina.

Al entrar vi que había un largo camino y a los lados discurría una arboleda que mi vista no alcanzaba ver su fin.

La limusina siguió avanzando y yo perdí el sentido de la orientación, parecía un laberinto o al menos para mí.

—¿Esto es una casa o un paraje natural? —dije anonadada de ver todo aquello.

—Es normal que se, digo que te sorprendas —me parecía adorable la manera en la que intentaba hacerme sentir en pleno confort, tuteándome en vez de hablándome de usted, fue de lo más profesional.

Dejamos los árboles atrás, sustituyéndolos por un amplio césped en el cual había una gran fuente con decoraciones florares que se alargaba hasta las escaleras que llevaban a la casa de los Thompson, o palacio diría yo, parecía la casa de algún monarca inglés, duque o incluso conde.

También me di cuenta de que había una serie de arbustos bien podados con formas perfectas, que le daban un aspecto elegante al lugar, aunque no era necesario con semejante vivienda.

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