Smärta

42 9 1
                                    

(Dolor)

No cabe duda que la tragedia es el contexto perfecto de mi patética vida, un contexto que se ha convertido en la historia recurrente de mis días, el que me persigue en mis pesadillas, el que no me permite soñar despierta, el que me lleva de la mano a todas partes, desde mi casa, hasta la escuela... ¿Qué pasó con el colegio?, me perdí dos enteros después del accidente, mi tía logró contratar a profesores para que estudiara en casa ese año y el siguiente. Con 15 volví al instituto, mis hermanos y yo siempre habíamos sido buenos estudiantes, por ello me permitieron estudiar de un modo semipresencial, por lo que continuaba recibiendo clases en casa y eventualmente, en especial cuando era temporada de exámenes, asistía al instituto, aquello decían que era por ser "Buena estudiante" Pero realmente todo tenía un toque de compasión por lo acontecido.

Ahora con 16 estoy en mi último año de preparatoria, debo decir que esto de volver al colegio ha sido algo tedioso, tras los episodios de estrés constate y lo difícil que ha sido tratar de retomar mi vida en estos años, no terminaba de encontrarme al cien de mis capacidades psicológicas, los ataques de pánico seguían de un modo recurrente y para adornar aún más aquella situación, hace un año me diagnosticaron con una enfermedad llamada psoriasis, la mía es del tipo guttata.

Esta no es más que una afección cutánea que te llena el cuerpo de pequeñas manchas rojas en forma de gota. Estas ronchas que pueden llegar a cubrir tu cuerpo en lugares inimaginables generan un prurito infernal, te pican al punto que si te refriegas con mucha fuerza terminas sangrando. La apariencia de estas afecciones resulta para los más sensibles una panorámica poco agradable y para los insensibles la obra de arte perfecta para llamarte leprosa.

Aunque, si bien me encontraba en tratamiento y este había logrado aliviar mucho la enfermedad, las marcas en mis piernas y brazos aún podían verse, por lo que al caminar por los pasillos del colegio la cantidad de susurros resultaba estremecedora, eso aunado a la etiqueta de drogadicta y otro sin número de improperios que los adolescentes pueden llegar a idear desde lo más profundo de su crueldad.

Hubo un tiempo en donde quería dejar de estudiar, solo deseaba pasarme el día en mi habitación, escribiendo o escuchando música en el viejo toca disco de papá, él amaba la música. Cuando mis padres se casaron mamá le obsequió aquel hermoso toca disco, era tan delicado, tan precioso, de color rojo intenso, él lo amaba, y realmente yo también, la música ayudaba mucho a mi condición, la cual había ido a peor en los últimos meses.

Mi psiquiatra me diagnosticó depresión a los 14, al parecer el duelo tiene 5 etapas: negación, ira, negociación, depresión y aceptación, yo no había pasado de la cuarta y en realidad no me daba la gana de avanzar. Créanme ha sido una lucha constante, debo decir que, de no ser por Alan, hace mucho me hubiera dado por vencida, mi cuerpo no soporta tanto dolor, las pastillas han sido una ayuda, sí, pero vivir sedada no es lo mío.

Hubo un tiempo en el que decidí no medicarme, lo hice sin consultar y justificándolo por el simple hecho de que odio la sensación de estar todo el tiempo adormecida, las píldoras no me dejaban ni tan siquiera escribir o disfrutar de la música, sentía entonces que la poca vida que vivía no era vida...¿El resultado?, un precedente que cambiaría todo.

Una noche me encontraba intentado conciliar el sueño, cuando empecé a tener un ataque de ansiedad muy grande, sentía que voces dentro de mi cabeza torturaban mi paz, y que los demonios saldrían a casar una presa fácil como lo era mi alma...

En aquel momento sentí como de costumbre mi pecho arder, mi cuerpo temblar, veía como todo en mi alrededor se hacía borroso, la eterna desesperación haciéndose presente otra vez.....De manera muy pausada, intente levantarme de mi cama para calmarme y hacer el protocolo que se me había indicado para estos casos, debo admitir que las técnicas convencionales que mi psiquiatra se empeña que ponga en práctica en estos momentos, no me han servido, lo que calma mi desesperación es la música, colocarla y dejarme llevar, muchas veces después de ello, suelo escribir ya que logra relajarme.

ÁgapeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora