Fragmenterad

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(Fragmentado)

Habían pasado dos días del accidente, Alan y yo nos encontrábamos en casa, bajo el cuidado de mi tía Madeline y una enfermera. Esa mañana hacia más frio de lo habitual, extraño para ser otoño, era un día sumamente gris.

Recuerdo que siempre me preguntaba porque llueve en los funerales de las películas que veía, ahora lo sé, me preparaban para este momento.

Me costó encontrar algo en mi ropa para este momento, solía vestir de colores alegres, mamá decía que vestir así, nos ayudaba a mantener buen ánimo, estoy segura que eso no debe ser cierto, pero en mi caso creo que si servía. Me coloqué un conjunto negro que había usado, para el debate del centró de historia del colegio, me alisté con ayuda de la enfermera, quien logró hacer que el yeso pasara por mi pantalón, me recogió el pelo, mientras mi vista permanencia perdida entre las fotos que se erguían felices en los portarretratos que adornaban el mueble de mi habitación.

Terminamos de alistarnos y partimos al cementerio, durante el camino era inevitable el deseo de abrir la puerta del auto y salir corriendo, lo único que deseaba era estar en mi habitación echada en mi cama, torturándome con los recuerdos y dejando que mi cuerpo también muriera de a poco. Sólo dos cosas me mantenían en pie: Alan y Rubith, el resto era para mí una maldita mierda.

"¡No maldigas!" diría mi madre, ni en broma estaba permitido decirlo en casa, decía que era una palabra muy pesada, que hacía perder el color, que marchitaba y dañaba nuestra esencia. Lo lamento madre, te hice caso y de igual forma mi vida perdió color, se marchitó y está irreparablemente dañada.

Llegamos al cementerio y el cielo era la viva muestra del llanto que me carcomía y que aún no había podido experimentar. ¿Por qué no puedo llorar? mi experimentada y recién graduada psicóloga decía que me encontraba en negación y que al parecer venir al sepelio de mis padre y hermano me ayudaría con esto, sin embargo, sigo aquí esperando derrumbarme en llanto...pero nada ocurre.

¿Alguna vez han sentido que están viviendo en una pesadilla? ¿Y se preguntan si en algún momento lograran despertar?

Así me sentía yo en aquel instante, mientras mi mano izquierda sostenía temblorosamente aquel viejo paraguas negro, mi mano derecha buscaba, auxilio, consuelo, en la mano de mi hermano Alan.

Había muchas personas a nuestro alrededor, algunas lloraban, otras sólo mantenían su atención en nosotros, como esperando el instante en el alguno de los dos gritara o cayera al suelo, roto y exterminado por el dolor, yo simplemente deseaba desaparecer, busque entre los más cercanos algún reloj que me permitiera tener indicios del tiempo que llevaba aquel sermón.

No tuve que buscar mucho justo al lado de Alan estaba el tío Roberto, con su enorme reloj de pulsera, el mismo con el que recuerda cuanto tiempo falta para tu próxima clase. Roberto no era realmente nuestro tío, pero había sido el intendente de nuestro colegio por años y para nosotros era como eso, un familiar más. Divisé la hora 11:55, volví la mirada hacia mi hermano, él me la devolvió apretándome la mano como apoyo, -Falta poco, Stella- Dijo, yo solo asentí.

Después de una larga tanda de abrazos, lamentos y sollozos de las personas que se encontraban en el lugar, pude entrar en la camioneta de mi tía y dirigirnos a casa, podría al fin encerrarme en mi cuarto, sinceramente, era lo único que quería. Al llegar mi tía nos dijo que intentáramos comer algo, pero no podía, realmente lo que pasara por mi estomago en este momento lo devolvería.

Me mantuve en la mesa por un rato, moviendo la comida de un lado a otro he intentado hacer creer que comía, realmente había dado practicante todo al perro. Terminé y me dispuse a subir a mi habitación. Sin embargo, me invadió de golpe un poco de realidad, tomé conciencia de que este dolor no era solo mío, estaba mi hermana, mi pequeña abejita. Qué sería de mi si sus hermosos ojitos no volvieran a mirarme, si su sonrisa resplandeciente que iluminaba nuestro hogar no volviera a brindarnos luz, si la inmensidad de su imaginación no volviera hacerse presente.

Por otro lado, estaba Alan, quien pese a mantener una aparente cordura, por dentró sabía que estaba tan destruido como yo, lo observaba en la mesa con la mirada perdida en el plato como si la respuesta a sus preguntas estuviese allí. Sentí pena por mis hermanos y un poco de molestia hacia mí, cómo puedo ser tan egoísta, me cuestioné.

En ese instante escuché a tía Madeline hablar con alguien por teléfono, noté que colgó bruscamente y se volvió con sus ojos llenos de lágrimas, no tuvo que hablar, Alan y yo nos miramos, y sin mediar palabra mi mayor temor se hacía presente para llevar de la tragedia, a la más cruda y cruel vivencia que un adolescente podía experimentar.

Aquella tarde, mi dulce abejita sabía que no podría volar sin sus padres, así que decidió hacerles compañía. No tenía palabras... En mi memoria una frase muy icónica de mi profesora de lenguaje se hizo presente: La realidad puede llegar a ser tan dura que, aunque no te mate puede fragmentarte. Era cierto, mi la realidad no destruyo mi cuerpo, pero dividió mi vida e hizo de un fuerte y feliz corazón, uno débil y fragmentado.










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